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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Summer of Soul | Disney+

    || CRÍTICAS | en Disney+ | ★★★★★
    Summer of Soul
    Questlove
    Arqueología de un anhelo silenciado


    Juanjo «Egon Blant»
    Barcelona |

    EE.UU., 2021. Título original: «Summer of Soul (...Or, When the Revolution Could Not Be Televised)». Dirección: Ahmir «Questlove» Thompson. Productores: David Dinerstein, Robert Fyvolent, Joseph Patel, Cora Atkinson, Inuka Bacote-Capiga. Compañías productoras: Concordia Studio, Mass Distraction Media, Radical Media, Vulcan Productions. Fotografía: Shawn Peters. Personalidades (documental): Stevie Wonder, B.B. King, Nina Simone, Abbey Lincoln, Mahalia Jackson, Moms Mabley, Jesse Jackson, Mavis Staples, David Ruffin, Cal Tjader, Hunter Gault, Roy Ayers, Ethel Beattty-Barnes, Barbara Bland-Acosta, Mike Boone, Dorinda Drake, Sheila E. Presentación oficial: Festival de Sundance 2021 (Premio del Público y Gran Premio del Jurado al Mejor Documental). Duración: 117 minutos.

    Toni Morrison, la primera escritora negra en recibir el premio Nobel de literatura, declaraba en una entrevista con el sociólogo Pierre Bourdieu en 1994: «Mis libros no responden únicamente a preocupaciones estéticas, así como tampoco exclusivamente a preocupaciones políticas. Pienso que, para poder ser tomado en serio, el arte debe hacer las dos cosas a la vez». Presentado en el pasado Sundance, Summer of Soul (...Or, When the Revolution Could Not Be Televised) es un excitante y conmovedor documental musical que fue galardonado en el festival con el Gran Premio del Jurado y el Premio del Público, y que alcanza de pleno el ideal artístico al que aludía la autora afroamericana. Y es que la fluidez con la que fusiona la denuncia social y política, la detallada aproximación hacia los artistas, las entrevistas realizadas en la actualidad a algunos espectadores que recuerdan el evento y las imágenes y declaraciones de archivo, de diferentes épocas, forman un equilibrado mosaico, donde la apariencia y la esencia confeccionan un todo indisoluble.

    Un año después de los asesinatos del senador Robert Kennedy y del inolvidable Dr. Martin Luther King, se celebró el Festival cultural de Harlem a lo largo de seis fines de semana en Mount Morris Park, Nueva York. Como se sabe, es este un período especialmente convulso en la historia políticosocial de EUA, determinado por la efervescencia cultural en plena lucha por los derechos civiles y el auge del ideario Black Power, con el barrio de Harlem como epicentro. En plena división de la comunidad negra entre los que abogaban por continuar la forma de lucha del Dr. King —desobediencia civil y resistencia pacífica no violenta— y los que, hartos de vivir atropellos sistemáticos, pedían enfrentarse a las injusticias con métodos más radicales, el promotor de conciertos Tony Lawrence, con el apoyo de su «hermano de ojos azules», el alcalde republicano John Lindsey, organizó contra todo pronóstico el primer festival destinado a la ciudadanía afroamericana de carácter multitudinario y gratuito. Lawrence, que era del tipo de persona que podía transformar en carnaval el más gélido funeral de Groenlandia, ejerció, además, de maestro de ceremonias del evento, que en su totalidad reunió aproximadamente a 300.000 espectadores. Hal Tulchin, un veterano realizador televisivo, registró en vídeo unas cuarenta horas de actuaciones del festival, que permanecieron en las sombras de un almacén durante 50 años. A ningún productor le interesó entonces llevar al cine o a la televisión tan prodigioso material, a pesar del éxito de ventas de los discos de artistas afroamericanos, probablemente porque aquí, a diferencia del Festival de Woodstock que se celebraría ese mismo verano, la práctica totalidad del público tenía la piel oscura. De ahí que el agudo subtítulo del documental haga referencia al poeta y músico Gil Scott-Heron y su canción «The Revolution Will Not Be Televised» (1971), todo un clásico de la cultura popular norteamericana que anticipó numerosos elementos inherentes al rap y el hip hop. Afortunadamente, el DJ y periodista Ahmir «Questlove» Thompson acabaría por recuperar las olvidadas cintas para materializar un montaje de dos horas que nos hace partícipes de la atmósfera de celebración de los asistentes y de su deleite al experimentar todas las posibles ramificaciones de la música negra como el blues, el jazz, el góspel, el soul, la música latina o el Motown Sound.

