Cine alemán en la Berlinale 2022 (V)
Axiom (Jöns Jönsson, 2022)
▶ Especial | Cine alemán Siglo XXI*
Transcurrida casi media película, se nos concede una escena de recogimiento con Julius (Moritz von Treuenfels). Hasta entonces le hemos acompañado en situaciones sociales. Que lo veamos al fin a solas consigo mismo no es poca cosa, porque a estas alturas ya sabemos que Julius padece una especie de mitomanía: inventa compulsivamente historias sobre su vida, sin ninguna razón práctica. Jönsson ya ha tensado bastante el relato con los encierros a los que le lleva esta condición como para que la escena de recogimiento sea un alivio. Pero no solo. Un plano medio lateral nos muestra a Julius sentado, hasta que desde el fuera de campo entra una luz que ilumina de pronto su figura. Dos planos más: una vista del sol que asoma por la ventana, un plano detalle de las manos de Julius bañadas por su luz. Entonces, Jönsson corta al título del filme.
¿Por qué nos retrasa Axiom la aparición del título hasta pasados casi cincuenta minutos? Parece claro que el director quiere invocar la existencia de un axioma, una verdad que no se considera que necesite demostración. Si seguimos un diálogo de la película, podemos aventurar cuál: Julius cuenta que, de adolescente, decidió aprender filosofía por un método intuitivo. Esto es, en lugar de seguir un canon de pensamiento que le llevara de un texto a otro racionalmente, escogió lecturas por puro azar, y que, aun así, encontró que afloraban ciertas verdades. Cosas que necesitaba saber.
Si aplicamos este método al conocimiento interpersonal, tenemos el mentado axioma: para construir nuestro conocimiento de cualquier individuo, necesitamos una red de verdades factuales. Por tanto, la mentira deshace esa red y desmorona cualquier verdad personal posible. El Axiom a mitad de película, entonces, aparece en el momento justo en el que ya podemos cuestionarnos la validez de ese axioma. El cineasta ha trabajado cuidadosamente una focalización que nunca abandona a Julius, y que nos inscribe en situaciones claramente demarcadas desde su perspectiva personal. La identificación con un personaje presuntamente antipático se desarrolla así, a base de escenas y planos prolongados que traban nuestra complicidad.
Entonces, esa luz solar que se cuela en el plano citado al comienzo trae consigo una pregunta: ¿puede el hecho de mirarlo iluminar a Julius? ¿Podemos obtener un auténtico conocimiento que vaya más allá de las palabras que improvisa sobre sí mismo? Cada silencio del protagonista, y los gestos o miradas que afloran en él, abre vías para esa posibilidad. Para que, aunque Julius esté condenado en sus relaciones personales a replicar el mito de Sísifo —cada vez que su trama de mentiras le lleva a un callejón sin salida, no le queda otra que la huida hacia adelante e hilar una nueva—, una verdad más intuitiva asalte las imágenes y se quede con nosotros.
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