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    Cine Alemán Siglo XXI

    Entrevista a Meritxell Colell, directora de «Dúo»

    Tras su ópera prima Con el viento (2018), Meritxell Colell estrena en cines Dúo, la historia de un viaje por Argentina que recupera a la protagonista de aquella película, interpretada por la actriz Mónica García.


    Entrevista a Meritxell Colell
    Texto de Rubén Seca | | Barcelona


    Has dicho que Dúo es una continuidad del personaje de Mónica en Con el viento, sobre su viaje de regreso a Argentina. ¿De dónde surge la necesidad de realizarla?

    Fue una doble necesidad. Por un lado, estaba el deseo de seguir trabajando con Mónica García y su personaje. En Con el viento experimentaba una transformación vital, y queríamos contar cómo de ahí surge una nueva crisis vital, una nueva búsqueda, un nuevo lugar en el mundo; y cómo el personaje de Mónica podía vivir y atravesar el cambio a través de un viaje (interior y exterior). Porque después de una experiencia profundamente transformadora, cuando uno regresa a su casa, a la que es su vida, todo es distinto. Sobre ese vértigo queríamos trabajar. Por otro, en 2006 un viaje que hice a las provincias de Salta y Jujuy me movió muchas cosas. Y cuando pensé en un posible viaje de Mónica en Argentina, me vino de una forma muy vívida el recuerdo de aquel 2006 y los carnavales que viví. Fue el deseo de volver a ese espacio, de reencontrarme con una cosmovisión tan distinta a la europea, el otro gran impulso de la película.

    El proyecto tuvo muy buena acogida en bastantes laboratorios en su proceso de desarrollo. ¿Cómo fue creciendo?

    En julio de 2017 escribí, de forma torrencial, una primera versión del guion. A partir de ahí, empezó un proceso de documentación y de intercambio de visiones con Mónica García y Gonzalo Cunill. Durante 2018 y 2019 realicé cinco viajes de investigación y localizaciones al norte de Chile y Argentina, buscando personas, conviviendo con comunidades y descubriendo espacios. En todos esos viajes llevaba una cámara Super 8mm con la que recogía impresiones cual diario. Tras cada viaje había una reescritura del guion a partir de lo que había vivido, para poder hacer más concreta, honesta y genuina la película. Para filmar me parece fundamental tener un conocimiento mínimo del territorio y las personas que lo habitan. Ya en 2020 viajamos con el equipo de producción en terreno y la directora de fotografía Sol Lopatín, para cerrar el recorrido antes del rodaje.

    Una historia íntima de dos personajes en otro continente. ¿Cómo fue la preparación de los personajes con ambos actores?

    El trabajo con Mónica García y con Gonzalo Cunill duró años. Después de una primera versión de guion en julio de 2017, empezó una correspondencia de 3 años con ambos, compartiendo tanto el guion como cuestiones relativas a la construcción del personaje a través de imágenes, canciones, situaciones y textos. Y fueron claves las dos residencias artísticas que compartimos. Allí desarrollamos el dúo que escenifican y, a su vez, construimos los personajes y la relación de pareja desde los cuerpos, desde la piel, lo que generó una gran intimidad, un conocimiento del cuerpo del otro y una memoria imposible de conseguir con la palabra. La obra habla de la propia relación de pareja y, poder construir una obra escénica con los actores fue apasionante: por un lado, nos permitió encontrar a los personajes desde el proceso creativo y, por otro, construir la relación de pareja poniendo en juego tanto la química de los cuerpos como todo lo que surge en un proceso creativo compartido (egos, frustraciones, deseos…). En un mes de trabajo surgió entre ellos la intensidad y complejidad de una relación de pareja de años. Cuando terminamos, habían construido una suerte de interacción parecida a un matrimonio.

    ¿Y el trabajo en rodaje con los actores?

    Una clave fue elegir el plano secuencia para todas las escenas. Dejar que los actores pudieran recorrer el arco de los personajes entero, como en escénicas, dejando espacios para sentir y recorrer los estados físicos y emocionales en presente, sin interrupciones. En este sentido, planteamos una cámara física, a disposición de los actores, siempre cerca de ellos (respetando su punto de vista). Una cámara que se adapta a los actores y no impone la mirada de forma preestablecida, de forma que Mónica García y Gonzalo Cunill pudieran encontrar su lugar en el espacio, recorrerlo de forma orgánica, para después instalar la cámara. En este sentido, a lo largo de la película, hay escenas que parten de la realidad y escenas más ficcionadas. En las escenas de rituales, carnavales y contacto con las comunidades, los actores se adaptaban a la situación, reaccionando a lo que acontecía. Y en las escenas de personajes, construíamos primero la interacción en puestas en movimiento para después poder rodarlas sin interrupciones.
    La danza es la herramienta principal. Una cámara en mano cercana e íntima que danza con los personajes. ¿Qué querías conseguir con esto?

    Queríamos rodar la danza desde dentro, desde el punto de vista de los personajes, de forma que el espectador pudiera compartir con ellos las sensación de estar bailando con ellos, compartiendo la fisicidad de los cuerpos. Queríamos abordar la danza desde la sensación, desde el cuerpo, alejándonos de la idea de representación o de ilustración de un espectáculo para centrarnos en las sensaciones.

    ¿Fue un rodaje difícil?

