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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Jockey

    || CRÍTICAS | AMERICANA FILM FEST 2022 | ★★★☆☆
    Jockey
    Clint Bentley
    A horse with no name


    Javier Acevedo Nieto
    Salamanca |

    Estados Unidos, 2021. Título original: «Jockey». Director: Clint Bentley. Guion: Clint Bentley, Greg Kwedar. Productora: Marfa Peach Company, Contrast Films. Distribuidora: Sony Pictures Classics. Fotografía: Adolpho Veloso. Música: Aaron Dessner, Bryce Dessner. Montaje: Parker Laramie. Reparto: Clifton Collins Jr., Molly Parker, Moises Arias, Logan Cormier, Vincent Francia, Marlon St. Julien. Duración: 99 minutos.

    Esta luna de derrota y esta tierra de lágrimas que reflejan el abrazo poético (frío y acongojante) que despide a Jackson. El jockey da la espalda al crepúsculo y la luna tensa la cuerda plateada que ata la mirada a la tierra. Un contrapicado muestra los ojos embarrados por la resignación, la mano dolorida aferrando el aire (lo apuñala con los viejos tendones). Al alejarse del crepúsculo, la cámara de Clint Bentley traiciona una visión esencialista de la poesía. ¿Es la poesía una esencia inútil, una intuición relevante sobre nuestra experiencia, un lenguaje específico? Claro que no. La poesía no es una clase natural y carece de esencia. Dentro de su anti-esencia y contra-especificidad reverdece un concepto vacío que espera ser colmado con migajas de felicidad, miseria y satisfacción.

    Cuando el protagonista de Jockey (2021) se aleja contra el crepúsculo tras el último campeonato, podemos aseverar que hay algo de poesía. No es una poesía sincera, ni real, ni verdadera (¡fuera categorías naturales!), es una experiencia que abre abismos: Jackson observa como un pozo que mira al cielo. También es una experiencia de un perdedor que se sabe perdedor. No verán una bonita elegía, ni un sentido obituario filmado en bonitas palabras y sentida música. Mirarán, resignados ante una película pequeña y guarecida en sus pocas palabras, la historia de alguien que asiste al fin de un mundo en el que ni siquiera fue particularmente bueno ni realmente amado. ¿Cuántas historias sobre personas que no fueron amadas? He aquí una historia donde la fealdad del inútil («realmente, a nadie le importamos», espeta otro jockey narcotizado en la cama del hospital) se revela en toda su cualidad poética: zona de silencio e indeterminación —también zona de frustración porque, ¿qué es la frustración sino una forma de cultivar el tiempo en busca de mejores cosechas? —.

    Pues de frustraciones y fealdad trata Jockey. El director Clint Bentley, como su protagonista, parece negar cualquier esencia y especificidad al cine. En el fiel retrato del mundo de jinetes de artríticos sentimientos se conjuga el documental en el tiempo de la ficción hasta conseguir una amalgama visual de tonos, registros y códigos que, en realidad, flotan en una incógnita cinematográfica. A través de la inmersión en el mundo inscrito en imágenes llenas de crepúsculos, que no crepusculares (olvídense de hablar de postwestern o drama intimista, por favor), Bentley vislumbra muy timoratamente los contornos de un cierto lenguaje poético. Decía Genette en Langage poétique, poétique du langage (1969) que el lenguaje poético «no es ser una forma particular, sino más bien un estado (…) con la única condición de que se establezca en torno de él ese margen de silencio que los aísla en medio (pero no lo aparta) del habla cotidiana». En la visualidad familiar de Jockey hay genuinos estados en los que se deja respirar un silencio expresivo que lo dice todo: la derrota, el miedo, la certeza de que nunca fuimos alguien. En esta visualidad tampoco hay grandes interrogantes. Quiero decir, por fortuna no caben las consideraciones sobre los límites del documental y la ficción, sobre el supuesto conflicto entre lo profesional y lo amateur; en definitiva, las cuestiones semánticas (¿es esto un eco del cinema vérité?, ¡a quién le importa!) quedan subsumidas por las cuestiones poéticas, enunciadas en un lenguaje que extiende la vida cotidiana en una imagen más inteligente y emocionante.

    En términos de sinceridad crítica, Jockey es un filme que no quiere cambiar la realidad. Como todas las películas más o menos emocionantes se contenta como permitirnos acceder a grados de sentido, complejidad y sensibilidad que no sabíamos que estaban ahí. Puede que la antecedieran películas más complejas y ambiciosas como Hud (Martin Ritt, 1963) donde el cowboy mítico desmontaba la falsa memoria histórica y petrolífera de una nación; no obstante, cabe preguntarse si, quizá, esos viejos cowboys y esas antiguas películas se quedaron tan atrás como el mundo que reconstruían. En el relato de Jackson, del aspirante Gabriel y de la criadora Ruth el caballo ganador no es el que se resiste contra un mundo ya en ruinas, sino el que se deja atravesar por él. Para su sempiterna desgracia, Jackson es una porosa sombra de otro mundo y su mayor derrota es pensar que, tras esa larga noche de la vida, todavía hay algún amanecer para él. No hay conflicto ni lamento en su historia, pues la película de Bentley evoca una tristeza amarga y anterior al lamento y el quejido de este hombrito. Un tímido relato que (permítanme acabar con algo de poesía de verdad), como dijo Antonio Carvajal, refleja «este no ser más que fracaso y voluntad de ser dichoso». ⁜


    Jockey, Clint Bentley
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