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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Eo

    || Críticas | Cannes 2022 | ★★★★☆
    EO
    Jerzy Skolimowski
    Las últimas fronteras


    Víctor Esquirol Molinas
    75ª Festival de Cannes |

    ficha técnica:
    Polonia, Italia, 2022. Título original: «EO». Dirección: Jerzy Skolimowski. Guion: Jerzy Skolimowski, Eva Piaskowska. Productor: Jerzy Skolimowski. Compañías: Skopia Film, Alia Film. Música: Pawel Mykietyn. Fotografía: Michal Dymek. Montaje: Agnieszka Glinska. Reparto: Isabelle Huppert, Sandra Drzymalska, Lorenzo Zurzolo, Mateusz Kosciukiewicz, Tomasz Organek, Saverio Fabbri. Presentación oficial: Selección oficial Festival de Cannes. Duración: 86 minutos.


    anexo| Cobertura del Festival de Cannes

    Las películas de Jerzy Skolimowski se resisten siempre a quedarse en dicha consideración. Como si esta no fuera suficiente para plasmar todo aquello a lo que el espectador se expone, cuando se enfrenta a ellas. A lo mejor sería más correcto hablar de «manifestaciones artísticas». Entidades que operan casi con voluntad propia; estallidos que, como sucede con su propio autor, parecen surgir de la nada. Como si fueran explosiones de generación espontánea, ese caprichoso milagro de una creación que no obedece a ninguna lógica (reconocible), sino más bien a los inescrutables designios de una divinidad que se divierte con el «mero» acto demiúrgico. En cada una de ellas, y esta no es la excepción, pueden detectarse referencias o simplemente otros títulos con los que nuestro bagaje cultural puede quedarse tranquilo trazando conexiones. Pero cualquier similitud que pueda aparecer obedece tan solo a nuestra necesidad de agarrarnos a algo; de encontrar puntos de apoyo con los que intentar aterrizar, sin morir en el intento, tras una situación que reproduce el vértigo de la caída libre. Las películas de Jerzy Skolimowski, que no son solo películas, serían el equivalente físico y mental a despertarse en un avión en pleno vuelo y, sin ninguna explicación, ser arrojados al vacío. EO, transcripción onomatopéyica del rebuzno de un asno, sigue precisamente a este mismo animal; una criatura que cuenta con tantos papeles protagonistas en tantos precedentes fílmicos, que podría considerarse como un género cinematográfico en sí mismo.

    Y en efecto, antes de que empiece a la proyección, es imposible no pensar en Al azar de Baltasar, obra maestra de Robert Bresson en la que el seguimiento de la vida de un burro debía servir para reflejar la condición humana, es decir, las luces y las sombras (igualmente definitorias) de las personas que se cruzaban en la vida del animal. Más hermanamientos, estos casi automatismos surgidos de un momento histórico en que la cámara siente la necesidad de mimetizar la mirada y los movimientos de los animales con los que se relaciona: Cow, de Andrea Arnold, Gunda, de Viktor Kossakovsky, Kedi (Gatos de Estambul), de Ceyda Torun o Space Dogs, de Elsa Kremser y Levin Peter (incluso el Leviathan de Lucien Castaing-Taylor y Verna Paravel) son solo uno de los muchos ejemplos que nos ayudan a entender estas nuevas pulsiones animalistas que también laten en el cine. El nuevo trabajo de Jerzy Skolimowski se sitúa en dicha corriente, pero como cabía esperar, encuentra en ella sus propios caminos (cuestionando algunos de sus postulados más simplistas). Unas sendas que parece que nunca antes hayan sido exploradas. Un asno yace en un escenario circular, parece que está muerto, pero no, de repente un espasmo muscular activa su cuerpo, una maquinaria orgánica que reacciona a los estímulos que le rodean. En este caso, y en este preciso instante, los destellos de una luz roja estroboscópica, lanzada desde incontables ángulos; con la mala intención de quien no teme provocar ataques de epilepsia. El animal «resucita», y se pone de pie, y se queda plantado, y sin moverse, aparece y desaparece. Se desintegra y se recompone gracias al sofisticado sistema de iluminación del lugar donde se encuentra, una especie de no-espacio que no tarda en descubrirse como el interior de una carpa de circo.

    Esto es un show y, de hecho, dicha percepción impregna buena parte de las etapas en las que se divide el viaje. En ocasiones, como esta que marca el pistoletazo de salida, el espectáculo se impone como una certeza; en otras palpita como una tímida impresión, a lo mejor como otro intento de agarrar algo que se parezca mínimamente a una explicación racional. ¿Qué estamos viendo, oyendo, experimentando? ¿Qué va a venir a continuación? Y nunca da para acertar cuál va a ser el siguiente paso, el siguiente punto de vista… la siguiente (ir)realidad a la que adaptarse. Estas dudas son las auténticas constantes de la ecuación. La asunción de la desnudez como única brújula posible, porque no hay fijación de rumbo posible: vamos allí hacia donde nos empuja el caos. EO es, a la hora de reflejar esto, una espectacular representación de la indefensión de todo ser vivo ante la sucesión de avatares por los que inevitablemente se rige su existencia. De un punto saltamos al siguiente y no hay modo humano ni divino de averiguar cómo vamos a pasar al siguiente, ni mucho menos por qué. El silencio ante estas preguntas resuena en un vacío desasosegante. La ausencia casi total de diálogos (como no podía ser de otra manera) invita a Skolimowski a apoyarse en las imágenes, a exprimirlas y a empalmarlas como lo hacen los más hábiles maestros del cine de animación. En este sentido, y teniendo en cuenta el dinamismo silente con el que se expresa la función, es imposible no pensar en las últimas producciones televisivas de Genndy Tartakovsky, aquellas donde se hace más latente la madurez de quien puede filosofar sin siquiera abrir la boca.

    Jerzy Skolimowski, conviene recordarlo, presenta EO a sus 84 años de edad, y ahora mismo cuesta horrores encontrar en el panorama internacional algún cineasta que haga gala de un espíritu tan joven como el suyo. Su nueva experiencia fílmica es una fábula empecinada en viajar, y con ello, a explorar: alcanzar fronteras, superarlas, empujarlas para así seguir avanzando. Hasta que parezca que ya no haya límites; que estos no hayan existido nunca. El cine como máquina de liberador momento perpetuo, pues con total libertad, toma todas y cada una de las decisiones a nivel narrativo y estético. Ahora estamos en un circo, y ahora en un campo de fútbol, y ahora en un bosque, y ahora esto claramente es una película de terror, y ahora una de ciencia-ficción, y ahora toca reírse de la idiosincrasia polaca (o de una civilización extraterrestre), y ahora el tratamiento del sonido nos indica que estamos dentro de la cabeza del asno, y ahora la paleta cromática de la escena pinta lo que bien podría ser un paraje apocalíptico. Hasta llegar a la única zona que aquí puede definirse como línea de meta: allí donde el sense of wonder llama también a un terror desesperante. ⁜


    EO, Jerzy Skolimowski
    Competición del Festival de Cannes.

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