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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | El agua

    || Críticas | Cannes 2022 | ★★★★☆
    El agua
    Elena López Riera
    La riada que se las lleva


    Víctor Esquirol Molinas
    75ª Festival de Cannes |

    ficha técnica:
    España, Suiza, Francia, 2022. Título original: «El agua». Dirección: Elena López Riera. Guion: Philippe Azoury, Elena López Riera. Compañías: Alina Film, Les Films du Worso, Suica Films. Distribución en España: Elástica Films. Música: Mandine Knoepfel. Fotografía: Giuseppe Truppi. Montaje: Raphaël Lefèvre. Reparto: Bárbara Lennie, Nieve de Medina, Luna Pamiés, Alberto Olmo. Presentación oficial: Quincena de Realizadores de Cannes. Duración: 104 minutos.


    anexo| Cobertura del Festival de Cannes

    En medio de la nada poligonera, la oscuridad de la noche se rompe con linternas de smartphones y pulseras de luz fosforescente. Del mismo modo, el silencio que debiera reinar en este no-lugar, en estas horas intempestivas, salta por los aires al ritmo de Fiebre, de Bad Gyal, cuya voz auto-tuneada habla en un extraño lenguaje, solo comprensible para la juventud, y que para el resto de personas suena, en el mejor de los casos, a conjuro mágico. Y ahí mismo está la magia, obrando el enésimo de sus milagros: en el estruendo de bases reggaetoneras y la explosión de mil colores, los ojos de una chica encuentran los ojos de un chico, y la mirada de él encuentra la de ella. Y tanto ella como sobre todo él, sienten que ya no quieren mirar nada que no sea esa otra increíble criatura. Y también, por supuesto, sienten la necesidad de dedicar toda su atención auditiva única y exclusivamente a lo que este increíble hallazgo tenga que contar. Porque su voz tiene un magnetismo del que es imposible despegarse, porque su acento es una anomalía perfecta, pero por encima de todo, porque las historias que trae consigo son el lugar donde confluye la sabiduría milenaria con el descaro de quien siente, como una verdad incontestable, que tiene el poder (y la legitimidad) para interpretar el mundo en función de los impulsos dictados por su propio cuerpo.

    Y así, exactamente así, es nuestro primer contacto con Luna Pamies, una actriz cuyo primer trabajo en pantalla parece que no pueda definirse a través de la profesión de actriz, pues lo que hacen los integrantes de dicho gremio es actuar, o sea, transformar la realidad en una ficción, en un elaborado engaño. Mientras lo que hace esta presencia (ahora sí) es ejercer de canal de comunicación de esa verdad, la que late en su interior, la que, sin ser entendida del todo, permite entender lo que sucede a nuestro alrededor. Lo hace (ahí está lo verdaderamente increíble) sin ser arrollada por tan importante misión, sino más bien fusionándose con ella. Porque efectivamente, la revelación de Luna Pamies en la piel de Ana, no es una actuación, sino directamente la encarnación de todo (absolutamente todo) lo que propone una película, la que estamos viendo. Talentos como este, no hay duda, no los encuentras en una prueba de casting, sino que te los cruzas, sin querer, en la calle, o mejor aún, en la salida de una rave. Allí, en ese no-momento, unos adolescentes encuentran sus particulares momentos de intimidad compartida. Toca rebajar las pulsaciones de la farra para evitar comer techo, una vez regresados al hogar; toca comentar la jugada, y hablar sobre esa ciencia ancestral que es el horóscopo, y también sobre el gusto de hacerse bien la manicura, y también toca desfogarse con la desesperante perspectiva de no poder abandonar nunca el pueblo… y por último, toca aventurarse por los cauces del canal en cuya orilla se han asentado. Porque su agua también pide ser escuchada.

