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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | El hombre del norte

    || Críticas | ★★★★☆
    El hombre del norte
    Robert Eggers
    La épica del ritual


    Raúl Álvarez
    Madrid |

    ficha técnica:
    EE.UU., 2022. Título original: «The Northman». Director: Robert Eggers. Guion: Sjón y Robert Eggers. Productores: Thomas Benski, Garrett Bird, Francesca Cingolani, Robert Eggers, Sam Hanson, Mark Huffam, Lars Knudsen, Arnon Milchan, Yariv Milchan, Michael Schaefer, Alexander Skarsgard. Productora: New Regency, Focus Features, Perfect World Pictures, Square Peg, Universal Pictures. Fotografía: Jarin Blaschke. Música: Robin Carolan y Sebastian Gainsborough. Montaje: Louise Ford. Reparto: Alexander Skarsgard, Ana Taylor-Joy, Nicole Kidman, Claes Bang, Ethan Hawke, Willem Dafoe, Gustav Lindh, Elliot Rose, Phil Martin, Björk. Duración: 136 minutos.

    Como la reciente Lamb (Valdimar Jóhansson, 2021), El hombre del norte le debe en gran medida la fuerza de su concepto al poeta, novelista y dramaturgo islandés Sjón, nombre artístico de Sigurjón Birgir Sigurðsson, antiguo letrista de Björk y libretista de Bailar en la oscuridad (Dancer in the Dark, Lars Von Trier, 2000). En España tenemos la suerte de poder leer buena parte de su obra gracias a la editorial Nórdica, y quienes lo sigan con regularidad sabrán de su querencia, en particular en la novela, por la relación entre lo mitológico, lo mágico y lo geográfico, que conjuga en pasajes donde los personajes suelen comportarse y reaccionar de acuerdo con sus instintos primarios. Por esta razón El hombre del norte guarda antes relación con relatos propios como El zorro ártico (2008), Maravillas del crepúsculo (2011) o Navegantes del tiempo: el mito de Jasón y Céneo (2014) que con el Conan de Robert E. Howard o la Gesta Danorum de Grammaticus, de la que extrae, es cierto, la historia de su protagonista, Amleth (Alexander Skarsgard), un guerrero vikingo que jura vengar el asesinato de su padre (Ethan Hawke) a manos de su hermano (Claes Bang). Esta es además la conocida inspiración del Hamlet de Shakespeare.

    Aunque los referentes literarios más evidentes de El hombre del norte son estos dos últimos, y los parecidos no se le han escapado a ningún aficionado a la fantasía épica, es importante dirigir la mirada a Sjón porque eso es exactamente lo que hizo Robert Eggers cuando decidió que su tercera película, tras La bruja (The Witch, 2015) y El faro (The Lighthouse, 2019), sería un relato primitivo de vikingos. Acaso consciente del carácter prácticamente sagrado de Conan, el bárbaro (John Milius, 1982) y de los aciertos de hitos más o menos cercanos en el tiempo como Valhalla Rising (Nicolas Winding Refn, 2009) o la serie Vikingos (Michael Hirst, 2013-2020), en particular en su manera de combinar brutalidad y rigor histórico, Eggers tenía claro que su visión de la cultura vikinga debía distanciarse y diferenciarse de otras interpretaciones. Es ahí donde entró en juego Sjón, del que es asiduo lector y a quien convenció de subirse al proyecto para crear «una saga original» a partir de la Gesta Danorum y otras sagas nórdicas, así como un listado de filmes que incluía Conan y, en primer lugar, Andrei Rublev (Strasti po Andreyu, Andréi Tarkovski, 1966).

    El resultado se constituye en un viaje telúrico a un tiempo y un lugar, la Islandia del siglo IX d.C., que Eggers invoca empleando el cine como un ritual, esto es, tratando las imágenes como sustancias alucinatorias y dotándolas de un poder transformador capaz de lanzar al público hacia un territorio sensorial que se sitúa más allá de la realidad física. Si cabe hablar del cine como experiencia vívida, dadora de recuerdos que pasan por propios, es precisamente por cineastas que, como Eggers y otros antes que él, caso del mencionado Tarkovski, entienden la imagen como rito de paso a otra dimensión. Portales a esferas inmateriales donde la magia, el horror y/o la fantasía devuelven su significado esencial a viejos mitos y leyendas. En ese territorio, Eggers ha encontrado un magnífico cómplice en la prosa de Sjón, quien no por casualidad, ya en sus inicios en el grupo dadaísta-surrealista Medúsa, surgido en la escena underground de Reikiavik a finales de los años setenta, planteaba de manera precisa esta cuestión en sus poesías: la posibilidad del arte como umbral.

