The Burnout Society
Crítica ★★★★☆ de «La peor persona del mundo», de Joachim Trier.
Noruega, Francia, Dinamarca, 2021. Título original: «Verdens verste menneske». Dirección: Joachim Trier. Guion: Joachim Trier, Eskil Vogt. Compañías productoras: Oslo Pictures, Snowglobe Films, arte France Cinéma. Distribuidora en España: Elástica Films. Presentación oficial: Competición del Festival de Cannes (premio a la mejor actriz). Dirección de fotografía: Kasper Tuxen. Música: Ola Fløttum. Montaje: Olivier Bugge Coutté. Producción: Andrea Berentsen Ottmar, Thomas Robsahm. Intérpretes: Renate Reinsve, Anders Danielsen Lie, Herbert Nordrum, Silje Storstein, Maria Grazia Di Meo, Hans Olav Brenner, Marianne Krogh, Vidar Sandem, Sofia Schandy Bloch, Anna Dworak, Eia Skjønsberg, Thea Stabell, Mina Elise Friesl-Stavdal, August Wilhelm Méd Brenner, Lasse Gretland, Deniz Kaya, Karla Nitteberg Aspelin, Savannah Schei, Tumi Løvik Jakobson, Helene Bjørnebye, Karen Røise Kielland. Duración: 121 minutos.
Me prometiste que siempre me querrías. En el suelo de una habitación oscura, un hombre abatido se defiende de una ruptura amorosa. Sus argumentos son frases dichas hace demasiado tiempo, promesas que solo tienen validez una noche pero, en su desesperación, ese hombre las utilizará en un lamentable esfuerzo de evitar el que cree el fin de su existencia. Es un superviviente. Todavía con el juicio nublado, piensa esperanzado que aquella promesa tendrá un efecto vinculante in aeternum, todo tiene sentido en ese estado de enajenación transitoria conocido como el síndrome del corazón roto. La protagonista de La peor persona del mundo sufre una experiencia similar cuando siente que la brecha generacional que la separa de su novio, aquella que un día prometió que nunca sería un problema, comienza a ensancharse y a manifestarse cada día como el punzante recuerdo de una mala decisión que se ha ido postergando demasiado tiempo. Antes de llegar a ese punto, Julie era una joven indecisa, una de las víctimas de esa prometedora promoción de millennials que sí, son expertos en televisión, cine, música… pero su adaptación al presente tecnológico ha quedado en evidencia frente a la Generación Z, quienes han sabido darle la vuelta a la escena sociopolítica mundial hasta el punto de hacer de los youtubers los nuevos ídolos de masas.
La película nos guía por medio de la clásica omnisciencia narrativa a través de los impulsivos actos de Julie, quien cambia sus estudios de medicina por los de fotografía, pasando por psicología, sin más motivo que la presencia de diferentes figuras masculinas hacia las que siente una atracción sexual. Esta postura inicial, que podría malinterpretarse sin mucho esfuerzo, dejará paso a un mensaje mucho menos conservador de lo que parece sobre la posibilidad de reponerse a una o varias malas decisiones –laborales o sentimentales. Será en una de esas aparentes malas determinaciones cuando conozcamos a Aksel, la nueva conquista amorosa de Julie, cuyas primeras palabras en el filme conforman un egoísta discurso sobre su incompatibilidad y la necesidad de no volver a verse nunca más. Esta escena nos proporciona una idea clara del oportunismo machista, pues Aksel parece que solo es capaz de llegar a esa conclusión reveladora sobre su incompatibilidad con Julie y sobre su futuro instantes después de haberse acostado con ella.
Joachim Trier es consciente de que en el mundo moderno no existen las posturas intermedias, y mucho menos en asuntos tan activos como el machismo, donde es necesaria una constante lucha explícita para evitar caer en las grandes lacras sociales representadas por el conformismo o el costumbrismo. Lo que sí hace muy bien el director es evitar los extremos, a causa de esto, no sabría identificar muy bien la postura ideológica de esta película, lo cual me deja una sensación de parcialidad que quizá podría haberse matizado con un poco más de atrevimiento a la hora de presentar ciertos juicios. Pero Trier prefiere hacer transitar su metraje por esa medianía de la sutileza, tratando de no herir la sensibilidad de nadie y aportando a su obra una intencionada dosis de ligereza. En Ideology, Genre, Auteur (1976), Robin Woods menciona que al realizar una película desde un marco ideológico corremos el riesgo de empatizar con los preceptos más opuestos a nuestras propias convicciones. Puede que, por ello, el director haya decidido mantenerse al margen de comentarios demasiado controvertidos. Aunque es el propio Wood quien también menciona que «incluso en un filme que no es explícitamente político, estas tensiones ideológicas nos ayudarán a encontrar expresión e identidad». Solo hay una escena en toda la película en la que Trier podría dejar ver claramente su punto de vista respecto a la lucha feminista, una entrevista entre dos presentadoras de un programa de televisión y Aksel. Lo que prometía ser un modo de publicidad de la última novela gráfica del dibujante, termina siendo un ataque directo contra la misoginia presente en algunas de sus viñetas. Esta escena muestra, no obstante, aquellos extremos de los que hablábamos y, ambos bandos, pese a comenzar dando argumentos muy válidos, parecen tomar en cierto momento posturas demasiado radicales, desacreditando cualquier opinión que pueda tener su oponente sin llegar a escucharse mutuamente, y alcanzando así el mayor grado de ineficiencia comunicativa posible.
