|| FORMACIÓN
El cine de Daniel Guzmán
Columna TAI - abril
Corren buenos tiempos para sacar pecho en el área de cine de la Escuela Universitaria TAI. Al reconocimiento a Álex Pina –showrunner de La casa de papel— en los Fotogramas de Plata, se ha unido el estreno nacional, tras su paso por la sección oficial del Festival de Málaga, de la segunda película de Daniel Guzmán. Tanto Pina como Guzmán son antiguos alumnos del centro. Dos casos de éxito donde el trabajo –durísimo— y la experiencia han sido claves, claro está, junto a la formación. En el caso del madrileño (1973), en el aula halló la perspectiva correcta para encauzar una pasión. Guzmán es (fue y será) actor de vocación. Se hizo un nombre en el set de una de las sitcoms más populares de este país: Aquí no hay quien viva (2003-2006). En ella, daba vida a Roberto Alonso, viva representación del boy next door. De ese tipo cualquiera con el carisma necesario para quedarse con la más guapa del lugar. Aunque en la ficción creada por José Luis Moreno, en realidad, eso era lo menos importante. Esta traslación del 13 Rue del Percebe mapeaba las realidades sociales, políticas e ideológicas que campeaban en la España del nuevo milenio, lastrada extraoficiosamente por el «Efecto 2000». Donde nada funcionaba –y sigue sin funcionar— en los prolegómenos de la siguiente crisis financiera. Una visión, tan estereotipada como divertida, de las carencias morales de una población reducida a una comunidad de vecinos. Ese gusto por el olor a fritanga y las voces en el rellano, de forma involuntaria, impregnaron el espíritu artístico de Guzmán, que, alternándolo con la actuación, paralelamente dio el salto a la dirección.
Y lo hizo con mesura y dedicación. Apostando por pasos lentos pero seguros; apostando por la formación, por cerrar unos estudios que le dieron las pautas en el comienzo de una carrera impensable: a través del formato documental. Su primer trabajo fue Mar de fondo (2003), un mediometraje en el que recorría la costa gallega bañada por fuel y crudo. Una mirada honesta y misericorde a la catástrofe del Prestige. Dar a voz a los invisibles ha sido una de las máximas de su filmografía, ya sea en no-ficción como en ficción. Su segunda pieza, Sueños (2003), fue su primer acercamiento a orillas ficcionales para retratar el escenario que mejor conoce: las barriadas de clase medio-baja. El resultado no pudo ser mejor: Goya al mejor cortometraje de ficción en 2004. Había nacido una nueva estrella directoral en nuestro cine. Su primer largo llegó once años más tarde, pero poco importó esa larga travesía: Biznaga de Oro a la mejor película en el Festival de Málaga y Goya a la mejor dirección novel –y nominado a cinco galardones más. A cambio de nada (2015) extrapolaba todas las obsesiones y ambiciones personales de Guzmán. Esa mirada honesta pero afable de las verdades y mentiras de extrarradio. Historias ligeras en apariencia que esconden dramas perennes. Todo envuelto en una vocación popular que ha formado parte de su idiosincrasia desde sus primeras etapas como actor televisivo. Ese afán de llegar al público rotura su último largo, Canallas (2022), actualización libérrima del cine quinqui que no deja hablar de un contexto pero emociona cuando estrecha las miras y se centra en esa historia de amistad que se sostiene, como la gran mayoría, desde lo imposible. Hablar de promesa cumplida en el caso de Daniel Guzmán sería injusto. Hablaríamos de promesa trabajada. Su cine no deja de ser reflejo de unos ideales donde prima la dignidad y la dedicación. Nunca es tarde para canalizar una pasión. ⁜
* | Artículo que pertenece a una serie de textos creados por EAM en colaboración y coordinación con la Escuela Universitaria de Artes TAI, institución de referencia en la formación en disciplinas artísticas en España con sede en el centro de Madrid y con el mayor campus de artes de España. |