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    Cine Alemán Siglo XXI

    Ibérico 2022 (I)

    || Festivales
    Ibérico 2022
    Primera sesión
    Primera crónica del Festival Ibérico de Cinema de Badajoz - 28ª edición


    David Tejero Nogales
    Badajoz |

    fechas
    | Del 19 al 23 de julio en Badajoz, Olivenza y San Vicente de Alcántara |

    Los orígenes del cine se escriben en formato cortometraje. Desde el principio de su existencia el cinematógrafo anhela contarnos historias a través de imágenes en movimiento. La popularización de este nuevo invento se obtiene gracias a la dedicación de una serie de pioneros visuales que fueron capaces de elevar sus experimentos al mayor número posible de personas. Los hermanos Lumière inventan el cine entendiéndolo como una cadena de producción en donde su objetivo final reside en la exhibición pública. El séptimo arte alberga técnicas ilusorias, una extraña cadencia mágica en el que las imágenes traspasan cualquier convencionalismo, métrico o temporal. La verdad es que en su nacimiento el cine era corto debido a un problema estructural. Las bobinas de entonces solo podían contener un número limitado de metros, debido a ello las cámaras únicamente podían grabar unos pocos segundos de imagen. Esa limitación física no impide que los relatos primitivos traspasaran todo tipo de fronteras estéticas en pro de una revolución expresiva, inmersiva y emocional, imprescindible para entender el significado mismo del cine.

    El pasado milenario del cine lo guardan algunos nombres fundamentales de nuestra historia. Georges Méliès: los efectos especiales y los relatos fantásticos de Julio Verne como expresión máxima de una mirada del futuro, adelantada a su tiempo. La pareja formada por León Gaumont y su asociada Alice Guy Blanche, los cuales indagaron en las texturas del cinematógrafo hasta tintarlo por primera vez de colores. El emprendedor Charles Pathé, que creó sus propias cámaras. Todos ellos dentro de un espacio de praxis teórica, precine, de combinar diferentes medios, o técnicas antes de vincularlo a un lenguaje puramente narrativo. Más tarde llegaron las pequeñas películas de grandes maestros de la comedia. Buster Keaton, Harold Lloyd, Charles Chaplin. Autores que expresaban cine por medio de sus cuerpos, filmando el gag visual, dando origen a la comedia física del slasptick, también fruto de la comedia del arte italiana o del teatro cómico del absurdo. En España contamos con importantes descubridores en las figuras esenciales de Segundo de Chomón o de José Val del Omar. Cineastas contagiados de una voluntad de transgresión expresiva. Un cine enriquecedor capaz de romper los moldes establecidos e ir más allá de los cánones habituales. Sin duda fuentes inagotables de imágenes poéticas e ideas revolucionarias. Esa senda nos conduce a los grandes cortometrajes de un cine espejo o el cine como gran ojo que todo lo ve. Desde el enigmático El hombre de la cámara de Dziga Vertov hasta la inquietante El perro andaluz de Luis Buñuel.

    A modo de retrospectiva, evitando caer en lo didáctico, está claro que el cortometraje es una realidad desde tiempos remotos. Pero no podemos obviar que esas primeras obras, o ensayos, escondían en el fondo un rápido interés por los formatos largos dentro de los parámetros del cine comercial. El cine ante todo acoge en su esencia original las mismas sustancias de los sueños. Unos sueños cuya alquimia reside en las barracas de feria, en el espectáculo de masas, en los vendedores ambulantes del lejano oeste. Un dispositivo embaucador, misterioso, hipnótico y luminoso. Lo único que importa es trascender, llevando lo más lejos posible sus relatos. El término acuñado por el teórico y critico Noël Burch, «modelo de representación institucional», encajaría muy bien con la naturaleza de lo que ha sido, y es, la industria, «un cine clásico en cuyo interior vivimos todos, espectadores y cineastas, y que funciona para llenar las salas no para vaciarlas». La finalidad de cualquier formato, o de cualquiera de las formas de lo que llamamos cine, es ser disfrutado por el mayor número de espectadores posibles.

    Ahora mismo el cortometraje experimenta una reconversión, en un intento de recuperar un lugar importante en las salas de cine. Los festivales de cine en formatos cortos ayudan, dentro de su modalidad tradicional, a potenciar esa visibilidad en entornos clásicos con proyecciones presenciales. Nuestro Festival Ibérico de Cinema Cortometrajes ocupa una plaza privilegiada en el ranking desarrollando un tejido audiovisual poderoso insistiendo en la exhibición comercial en pantalla grande, bien sean espacios al aire libre, o teatros cerrados de siempre. No pasemos por alto esta oportunidad. En mi infancia o adolescencia era extrañísimo poder ver cortometrajes en los cines. La animación Disney copaba casi todas las pequeñas películas. Mucho antes de la irrupción de Pixar, los cortos en cines eran contados con los dedos de una mano. Recuerdo algunos cortos que marcaron mi época. El de Roger Rabbit Dolor de barriga antes de la proyección de la película Cariño he encogido a los niños. A los que sumaron otros dos más del famoso conejito. Mi preferido es Montaña rusa, justo antes del estreno de Dick Tracy. Tampoco olvido Perro de familia, de trazos más adultos y raros, y si la memoria no me juega malas pasadas lo vimos antes de En busca del valle encantado de la factoría Amblin. Eso sí, para rarunos los cortometrajes del jovencísimo Tim Burton. Vincent lo descubrí en algún VHS perdido, pero Frankenweenie le dio muchos quebraderos de cabeza a la Disney que tenía pensado estrenarlo en cines antes de la reposición de Pinocho y tuvo que posponerlo. Creo que al final se estrenó únicamente en los cines de Gran Bretaña antes de Batman vuelve, la famosa secuela de Burton del hombre murciélago. Aquí en España lo vimos por primera vez también en video doméstico. Luego estaban los cortometrajes españoles. Muy presente, precisamente en el López de Ayala, el divertido cortometraje de Javier Fesser El secdleto de la tlompeta, como introducción a la proyección de El milagro de P. Tinto.

