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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | La consagración de la primavera

    || Críticas | #SSIFF70 | ★★★★☆
    La consagración
    de la primavera
    Fernando Franco
    De las pequeñas a las grandes incertidumbres


    Mariona Borrull Zapata
    San Sebastián|

    ficha técnica:
    España, 2022. Título original: «La consagración de la primavera». Dirección: Fernando Franco. Guion: Fernando Franco, Bego Aróstegui. Compañías productoras: Blizzard Films, Lazona Producciones, Kowalski Films, Ferdydurke, Canal Sur Radio y Televisión, ICAA, Movistar Plus+. Música: Maite Arrotajauregi, Beatriz Vaca. Fotografía: Santiago Racaj. Montaje: Miguel Doblado. Reparto: Valèria Sorolla, Telmo Irureta, Emma Suárez. Presentación oficial: Selección Oficial Festival de Venecia. Duración: 110 minutos.

    A Laura la conocemos a solas en un balcón, distraída, mordisqueando el borde de un vaso de gintonic. Dentro de casa, suena un greatest hit latino sin ambiente, que ella oye sin atender. Luego conoceremos que el gintonic tampoco le entusiasma. La chica está por estar, como la joven del vaso de El almuerzo de los remeros de Pierre-Auguste Renoir (1881), de ensimismamiento célebre gracias a la Amélie de Jean-Pierre Jeunet (2001). Claro que ella no es Audrey Tautou, y al cabo de juguetear con el borde, la copa se rompe. Oiremos el agrietarse con claridad, acompañado por un gesto de recogerse algo de dentro de la boca que podría parecer la nada, pero duele. Aunque la chica no estuviera nunca del todo ahí, la nueva película de Fernando Franco se propone acompañarla muy, muy de cerca.

    Las fuentes rugen más fuerte cuando la chica, Laura (Valèria Sorolla), pase por su lado, como si la absoluta centralidad que la cámara le otorga fuera suficiente para vivir el mundo sobre la superficie cálida, rugosa y hondamente tangible de sus hombros. Sin gafas, su personaje nacería de la tradición del recato y del miedo a los hombres (reflejo naturalista de la prude): una más de aquellas que se etiquetan por «tímidas», como si ello las descartara inmediatamente. En efecto, es todo un reto anotar a cuántas direcciones pueden dirigirse los ojos de alguien que no puede mirarnos a la cara, y las pausas que pueblan de forma natural sus interacciones podrían sacar al conversador impaciente de sus casillas. La chica es primero tímida y, luego, todo lo demás. Eso es, tras el silencio que la define, se intuyen amagos de tantas otras cosas: algo de revulsión en aquella ceja arqueada con firmeza, chasqueos repentinos de curiosidad, indecisión y un poco de miedo en una cabeza que gira a ambos lados como liberada. Cuando ella baja la barbilla, nos preguntamos qué piensa, siente y quiere. La apuesta de Fernando Franco pasa por destilar (todas) las capas de nuestra simpatía, poco a poco.

    La consagración de la primavera, dar voto a las cosas que empiezan, no implica necesariamente explotar en luz y colores, sentir todo intenso o subir el volumen de la música hasta la matraca. A una semana de estudiar en Madrid, Laura se ha instalado Tinder y ya tiene una cita: un tipo con el que intercambia solo unas palabras antes de que la lleve de fiesta dura (algo de coca y líos en un bar es duro, si esta es la primera cita de tu vida). Tampoco es que ella haya decidido estar ahí, más allá de la pura inercia. Su proceso de ajuste emocional, gran palo de pajar de la película, se erigirá a base de ofrecer leves resistencias al torrente que es la primera edad adulta. En sus pequeñas grandes decisiones se esconderá el alma de un personaje que es pura memorabilia de aquellos pasitos y trastabilleos que nos fueron marcando. La chica se prueba un jersey que considera demasiado atrevido; le queda fenomenal. Se mira al espejo, corte de montaje, y ya no lo lleva. Que cada cual rellene ese paréntesis a base de sus propias rayadas ante el espejo.

    Las rayadas, cómo no, rebosan de la confluencia entre aquellos deseos que nos cuesta realizar y el miedo a la respuesta de un mundo que se nos escapa de control. Rayarse se mueve en la misma línea que crecer. Por ello, cuando Laura conoce a David (Telmo Irueta), nos planteamos cuánto de eso hay en sus silencios. David es algo mayor que ella y sufre parálisis cerebral, pero es sexualmente activo y enseguida le lanza un par de indirectas. La mirada empática de Fernando Franco se dedicará a partir de entonces a tomar el pulso a su relación: ella no responde inmediatamente al primer WhatsApp de él, agradeciéndole una visita. ¿Es raro? Cuando ella se entere de que él ha escrito un blog divulgativo acerca de la asistencia sexual (y que él mismo la usa), el tema saldrá y se omitirá a la vez, a base de silencios, que quien la haya observado de cerca deberá concretar. Esa caída de ojos, ¿era incomodidad o vergüenza? De las pequeñas a las grandes incertidumbres, sobre todo cuando Laura se proponga como asistente sexual de David (y se lo pida a su madre, una espléndida Emma Suárez). ¿Cuánto hay de rebeldía, cuánto de vértigo y cuánto de sí misma hay en su deseo? Puede que preguntándonoslo descubramos algo de nosotres mismes, hace mucho. Esta es la apuesta, sencillísima, de La consagración de la primavera. ⁜


    La consagración de la primavera, Fernando Franco
    Competición 70ª edición del Festival de San Sebastián.

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