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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Flee

    || CRÍTICAS | ★★★★☆
    Flee
    Jonas Poher Rasmussen
    En busca del verdadero refugio
    firma:
    Ignacio Navarro Mejía |
    Madrid

    Dinamarca, Suecia, Noruega, Francia, Estados Unidos, España, Italia y Reino Unido, 2021. Título original: «Flugt». Presentación: Festival de Sundance 2021. Director: Jonas Poher Rasmussen. Guion: Jonas Poher Rasmussen y Amin Nawabi. Producción: Final Cut for Real / Sun Creature / Vivement Lundi / Most Film / Mer Film / ARTE / Pictanovo / VPRO / Cinephil / Left Handed Films / RYOT Films / Vice Studios. Montaje: Janus Billeskov Jansen. Música: Uno Helmersson. Dirección artística: Guillaume Dousse y Jess Nicholls. Reparto: Daniel Karimyar, Fardin Mijdzadeh, Milad Eskandari, Belal Faiz, Elaha Faiz, Zahra Mehrwarz, Sadia Faiz, Georg Jagunov, Rashid Aitouganov, Navid Nazir. Duración: 89 minutos.

    A raíz de la guerra de Afganistán y tras el colapso de la Unión Soviética, los talibanes se hicieron con el control de su país e impusieron la ley islámica, caracterizada por la persecución y la intolerancia. Esto ocurrió a principios de los años 90, y quienes entonces eran niños y pudieron salvarse del conflicto, ahora son jóvenes adultos, si bien quedaron marcados por ese trauma. Muchos perdieron su hogar y su familia, tuvieron que refugiarse en el extranjero, y solo con el paso de los años han podido ir adaptándose a su nuevo entorno. El cineasta Jonas Poher Rasmussen conoció así hace tiempo a una de estas personas y se hicieron amigos, en Dinamarca. La complicidad que fueron adquiriendo le permitió entonces al primero ir descubriendo más acerca del terrible pasado de su amigo, y ha decidido llevar su confesión a la gran pantalla. Con todo, el tiempo transcurrido no ha permitido marcar distancias con el horror acontecido. Y es que su estreno en el festival de Sundance del año pasado y su recorrido posterior han coincidido con la vuelta de los talibanes al poder en Afganistán, tras la salida de las tropas norteamericanas, recuperando para mucha gente, en especial los supervivientes de los años 90, el temor de volver a sufrir algo parecido. En este sentido, el visionado de esta película nos exige echar la vista hacia atrás pero, casualmente, incorpora también un paralelismo ineludible con el presente, ofreciendo así una doble lectura. Todos tenemos en mente las experiencias de exiliados y refugiados, que huyen de este nuevo conflicto, por lo que la experiencia de este refugiado concreto, aun correspondiente al pasado, nos resulta mucho más cercana.

    Flee funciona efectivamente a modo de confesión, o de recuerdo, gracias a la entrevista del joven afgano por su amigo director. La narración se estructura entonces mediante flashbacks, que se remontan a su infancia en Afganistán, pasando luego por su larga y penosa estancia en Rusia, antes de recabar en Dinamarca. No hay un claro orden cronológico, sino que las imágenes se van sucediendo siguiendo la memoria del protagonista, al que lógicamente le cuesta abrirse, aun en confianza con su amigo. Y aquí cobra todo su significado la principal y novedosa apuesta de esta película, que es presentarlo todo en animación, a veces dibujada y otras veces mediante rotoscopia. De hecho, los trazos en ocasiones alcanzan un mayor nivel de abstracción, son dibujos apenas delineados, con formas que se confunden y colores que desaparecen, y estos son los momentos en que la historia se detiene en los episodios más traumáticos. La entrevista presente y los flashbacks más extendidos siguen en cambio una animación más nítida, tranquila, de formas simples y estilo pausado, que cumple entonces dos propósitos. Por un lado, facilita el acceso del espectador a una narración, como se ha dicho, a priori de difícil asimilación por la dureza de la historia, por lo que contarla mediante la animación en lugar de la imagen real permite reducir parte de su crudeza y darle un tono más suave. Por otro lado, es una estrategia que favorece el anonimato del protagonista, al que nunca se identifica realmente, sino que aparece con otro nombre, y así, ante la dificultad de lo que nos narra, le otorga un marco idóneo para viajar en su memoria sin revelarse del todo ni padecer expresamente el peso de la realidad.