    Las sinergias creativas son constantes en el cortometraje. Por ejemplo muchos cortos sirven de trampolín o embrión para futuros largometrajes. Hay muchos casos, por citar algunos recientes tenemos el de Madre (Rodrigo Sorogoyen), o el de Cerdita (Carlota Martínez Pereda), preestreno en Sundance, y que participará en la sección Zabaltegi del próximo festival de San Sebastián. En el caso inverso, autores de talla internacional como Pedro Almodóvar parecen encontrar acomodo en las historias cortas. Su mediometraje La voz humana ha sido distribuido en las principales salas de cine del país. Un hecho inaudito y que puede sentar precedentes. Su próximo trabajo, un western con Ethan Hawke y Pedro Pascal, ocupara muchas salas como mediometraje. Está claro que existen ventajas en el corto. Un cine que pesa a sus reducciones presupuestarias, o muros comerciales, campa libre sin barreras con mayor flexibilidad y libertad creativa.

    Farrucas (Ian de la Rosa, 2021) (imagen de cabecera) abre la vigésimo octava edición del festival Ibérico. La cinta muestra la realidad de los barrios marginales. En este caso la de cuatro adolescentes del barrio de El Puche en Almería. La música habla mucho de la combinación de raíces, española y marroquí, y sirve de elemento cultural. Regula, mide la amistad entre las chicas. Un relato de miradas, directa y hermosa, entorno a la difícil adolescencia y ambigüedad de los sueños. Las escenas de conjunto recuerdan a las primeras películas de la directora Céline Sciamma, especialmente Bande de filles (2014), a los nuevos cines surgidos de oriente medio y a la excelente Mustang (Deniz Gamze Ergüven, 2015), o la reciente Chavalas (Carol Rodríguez Colás, 2021).

    Fuga (Álex Sardá, 2021) y Chaval (Jaime Olías, 2021) utilizan los vehículos como espacios cerrados en los que cuesta respirar. En la película de Sardá el coche es un encierro, parte del cuadro de ansiedad y crisis de identidad que atraviesa su protagonista. Cuando la cámara está dentro del coche se filma esa cárcel, mientras que en la escena del caballo se representa la libertad, en campo abierto, muy consecuente con el retrato de la masculinidad del western. Lástima que todas las ideas presentes en su guion queden algo reducidas en una puesta en escena santo y seña de las escuelas de cine, con una alargada sucesión de planos de cogotes y arquetipos visuales. De todas formas prevalece su capacidad de generar conciencia y debatir acerca de los conflictos generacionales y las inseguridades modernas. Chaval posee un dominio de la puesta en escena brutal. Rodado en un único plano secuencia. La mayor parte de su metraje ocurre en el interior de una furgoneta. La música electrónica ayuda a urdir una atmósfera malsana, claustrofóbica e inquietante. Un pulsómetro de la acción casi en tiempo real que se asemeja a la de una fiesta rave frenética y acelerada. Tensión, tracción brillante del montaje. Una hábil actualización del cine quinqui con ligeras resonancias del cine de robos y atracos de Daniel Calparsoro.

    La representación portuguesa de la noche se titula Nada Nas Maos (Paolo Marinou Blanco, 2021), una historia de tintes surrealistas pareja a las visiones de Fellini o de Sorrentino con un humor negro que hubiera hecho las delicias de nuestro querido Rafael Azcona. La muerte habla directa a la cámara rompiendo la cuarta pared en un retrato curioso sobre el oficio del funerario. Un mundo de vivos muertos (zombis) y muertos muy vivos. Plastic Killer (Josep Pozo, 2021) pone la guinda a la primera noche del certamen. Buen pulso narrativo jugando con las tendencias del nuevo cine de terror bajo una aproximación irónica y divertida a las actuales políticas de conservación y medio ambiente. Sugerente juego de estilo, con esas angulaciones picadas y contrapicadas, y atractivo uso del color. Destacar el buen hacer de sus intérpretes (José Mota, Laura Gómez –Lacueva, Elisabet Terri), y mención especial a la excelente banda sonora de Óscar Araujo. ⁜


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