Austria, 2022, Título original: Sparta. Año: 2022. Duración: 101 min. Dirección: Ulrich Seidl. Guion: Veronika Franz, Ulrich Seidl. Fotografía: Wolfgang Thaler, Serafin Spitzer. Reparto: Georg Friedrich, Hans-Michael Rehberg, Marius Ignat. Productora: Coproducción Austria-Francia-Alemania; Ulrich Seidl Film Produktion GmbH, Société Parisienne de Production, Essential Filmproduktion, arte France Cinéma, Bayerischer Rundfunk (BR), Coproduction Office.
La pedofilia es un tema tan complicado de hablar como de mostrar. Son bien conocidos los miles de casos que afectan a la Iglesia, pero no tanto que es la primera causa de abuso sexual en el mundo, y que la gran mayoría de víctimas no son abusadas dentro de la comunidad eclesiástica, sino en su propio entorno familiar o de amigos. Por eso, el simple hecho de nombrar el tema puede despertar sospechas de inmoralidad. Hay mucho en juego, más de lo que a simple vista parece.
En el 70º Festival de San Sebastián se ha desatado la polémica, nada novedosa, sobre la nueva película del director austríaco Ulrich Seidl— anteriormente cancelada en el Festival de Toronto—. En buena medida viene por supuestos abusos psicológicos y engaños a los niños actores, pero, además, el cineasta ya arrastra un historial de provocaciones ligadas a problemáticas sociales. En su manera de hacer cine, las barreras entre lo moral y lo inmoral, entre lo que está permitido mostrar y lo que no, se desdibujan a veces por lo provocativo de su lenguaje. Un equilibrio difícil que más de una vez ha roto, capeando el consiguiente temporal de críticas: algunas fundamentadas, otras discursos aprendidos de memoria sin pasar por el filtro de un sentido crítico propio, que acaban por integrarse en una conciencia colectiva, un diagrama preestablecido donde pareciera que el bien y el mal pueden someterse a juicio matemático hecho por y para todes. De este molde salen las críticas que hacen más ruido, porque están del lado de «la verdad».
Sparta acompaña a un pederasta, Ewald (George Friedrich) —aclaremos que los pederastas y los pedófilos comparten filia, pero los segundos pueden no llevarla a cabo nunca—, mostrándolo en su proceso de convertir un colegio abandonado en su centro de operaciones, una «academia de judo» donde se crea un ejército espartano para sus fantasías más oscuras: un grupo de niños del pueblo quienes, por falta de alternativas de ocio y pertenecientes a familias violentamente disfuncionales, acaban sintiéndose como en casa con ese señor que los trata «con cariño». El protagonista se alimenta de su vulnerabilidad para acabar drenándolos sexualmente. Pero Ulrich, aun relegando el punto de vista a Ewald, no busca dignificarlo. Todo lo contrario. Como muches de sus protagonistas anteriores, no tiene redención posible. Seidl quiere mostrar, pero no hacer apología. La cámara se abona a planos generales que muestran una visión amplia de las cosas.
Otra cosa es lo que no se ve. Sparta juega con nuestra imaginación para representar el horror. Un montaje que funciona mayormente por elipsis corta las secuencias antes de que el abuso ocurra, dejando vacíos para significar ese gran pozo en el que se siente el protagonista y al que está precipitando a sus víctimas. Porque Ewald es un perturbado que sigue «su instinto», pero también se castiga por ello. E inteligentemente, Seidl no cae en el regodeo, sino que es bien consciente del tema que trata y la posición desde la que trabaja. Quizás habría que pensar que la gran polémica que ha suscitado puede ser virtud: de la misma manera que no se ve el abuso en la película, por ahora no estamos contemplando en su totalidad lo que está grabado en el set, y es allí donde se debería dejar espacio a la reflexión sobre el precio en vidas, humanidad y dignidad que tienen las películas. No solo las que tratan temas complicados, y sin que eso implique justificar lo que haya podido ocurrir en el rodaje de esta. ¿Por qué cancelar Sparta cuando Saló, o los 120 días de Sodoma (Pierre Paolo Pasolini, Italia, 1975) ocupa aún un lugar relevante en la historia del cine?
Es muy probable que lo que denuncia la película sea lo mismo que se ha ejercido en el rodaje, pero de momento habrá que seguir la investigación policial abierta. Aún así, lo cierto es que pocas películas hablan sobre un tema como la pedofilia, y menos con la honestidad que lo hace Seidl, conociendo también de dónde provienen las vulnerabilidades de los niños. Las conclusiones a las que el austríaco llega al final, como no es de extrañar en su visión del mundo, son totalmente devastadoras. No hay redención posible para nadie excepto para los niños, víctimas de un sistema de poder donde los padres de los mismos y Ewald acaban teniendo el mismo papel de abusadores, sea por el poder o para sus fantasías sexuales.
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Competición del 70SSIFF.