    En lo formal y en lo dramático, El hombre del norte se articula como rito antes que como narración, con todo lo que eso conlleva en términos de lenguaje y construcción de la trama, imaginarios, convenciones de género y definición de personajes. Conviene pensar, quizá, que no asistimos a un relato –que mana de la racionalización de lo inconsciente– sino a un éxtasis –que brota de liberar lo inconsciente–, de tal manera que donde en una película convencional se enuncian acciones que conllevan unas consecuencias coherentes, aquí se manifiestan trances que empujan la acción y los personajes en una dirección imprevista. En definitiva, Eggers y Sjón sustituyen la lógica, y con ella la moral, de una narración al uso, por un estado de ánimo exaltado, y de su mano un código de honor arcaico, que se apoya en instintos y pulsiones básicos. El hombre del norte ofrece en este sentido una sólida recreación del pensamiento pagano de las culturas vikingas antes de que estas entraran en contacto con el cristianismo. El hecho de que Neil Price, autor del soberbio Vikingos: la historia definitiva de los pueblos del norte (2020), sea uno de los tres consultores históricos de la película, despeja cualquier duda a este especto.

    The Northman, Robert Eggers
    Primera (gran) película de estudio del director de La bruja.



    Como buen proto-Hamlet que es, El hombre del norte se erige en reflexión sobre la fortuna del hombre durante sus fugaces días en la tierra. Una criatura que no elige nacer pero viene al mundo; una criatura que no elige a su familia pero debe protegerla; una criatura que no elige sus guerras pero debe combatir en ellas; una criatura que no elige su mortalidad pero muere para ser inmortal; una criatura que no conoce infiernos ni paraísos pero los imagina para abrazar a sus amigos y desterrar a sus enemigos. Una criatura desnuda, ensangrentada y salvaje que sin embargo es capaz de amar.



    En lo estrictamente cinematográfico, cada uno de los tres brujos que asiste a Amleth en su épica venganza oficia a su vez cada una de las tres partes del ritual imaginado por Eggers y Sjón. El primero (Willem Dafoe) introduce lo espiritual como contexto interpretativo de la película; Amleth no desea vengarse por un sentido elevado de la justicia, sino porque su negativa a hacerlo lo arrojaría a las llamas del Hel. La segunda (Björk) descubre a Amleth la posibilidad de un Valhalla terrenal, encarnado en el personaje de Olga (Ana Taylor-Joy), pero también le advierte de las posibles consecuencias de aceptarlo si antes no atiende la demanda de los dioses y de sus antepasados. Y el tercero (Ingvar Sigurdsson) enfrenta a Amleth a la inevitabilidad de su destino, cuando le muestra que la muerte es la única gloria posible para un guerrero vikingo. Cada hechicero provoca un éxtasis, y cada éxtasis desata un segmento de película que aleja paulatinamente a personajes y público de sus respectivas realidades, para sumergirlos en una dimensión extraterrenal en el que hombres y dioses cabalgan juntos. Si en todo rito hay una letanía, aquí esa función la cumple la contundente banda sonora de Robin Carolan y Sebastian Gainsborough. Si en todo rito hay una imagen trascedente, aquí ese mérito le corresponde a la valkiria conduciendo a Amleth a las puertas del Valhalla. Hay planos que justifican películas.

    Aunque complementaria a este análisis de la épica del ritual, mención aparte merece el trabajo del equipo artístico habitual de Eggers desde La bruja. No habría hipnosis ni baile sacrificial sin el montaje de Louise Ford, el vestuario de Linda Muir, el diseño de producción de Craig Lathrop y la dirección de fotografía de Jarin Blaschke. Todos los empeños reman en la misma dirección: volvamos atrás, muy atrás, cuando el bien y el mal no eran categorías morales, sino encomiendas del destino. En última instancia, y como buen proto-Hamlet que es, El hombre del norte se erige en reflexión sobre la fortuna del hombre durante sus fugaces días en la tierra. Una criatura que no elige nacer pero viene al mundo; una criatura que no elige a su familia pero debe protegerla; una criatura que no elige sus guerras pero debe combatir en ellas; una criatura que no elige su mortalidad pero muere para ser inmortal; una criatura que no conoce infiernos ni paraísos pero los imagina para abrazar a sus amigos y desterrar a sus enemigos. Una criatura desnuda, ensangrentada y salvaje que sin embargo es capaz de amar. ⁜


    The Northman, Robert Eggers
    La imagen como sustancia alucinatoria.

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