|| Críticas | SEFF 2022 | ★★★☆☆ |
Matadero
Santiago Fillol
Autopsia de un atardecer
Javier Acevedo Nieto
ficha técnica:
Argentina, España, Francia, 2022. Título original: «Matadero». Dirección: Santiago Fillol. Guion: Santiago Fillol, Edgadro Dobry, Lucas Vermal. Productoras: Magoya Films, El Viaje Films, 4 à 4 Productions, Nina Films, Prisma Cine. Fotografía: Mauro Herce. Música: Cristóbal Fernández, Gerard Gil. Reparto: Julio Perillán, Malena Villa, Ailin Salas, Rafael Federman, Lina Gorbaneva, Ernestina Gatti, David Szechtman. Duración: 106 minutos.
Argentina, España, Francia, 2022. Título original: «Matadero». Dirección: Santiago Fillol. Guion: Santiago Fillol, Edgadro Dobry, Lucas Vermal. Productoras: Magoya Films, El Viaje Films, 4 à 4 Productions, Nina Films, Prisma Cine. Fotografía: Mauro Herce. Música: Cristóbal Fernández, Gerard Gil. Reparto: Julio Perillán, Malena Villa, Ailin Salas, Rafael Federman, Lina Gorbaneva, Ernestina Gatti, David Szechtman. Duración: 106 minutos.
La película rodada dentro de la propia Matadero dialoga con la Argentina de los años 70 y expande la hondura terrorífica de su génesis al tiempo actual. Jared Reed es un cineasta de guerrilla que no duda en llevar al extremo cada secuencia en una inscripción de carácter a lo Coppola. Los 16 milímetros que ceban las cintas de película pretenden alumbrar una suerte de western ultraviolento donde unos jornaleros se rebelan contra sus patrones. La alusión a estas imágenes se realiza únicamente a través de secuencias donde Reed y el equipo observan unos cortes previos, pero el punto de vista rápidamente se desplaza de la pantalla al primer plano de los actores que reaccionan contrariados a la violencia de las imágenes. La película de Reed bien podría ser cualquier filme de culto de los 70 en las que la carga violenta y la densidad sanguínea cotejaban formas de mirar al imaginario político estadounidense de la época. La matanza de Texas queda aludida en el modo en el que la fotografía de Mauro Herce apresa los atardeceres de la Pampa y los precipita difuminadamente sobre los hombros de los personajes. Aquí lo relevante es el diálogo que Fillol crea entre el activismo político de los actores del equipo en una Argentina que empezaba a notar el guante de hierro, la resignificación estética de la novela original de Esteban Echeverría por medio del debate sobre la dimensión ética de la representación (o contrarrepresentación) de la crueldad en el cine y el sustrato metarreflexivo con un cine contemporáneo que se tapa los ojos antes determinadas dinámicas de trabajo y rodaje abusivas.
En consecuencia, el relato de un rodaje maldito que comienza a modo de flashback dispara una inusitada cantidad de interrogantes éticos, políticos y estéticos sobre el alcance de las imágenes. Lo que en apariencia comienza como un thriller (aunque Fillol no desvela ni un solo fotograma de la película final de Reed) que apunta a un clímax violento y cruel termina por ser una suerte de autopsia al cine de los 70 y, en consecuencia, a la imposibilidad apolítica de este. El carácter mortecino y plúmbeo de las imágenes, dotadas de una gravedad aséptica, frena el ritmo de la película hasta que por momentos Fillol quiere azuzar el relato con anticipaciones dramáticas demasiado subrayadas que, finalmente, no anticipan nada más que una permanente actitud de distancia y espera frente a un clímax no visibilizado. Este es el mayor punto gris de la película y el que abre más espacio para debate. ¿Es Matadero una película consecuente a través de un dispositivo formal que restringe la crueldad o, por el contrario, es una película timorata y cautelosa que, a diferencia de cierto cine de los 70, mira desde la distancia en el plano por miedo a embadurnarse de la misma crueldad inconsciente que denuncia? La respuesta (y he aquí el logro de la película) es una cuestión de posicionamiento ante nuestra propia mirada hacia la crueldad y la crudeza. Al igual que la cámara de Jared Reed se regodea en el sufrimiento de actrices llevadas al límite y la cámara de Santiago Fillol vela respetuosamente los primeros planos ateridos de los actores que se miran, la mirada del espectador tomará un partido u otro.
Cabría arrojar muchas más preguntas, aunque la languidez extrema de la propuesta muchas veces termina por despresurizar cualquier atisbo de situaciones límites. Finalmente, el agotamiento por la acumulación de subrayados dramáticos conduce a una suerte de limbo (la sala de cine convertida en sala de espera) en el que quizá quien mira no se siente con ganas de responder a las preguntas de Fillol. Matadero convierte los años setenta de la historia argentina, como Azor y su director Julio Fontana también hacen, en un bisturí con el que realizar una autopsia a los movimientos cinematográficos, políticos (aunque son lo mismo) y estéticos de una época. Esta autopsia adopta una postura de observación tan preocupada por distanciarse de la crueldad que, al contrario de lo que hicieron cineastas que sí se embarraron con la compleja relación entre crueldad e imagen (Carpenter, Pasolini, Bertolucci, Stephanie Rothman o Gloria Katz), no fuerzan al espectador a cuestionar su propia condición como voyeurs pasivos. Y resulta que forzar la mirada en los tiempos actuales donde esta se encuentra almidonada es un acto político no necesario, sino justo.
▼ Matadero, Santiago Fillol
Sección oficial SEFF.
Sección oficial SEFF.