    Toda la película fue un viaje complejo, tanto en términos de producción y organización como a nivel creativo. Por suerte, en la provincia de Jujuy, las comunidades originarias siguen organizadas de forma asamblearia y las decisiones se toman colectivamente. Si una persona no está de acuerdo con un proyecto o propuesta, entonces no se hace. Así sucedió en la primera comunidad. Y eso nos llevó a replantear todo el rodaje y a reescribir el guion, trabajando tan solo con las familias que deseaban participar. Como en cualquier ficción abierta, el guion es solo papel. Y, gracias a la forma de viaje de la película, filmada de forma cronológica, fuimos reescribiendo a partir de la realidad con la que nos encontrábamos. Laura Arrom, la ayudante de dirección, hizo un trabajo titánico para ir reelaborando una y otra vez el plan de rodaje. Por otro lado, al ser lugares remotos, suponía todo un reto para producción encontrar las formas de hacer viable, a la vez, el viaje y el rodaje. Se le suma que la furgoneta de acción (“La Cepi”) era una furgoneta vieja que tenía que afrontar subidas y bajadas, rutas llenas de baches, huecos, ríos… Por suerte íbamos con un gran mecánico conocedor de todos los secretos del auto y logramos realizar todo el viaje con ella. Pero la mayor dificultad fue la pandemia. Al llegar a San Antonio de los Baños para entrar al desierto, nos dijeron que estaba cerrado. Y tras dos días esperando encontrar la posibilidad de cruzarlo, nos alertaron de que Argentina estaba a punto de entrar en cuarentena y ahí decidimos interrumpir el viaje. En 48 horas, los productores consiguieron que todo el equipo regresara a su hogar.

    El Super 8mm sirve para expresar las emociones de la protagonista. ¿Cómo surgió esta idea?

    Estaba desde el inicio del proyecto, desde la primera escritura. Pero se fue transformando a lo largo del proceso. Siempre he amado el Super 8mm, su textura, su color, su formato ligero. En un principio, estaba escrito como una suerte de carta desde el futuro, donde Mónica escribía a Colate una vez separados desde la estancia donde se había quedado tras el viaje con él. Así que en julio de 2018 realizamos un primer viaje junto a Julián Elizalde (quien iba a ser el director de fotografía de la película) y fuimos captando instantes, cual fulgores, que deseábamos filmar. Y entre 2018 y 2019 realicé cuatro viajes más gracias a la apuesta de producción, a solas (como el personaje de Mónica), con la cámara. Eso generó una intimidad con las personas retratadas muy difícil de encontrar en un rodaje con equipo. Y así el Super 8mm fue cobrando más y más fuerza. Y cuando llegó el momento de editar, nos dimos cuenta de la dimensión íntima que aportaba a la historia.

    ¿Cómo fue el trabajo de montaje junto a Ana Pfaff?

    Con la pandemia nos quedamos a la mitad del rodaje previsto y, al regresar, me encerré (como todos). Pero en mi caso, me acompañó el material de la película. Tras un visionado compartido a distancia con Ana, armé un primer ensamble a partir del cual empezamos a montar. Al ver ese primer montaje de casi tres horas, Ana enseguida dijo que la gran suerte que teníamos era que la película cerraba un arco de los personajes. Pero en ese momento, aún pensábamos que íbamos a poder retomar el rodaje, primero en Chile, después en Buenos Aires. Así que ese junio cerramos un primer montaje. Cuando nos dimos cuenta de que no sería posible, volví a encerrarme para pensar qué había en aquel material y cómo se podría reescribir la película desde el montaje. Tras un tiempo montando a solas, volvimos a juntarnos con Ana para revisar la nueva estructura y seguimos trabajando en ella. Y también, y sobre todo, nos centramos en ver cómo la voz de Mónica podía acompañar el Super 8mm. Y ahí fue cuando nos decantamos hacia un doble viaje en donde el Super 8mm era un espacio atemporal, un suerte de espacio interior o refugio donde Mónica encontraba el silencio para poder pensar, soñar, desear, recordar.

    La película arrastra reminiscencias de Con el viento en varias ocasiones, casi a modo de brisas cinematográficas de conversación. ¿Esta idea estuvo siempre presente?

    Es muy bonito como describes el diálogo entre ambas películas a modo de brisa. De hecho, para nosotras Dúo está atravesada por remolinos y ráfagas de viento que traen consigo recuerdos, sensaciones, cual reminiscencias. Y si bien siempre tuvimos presente vincular las dos películas, fue en el montaje donde Con el viento cobró la fuerza que tiene ahora gracias al Super 8mm y a un trabajo con el texto de la voz en off mucho más vinculado a la vivencia de Mónica en el pueblo. Fue entonces cuando sentimos la necesidad de visibilizar (a través de la imagen, el sonido y la palabra) ese viaje interior de Mónica que va de los Andes a la aldea de Burgos, de las mujeres del altiplano a su madre y a su abuela, del viaje en pareja al viaje a la infancia, a una casa a la que no puede volver. De alguna forma, a través de las conexiones con Con el viento, pudimos hablar del cuestionamiento vital de Mónica que va mucho más allá de la crisis de pareja, de su relación con la danza. Es una crisis de identidad: quién es, qué quiere, cuál es su lugar en el mundo.

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