Ver a Stefan Zweig
Stefan Zweig: Adiós a Europa (Vor der Morgenröte, Maria Schrader, 2016)
▶ Especial | Cine alemán Siglo XXI*
Parece imposible que un biopic de Stefan Zweig pueda esquivar la pregunta más acuciante que suscita la vida del escritor: su tristísimo suicidio. ¿Qué envenenó el ánimo de un hombre tan lúcido, afable y generoso para llevarle a ese arrebato de desesperación? Si atendemos a la estructura narrativa de Adiós a Europa, resulta claro que Maria Schrader era muy consciente del peso de la cuestión. En primera instancia porque a duras penas cabe hablar de biopic, dado que la cineasta alemana se ciñe a cinco escenas mediadas por amplias elipsis que abarcan cada una apenas unas horas en la vida de Zweig, entre 1936 y 1942, y que esa selección de fragmentos parece orientada hacia la gran pregunta. El largo plano de apertura, una vista fija de una gran mesa dispuesta para un banquete de etiqueta, nos pone sobre aviso tanto del ritmo como de la modulación de la mirada que nos propone Schrader. Se trata de encontrar el rostro del escritor entre la multitud, de acercarnos a él sorteando todos los lenguajes sociales que lo rodean y lo codifican para tratar de arrancar la verdad en su mirada.
De ahí que ese primer episodio arranque con un plano general en el que Zweig tarda varios minutos en aparecer reconocible, y acabe con un primer plano del escritor en el que es explícitamente interrogado. La pregunta enunciada al personaje es de lo más banal —¿le gustaría asistir a un banquete privado?—, pero su silencio como respuesta y el siguiente plano que cierra la escena —Zweig, en escorzo a la izquierda del cuadro, mira a una multitud desenfocada— desvelan que, en su mente, otra pregunta más corrosiva ha tomado forma. A saber: ¿es posible que, como le han insinuado unos minutos atrás, su «isla» de intelectual independiente haya sido anegada por los acontecimientos que asolan Europa? Su relación con el devenir social ha quedado desdibujada —desenfocada, para ser más precisos— por una pregunta-jaque.
Asimismo, resulta de lo más elocuente el corte que sigue al plano descrito, tras el cual un rótulo nos avisa del paso de cinco años. La operación es similar a las cinco escenas que Schrader desarrolla. Su organicidad, construida como experiencia de la duración y del peso del tiempo, ganada minuto a minuto, se trunca al interrumpirse con brusquedad, sin ningún cierre que justifique narrativamente el corte. Si tenemos que buscarles una razón de ser, podemos aventurar que en cada una de esas escenas asistimos al instante decisivo, imperceptible pero acaso legible a partir de la situación, en el que una idea nueva se consolida en el subconsciente. Por eso, quizá, al epílogo que nos enfrenta al trágico final le preceda un último primer plano de Zweig filtrado por la ventanilla del coche. Quizá porque esa mirada se haya velado para siempre, tomada por la desesperación.
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