    «El agua viene porque el río se enamora, y se enamora de una mujer, y como no puede conseguirla, pues la arrastra y se la lleva abajo con él», cuenta una voz, «El agua es algo que está metido dentro de la mujer. Si se enamora de ti, se mete. Si se te mete, lo sabrás», explica otra. Y más: «O te vas con el río pa que se calme, o te plantas», y más, «Con una oración, es posible sacarte el agua de dentro», y para acabar dar sentido a esta marea: «Mi abuela me lo contó, en su cuarto, en su cama enorme… a mí cada vez me parece más bonita, la historia esta». Sin saber cómo, ya no estamos en la acequia de los chavales; ahora nos hemos instalado en patios, cocinas y salones desde los que nos hablan, en plano medio frontal, y mirando directamente a la cámara, una serie de mujeres cuya experiencia vital está imprimida en las arrugas de sus rostros, en la autenticidad de su ropa, en la humildad de su maquillaje, en la nitidez misteriosa de sus respectivos relatos. Entre todos, componen uno solo. Esa verdad que avanza con la fuerza abrumadora del mito, ese cuento que al escapar de la lógica (racional), intenta poner cierta lógica en nuestro entorno. Y de nuevo, no se acaba de entender… pero al mismo tiempo sí, queda todo tan claro como el agua. Si las películas-río son aquellas cuya narración se abre paso a través del tiempo, haciendo entrar y salir constantemente a los personajes que ocupan la escena, entonces el primer largometraje de Elena López Riera podría ser catalogado como una película riada, pues es como una masa de agua que aparece de la nada, y que deja huella en el paisaje. Su cauce tiene en sus cortometrajes previos, la innegable ayuda de los afluentes (Pueblo, Las vísceras y Los que desean, sus rituales, sus vibraciones y sus memorias están aquí disueltas), y del mismo modo, el cine se descubre aquí como una fuerza atenta a los estímulos que la rodean, y que arrastra consigo todo lo que va encontrando por el camino.

    Para ello, la película se transforma, una y otra vez, como el curso fluvial en el que el líquido elemento se va adaptando a las características cambiantes del terreno. Ahora toma el tono y las formas de ese cine de verano en el pueblo, del que Carla Simón es claramente nuestro más luminoso exponente. Ahora parece una pieza documental; un fragmento de no-ficción que, esto sí, va detrás de la fantasía más desbocada. Ahora queda suspendida en gestos costumbristas, como ese que evidencia que limpiar y pelar alcachofas es en realidad un bello proceso hermanador intergeneracional. Y ahora, por qué no, es un clip vintage de un noticiario de Televisión Guardamar, una cadena regional, donde se junta la prosa de la crónica periodística con la lírica del poeta que sabe, porque así lo siente, que las energías telúricas tienen un impacto directo en el espíritu de los hombres y las mujeres. Entre un punto y el otro, travellings paisajísticos ambientales se solapan con voces en off que surgen de otro lugar, a veces también de otro tiempo. Y ahora, cuando la riada se sabe cerca de culminar su obra, se convierte en un delta: expande sus brazos y proclama abiertamente que quiere (y puede) abarcar el máximo de terreno posible. El agua llega a todos los sitios: hasta que ya no se puede detectar un punto concreto que marque su rumbo; hasta que lo cubre todo. Elena López Riera, cercana a los relatos de Mariana Enríquez, en su capacidad para transmitir tejidos de creencias que parecía que solo pudieran entenderse estando o viviendo allí, retrata la entrada en la edad adulta, y capta los ritmos de los núcleos urbanos periféricos, y reflexiona sobre el peso del folclore en la configuración de la realidad que habitamos.

    ¿Aquella historia que pasaba de boca en boca es verdad? Lo es, porque todo el mundo cree en ella, o acaba creyendo en ella. A todo esto, Luna Pamies sigue brillando, incluso al lado de Bárbara Lennie y Nieve de Medina. Resulta que son nieta, madre y abuela, una familia cuyas tensiones y complicidades internas nos hablan de la sororidad como bastión que aguanta ante las devastadoras acometidas del patriarcado. Allí, en esa fortaleza inexpugnable, se erige un nuevo icono para un corpus mitológico que, ya se ve, sigue avanzando, creciendo, palpitando. Es la historia (de historias) de nunca acabar, la que entiende de dónde viene… la que ahora decide hacia dónde va. ⁜


    El agua, Elena López Riera
    54ª edición de la Quincena de Realizadores.

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