Espíritu sagrado es una de esas películas difíciles de catalogar por su originalidad y forma, y que cuenta con suficientes atributos cinematográficos como para afirmar que abre nuevos caminos en nuestro cine nacional. Su autor ya consolidó una voz propia en sus exitosos cortometrajes previos, y ahora, al dar el salto al largometraje, ha confirmado su talento. Es un placer haber podido entrevistarle con motivo de su última película.
Pese a tu fama internacional como cortometrajista, el largometraje ha tardado en llegar. ¿Cómo ha sido el recorrido?
Afortunadamente, hasta ahora cuando he querido hacer una película la he hecho. Si Espíritu Sagrado no ha llegado antes es porque no consideraba que el guion estuviera listo. En cuanto lo terminé se lo enseñé a mis amigos productores, que consiguieron financiarlo muy rápido.
¿Entonces el proceso de escritura fue largo?
¡Muy largo! Porque quería un final compacto, que la película fuera como un puño que se va cerrando. Al final todo encuentra su lugar, incluso cosas que en principio parecen chorradas tienen un sentido, un objetivo. Eso es extremadamente complicado y supone una gran ansiedad durante el proceso de escritura, porque piensas que en la siguiente línea que escribas te vas a encontrar con una dificultad insalvable que va a desmoronar todo el edificio argumental que has construido. Fue un alivio ver que, al terminarlo, se sostenía.
Imagino que el proceso de casting fue diferente al habitual.
De hecho, lo primero que decidimos fue que nunca usaríamos la palabra casting. Estábamos buscando gente a la que nunca se les habría pasado por la cabeza apuntarse a un casting, así que desechamos esa palabra en todas las comunicaciones. Publicamos una oferta de trabajo que se movió en los mismos circuitos para currar en una fábrica o en un bar. Allí explicamos que buscábamos gente para participar en una película interpretando a unos personajes que describimos brevemente. Pedimos un vídeo en el que la persona estuviera hablando durante unos minutos de lo que le diera la gana, y a quienes nos interesaron les volvimos a pedir un segundo vídeo en el que estuvieran en silencio delante de la cámara durante unos minutos. Así apareció Nacho Fernández, que interpreta al protagonista: me gustaron sus gestos, su voz, las cosas que me contaba en el vídeo y me dio la sensación de que iba a ser fácil trabajar con él. Además, era físicamente muy parecido a cómo me había imaginado siempre al personaje.
¿Colaboraste con los actores escogidos para perfilar a los personajes?
La idea era incorporar al personaje la personalidad del "actor", no crearla desde cero. Cada personaje adquirió los gestos, tics, acentos, coletillas y demás de quien lo interpretaba. También intenté que no memorizaran demasiado el texto para dejar espacio a lo impredecible. En muchas tomas los actores dicen lo mismo usando palabras totalmente distintas cada vez. Eso enriquece mucho el resultado si buscas una sensación de «realidad», como era mi caso.
¿Cómo trabajasteis el sonido?
Nos planteamos partir de sonidos de la realidad para convertir algunos momentos en más «fantásticos». Por ejemplo, un coche pasa a lo lejos y ese sonido, cuando está a punto de extinguirse, se modula y se estira para que forme una especie de dron sonoro que, casi sin darte cuenta, lo hace todo mucho más extraño. El responsable del diseño de sonido fue Roberto Fernández, con el que ha sido un lujo trabajar.
¿Cuál fue el planteamiento general de la puesta en escena?
Quería una puesta en escena «ecológica». Es decir, no rodar por rodar, no gastar planos. Hay mucho plano secuencia y muchas secuencias pensadas para ser representadas en el menor número de planos posibles. Me interesa mucho lo que cuenta Víctor Erice sobre el cineasta que traslada el guion a imágenes, enmarcado dentro del cine clásico, y el cineasta que «retransmite» el guion, más contemporáneo. Me gustan las imágenes, los encuadres, la distribución de las formas en la pantalla y hacer pequeñas coreografías con las personas y objetos. Me gusta mover la cámara muy poco, de forma que cuando sucede ese movimiento vaya acompañado de cierta sensación de «acontecimiento».
¿Con qué te gustaría que se quedara un espectador de Espíritu sagrado?
Con ternura hacia los personajes y la sensación (quizá algo extenuante, pero bonita) de haber explorado varias sensaciones que no suelen convivir en una misma película. Pienso en mí mismo como espectador y hago las películas que me encantaría ver. Espíritu sagrado es como un camión lleno de todo lo que me obsesiona y me divierte.
¿Tienes ya algún nuevo proyecto entre manos?
He participado en el guion de Balearic, de Ion de Sosa. Creo que va a ser muy especial, muy mágica. También estoy pensando en mi siguiente película, que quizá contenga trazos de más cosas que me interesan. El misterio, el black metal y los carteles pegados en farolas que anuncian cursos de desarrollo personal.