    Para los que consideramos el género documental un «arte mayor», creemos redundantes y cercanos a la mercadotecnia los acostumbrados resúmenes de un par de minutos que nos anticipan los momentos cumbre del filme. ¿Cabe la posibilidad de que un despistado espectador tenga dudas sobre si abandonar su butaca en el cine, una vez comenzada la proyección, o ver algo diferente en el televisor? Poco probable nos parece en una época en la que disponemos de ingentes cantidades de información por medio del smartphone en nuestro bolsillo. No obstante, tras la secuencia de apertura y el 'tráiler', Questlove nos transporta a un apasionante viaje al pasado —el cual reverbera con abundantes cuestiones de nuestro presente—, mediante una titánica e inventiva labor de montaje que imprime un ritmo narrativo y un temple más limítrofe a los atemporales mitos de la tradición oral que a las obras de propósito divulgativo.

    ▼ Nina Simone en Summer of Soul, Questlove
    Gran Premio del Jurado y Premio del público del Festival de Sundance.


    «En un ferviente esfuerzo de memoria y reparación en su debut cinematográfico, Questlove ha concebido Summer of Soul como un documental musical magnético y dinámico, arrebatadoramente emocionante, uno de los más extraordinarios que se han estrenado en los últimos tiempos por su impresionante exposición del espíritu del tiempo que retrata y su contagiosa evocación sobre la arrolladora, ancestral y catártica capacidad de la música para unir a las personas, hacerlas cantar y bailar en hermandad, en armonía, en éxtasis, en paz».



    De la atractiva relación de actuaciones que nos ofrece la película, podríamos resaltar las de gigantes escénicos como Nina Simone, BB King, Sly and the Family Stone, Hugh Masekela, Ray Barretto, Gladys Knight & The Pips, Mahalia Jackson, The 5th Dimension o Stevie Wonder. Este último artista protagoniza una de las primeras escenas potentes del filme, que no son escasas, en la que el joven ciego se comunica con el público en busca de una conexión, un vínculo con el que asegurarles que forman parte de una comunidad, que no deben sentirse solos, que juntos son algo más grande. Es sensacional contemplar cómo resplandece ante los asistentes con tan solo 19 años. Y no menos intensa resulta la actuación que le sigue de Mahalia Jackson, la reina de la música góspel, que a dúo con Mavis Staples interpreta de manera visceral «Take My Hand, Precious Lord» en recuerdo del Dr. King. Sin embargo, es la participación de Nina Simone la que, posiblemente, se quede más adherida a la memoria. Con una apariencia que se asemeja a la de una princesa africana, fiera y flemática a la vez, la compositora, pianista y cantante recibe una de las reacciones más entusiastas por parte del público. En la cúspide de su energía creativa, Simone interpreta canciones con letras llenas de dignidad, de una profunda carga política e incendiaria protesta, como demuestra con la reivindicativa «Blacklish Blues» o el estreno en vivo de su poderoso tema con voluntad de himno «To Be Young, Gifted and Black». Precisamente es en este instante, cuando se alude a los jóvenes negros con talento, el escogido por el realizador para que la periodista Hunter Gault nos relate las duras experiencias de acoso que padeció en 1961 cuando fue la primera alumna afroamericana en la Universidad de Georgia.

    En esta misma línea de visibilizar los anhelos silenciados de todo un pueblo, el realizador pone el foco en las declaraciones de los asistentes ante las cámaras de televisión sobre la llegada a la Luna, en esos precisos momentos, de Armstrong, Aldrin y Collins. Entre las diversas opiniones sobresalen las que reconocen el mérito tecnológico o la arriesgada proeza de lo acontecido, si bien no consideran la hazaña de la NASA más importante que el festival. ¿Nos sorprende el sentir de estas mujeres y hombres, cincuenta años después de tan célebre momento histórico? Los residentes de Harlem y otros barrios de La Gran Manzana padecían graves dificultades económicas en esa época, además de soportar dramas humanos como el arraigado racismo, la guerra de Vietnam —donde el porcentaje de jóvenes negros fallecidos era indicativo de su estatus de «carne de cañón»— o la epidemia de heroína que asolaba por aquel entonces Nueva York. Ante este cúmulo de adversidades, los participantes del Festival cultural de Harlem sentían que vivían algo esperanzador, trascendente, que podía suponer el inicio de la siempre postergada renovación del armazón social, un giro en favor de la igualdad; en definitiva, un cambio positivo en sus vidas.

    Según lo expuesto, en un ferviente esfuerzo de memoria y reparación en su debut cinematográfico, Questlove ha concebido Summer of Soul como un documental musical magnético y dinámico, arrebatadoramente emocionante, uno de los más extraordinarios que se han estrenado en los últimos tiempos por su impresionante exposición del espíritu del tiempo que retrata y su contagiosa evocación sobre la arrolladora, ancestral y catártica capacidad de la música para unir a las personas, hacerlas cantar y bailar en hermandad, en armonía, en éxtasis, en paz. ⁜


    Summer of Soul, Questlove
    Nominada al Oscar a mejor documental.

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