▼ Verdens verste menneske, Joachim Trier.
Premio a la mejor actriz en el Festival de Cannes.
Premio a la mejor actriz en el Festival de Cannes.
«Momentos de abstracción de la protagonista, una escena de infidelidad que seguro levantará desacuerdos ente cualquier pareja y la resonancia de muchas preguntas sin respuesta sobre lo que supone ser un adulto hoy, la relevancia de la palabra y la importancia de justificarlo con acciones… todo ello hará que Trier escape del romance convencional y nos vuelva a introducir en ese realismo nórdico tan agradecido en estos tiempos de gran depresión cinematográfica».
Realmente, la comunicación es otro de los grandes problemas sociales de nuestro tiempo; hemos puesto tanta confianza en el progreso tecnológico que somos incapaces de escapar de la esclavitud hiperconectada. Smartphones, redes sociales, metaversos… todos esos avances que deberían haber facilitado la conexión entre individuos, han involucionado en una satisfactoria sensación de constante aislamiento. Julie pretende, cuando la frialdad tecnológica termina por abrumarla, encontrar a alguien que la escuche, la comprenda y, sobre todo, le proporcione el apoyo humano que necesita. Sin embargo, en un mundo en el que una llamada de teléfono tiene una connotación demasiado violenta frente al prefecto distanciamiento comunicativo del WhatsApp, buscar una relación comprensiva y afectuosa de manera inmediata puede hacernos pasar del aislamiento a la total decepción. Este es el punto fuerte de esta película, la manera en la que logra transmitir el abandono, la frustración y el sentimiento de incomprensión de los jóvenes adultos cuando se enfrentan por primera vez al mundo sin esa red de seguridad en pantalla AMOLED.
Con este propósito, Trier estructura el metraje en una serie de capítulos correspondientes a las diferentes etapas vitales por las que atraviesa la protagonista. Sí, es lógico que cuando se quiera representar la vida de una persona se recurra inevitablemente a ciertos hábitos tradicionales y, en realidad, poco representa mejor la realidad del ciclo de la vida como la sucesión de diferentes etapas, así lo dijo Jaques en el segundo acto de As you like it, de Shakesperare, en el soliloquio sobre las siete edades del hombre. Sin embargo, es difícil esconder el desagrado cada vez que una película recurre a esta técnica, de nuevo el maldito narrador intermedio que nos obliga a prestar atención de forma asistida a la pantalla y limita el rango de nuestra mirada, como si pareciera no confiar en su capacidad de síntesis. Sobre todo, este recurso nos molesta especialmente cuando nos damos cuenta de que es el único problema de una narración ejemplar. Puede que aquí sea donde más se note esa levedad pretendida por el director, y que no está presente en sus anteriores trabajos, y puede que, en efecto, sea la manera más económica de evidenciar la vida de Julie, por eso, y por la modélica actuación de Renate Reinsve, sabremos perdonar y disimular nuestro disgusto en cada una de estas interrupciones. Además, Trier no cae del todo en la convencionalidad, y en ese juego dialéctico –e implícitamente violento– entre el hombre y la mujer, y nos deleita con varias escenas muy refrescantes que nos hacen más fácil (o más difícil) olvidar el incidente de los rótulos episódicos. Momentos de abstracción de la protagonista, una escena de infidelidad que seguro levantará desacuerdos ente cualquier pareja y la resonancia de muchas preguntas sin respuesta sobre lo que supone ser un adulto hoy, la relevancia de la palabra y la importancia de justificarlo con acciones… todo ello hará que Trier escape del romance convencional y nos vuelva a introducir en ese realismo nórdico tan agradecido en estos tiempos de gran depresión cinematográfica.
© Revista EAM / Dublín