    En este sentido, la calificación de Flee como película tanto de animación como documental es peculiar. Aunque la animación cede ocasionalmente ante imágenes de archivo de la época, que ayudan a situar una narración donde como decíamos las coordenadas espaciotemporales se tienden a difuminar, los elementos que tendemos a asociar a un documental en general están ausentes. No estamos ante un reportaje ni una entrevista al uso, sino más bien ante un diálogo que, si bien se desarrolla entre el propio cineasta y su amigo y se basa en las vicisitudes de este último, tal como se representan en pantalla, son más personajes que personas reales. Y esto no se debe exclusivamente a su imagen animada, sino a la propia construcción narrativa. Muchas de las escenas que aparecen en pantalla, aun cuando pudieran haber ocurrido en realidad, son inherentes a la ficción, y durante las mismas la voz en off del “entrevistado” sirve como hilo conductor de una memoria parcial que se recrea por el cineasta, más que como una proyección directa de su pensamiento. El mecanismo recuerda un tanto al de Vals con Bashir (Vals Im Bashir, Ari Folman, 2008), que sobre todo se consideró una película de animación, aunque también se determinó en ciertos círculos como un documental. Lo cierto es que estas categorías son flexibles y permeables, la animación se define por la forma y el documental por el fondo, y lo importante es que en ambos filmes tenemos la oportunidad de presenciar hechos asociados a una realidad que se nos presentan con un estilo que trasciende esa realidad.

    Flugt, Jonas Poher Rasmussen | La Aventura.
    Historia en los Oscar al conseguir tres nominaciones a mejor película extranjera, mejor documental y mejor película de animación.


    «Es una historia humanista, pero también arquetípica, donde hay que rellenar el contenido ausente o elíptico mediante datos derivados de la visión que en general se tiene […] de la crisis de Afganistán… relleno al que por lo demás contribuyen las […] imágenes de archivo, que casan con sorprendente fluidez con la animación».


    Centrándonos de nuevo en la obra de Rasmussen, con todo, se diferencia de la de Folman, entre otros aspectos, en su enfoque más intimista. La animación es ante todo una herramienta para proteger la intimidad de su retrato, más que para extrapolar sentimientos y reminiscencias sin ataduras visuales. En otras palabras, es una relación muy concreta la que sustenta la película, y aunque nos falte cierta información sobre estos personajes, como al fin y al cabo lo son, es fácil enmarcarlos en su trayectoria respectiva: la del refugiado y la del propio cineasta. Es una historia humanista, pero también arquetípica, donde hay que rellenar el contenido ausente o elíptico mediante datos derivados de la visión que en general se tiene, como decíamos, de la crisis de Afganistán… relleno al que por lo demás contribuyen las mencionadas imágenes de archivo, que casan con sorprendente fluidez con la animación. Ahora bien, la película se crece igualmente en secuencias ajenas al horror bélico y a la crisis humanitaria, pues hay otro dato personal clave, y es que este refugiado es homosexual. Esto podría añadir otro conflicto con su familia y sus raíces, a priori muy contrarias a todo lo alejado de la heteronormatividad. Queda en segundo plano pero está latente, y se resuelve en un último acto inesperado, incluyendo una especie de secuencia de montaje culminante en una escena liberadora (todo envuelvo en la canción Veridis quo de Daft Punk) de lo más emocionante y catártica. Estamos, en el fondo, ante una película llamativa, comprometida, valiosa tanto por su mensaje como por esos detalles de cine auténtico, cualquiera que sea su formato.


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