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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | En un muelle de Normandía

    La grandeza de las historias mínimas

    Crítica ★★★★☆ de «En un muelle de Normandía», de Emmanuel Carrère.

    Francia, 2021. Título original: «Le Quai de Ouistreham». Dirección: Emmanuel Carrère. Guion: Emmanuel Carrère, Hélène Devynck (Novela: Florence Aubenas). Productores: Emmanuel Carrère, Olivier Delbosc, Julien Deris, David Gauquié. Fotografía: Patrick Blossier. Música: Mathieu Lamboley. Montaje: Albertine Lastera. Reparto: Juliette Binoche, Hélène Lambert, Didier Pupin, Emily Madeleine, Evelyne Porée, Léa Carne, Clémentine Tehua, Louise Pociecka. Duración: 107 minutos.

    E l muelle de Ouistreham es una novela publicada en 2010, ganadora de varios premios, que no fue un simple fruto de la imaginación de su autora, la periodista de investigación Florence Aubenas, sino más bien, de un inmersivo experimento sociológico en el que la propia escritora dedicó seis meses de su vida para romper con quien era, construirse una nueva identidad y abandonar su acomodada existencia en París para comenzar desde cero en Caen, una ciudad portuaria de Normandía. Su intención no era otra que la de documentarse para su libro, una obra que hablaría de la precariedad laboral y de esas muchas personas anónimas, a las que la sociedad apenas otorga voz, que trabajan durante interminables horas, muchas veces bajo condiciones vergonzosas, para ganar un mísero sueldo con el que cuesta llegar a final de mes. Aubenas tomó la identidad de una ama de casa cercana a los 50 años, recién separada de un marido infiel y obligada a trabajar por primera vez tras décadas entregada en cuerpo y alma a cuidar de él. A pesar de su carrera universitaria, nunca habría llegado a incursionar en el mercado laboral, por lo que, debido a su inexperiencia, solo encontraría oportunidades como limpiadora, ejerciendo finalmente esa tarea en un ferri junto a otras compañeras que le sirvieron de inspiración para aquello que quería contar, de manera veraz y sin paños calientes. Para Aubenas, una mujer que había sido capturada cinco años antes en Irak por un grupo de insurgentes iraquíes cuando ejercía su trabajo como corresponsal para el diario Liberation, esos meses fueron un baño de realidad en donde pasó a formar parte de ese 20% de la población francesa en situación laboral precaria. Su novela, también adaptada a teatro, llamó poderosamente la atención de la actriz Juliette Binoche, quien no se detendría en su empeño de ver llevada la historia al cine, por supuesto, con ella como principal protagonista. El director escogido para llevar a buen puerto semejante proyecto no ha podido ser más acertado, ya que Emmanuel Carrére contaba con una amplia experiencia como escritor de obras que mezclaban realidad y ficción, siendo sus incursiones en el cine, precisamente, el documental Retour à Kotelnitch (2003) y un drama psicológico como La moustache (2005).

    La mayor diferencia de En un muelle de Normandía respecto a su origen literario residiría en que en su traslado a celuloide se pierde parte del carácter coral del libro. Aquí la gran protagonista es Juliette Binoche, maravillosa como acostumbra, absolutamente desprovista de glamour, con la cara lavada y totalmente convincente en su papel de ambiciosa escritora que se infiltra en una empresa de limpieza para recabar experiencias con las que confeccionar su novela sobre la precariedad laboral. Marianne Winckler, su personaje, es testigo de cómo funcionan las cosas en esas oficinas de empleo, en las que miles de personas, desesperadas por encontrar una ocupación, asumen las condiciones más penosas de los puestos disponibles, aquellos en los que las horas extras están a la orden del día (sin ser pagadas, por supuesto), donde hay que recorrer largas distancias para llegar al lugar de trabajo (se disponga de medio de transporte o no) y en los que la jornada empieza a primerísima hora de la mañana y no finaliza hasta bien entrada la noche, con tal de llevar unos pocos euros a casa. La película adopta, desde esos primeros minutos en los que Marianne comienza su búsqueda de trabajo, un tono extremadamente realista, más cercano al género documental que al de un largometraje convencional, sensación a la que contribuye el hecho de que la fauna de personajes con los que se irá encontrando la protagonista a lo largo de su periplo estén interpretados por actores no profesionales. Esta decisión se revela como un gran acierto, ya que, no solo se respira una gran veracidad, sino que todos los intérpretes noveles entregan unas actuaciones cargadas de sinceridad, destacando, especialmente, la sorprendente Hélène Lambert como Chystèle, una joven y muy humilde madre que trata de sacar adelante ella sola a sus tres hijos, realizando tres turnos diarios como limpiadora, teniendo que desplazarse a pie a sus lugares de trabajo, al no disponer de vehículo propio. Es en este personaje donde En un muelle de Normandía y la propia Marianne ponen el foco para dotar de una voz y un rostro a esos miles de mujeres luchadoras que, como ella, sacan fuerzas de flaqueza para subsistir.

    Le Quai de Ouistreham, Emmanuel Carrère.
    Quincena de Realizadores del Festival de Cannes.


    «Hay auténtica emoción en la historia de amistad entre las dos protagonistas sin necesidad de incurrir en la sensiblería forzada. Es más, cuando todo parece apuntar que la película de Carrère parece deslizarse hacia el típico final complaciente y cargado de buenas intenciones, sorprende con un giro mucho más amargo de lo esperado. También mucho más lógico y, tristemente, real. Algo que engrandece aún más a esta película íntima y pequeña en sus formas, pero grande por lo necesario de su contundente mensaje y por la humanidad que irradian sus espléndidos personajes».


    El espectador asiste a cómo la escritora y Chrystèle, junto a otras compañeras, se dejan la salud limpiando hasta 230 camarotes, con sus respectivos baños, del transbordador, y todo por menos de 8 euros la hora. En la línea de los hermanos Dardenne en su excelente Dos días, una noche (2014), la cinta de Carrère nunca pierde la perspectiva de potente denuncia social, mostrando las dificultades que pasan estas mujeres para no acabar el mes con la cuenta corriente a cero, cómo actividades tan triviales para la mayoría como hacerse un tatuaje para ellas se convierten en un lujo que no se pueden permitir, ya que el cuidado de los niños se lleva la mayor parte del sueldo, y cómo sueñan con una lotería que las aparte para siempre de esos váteres que pasajeros para los que son invisibles ensucian sin miramiento. Pero también hay espacio en el filme para exaltar valores como la amistad, el compañerismo, esa sororidad femenina tan necesaria... En su viaje, Marianne encuentra, no solo a mujeres honradas, honestas y valientes, sino, también, verdaderas amigas a las que, en realidad, está mintiendo. Y ese es otro de los dilemas que presenta la historia, hasta qué punto el fin justifica los medios, y si es lícito que la protagonista, valiéndose de una vida inventada, se aproveche de las vivencias de sus compañeras para dar forma a una novela que, eso sí, reflejaría una realidad necesaria de conocer a fondo y a la que pocos se atreven a mirar a los ojos. Esa disyuntiva se la llega a plantear Marianne, temerosa de la reacción de sus camaradas una vez que conozcan sus auténticos intereses. Sencilla y directa, En un muelle de Normandía, a pesar de los ingredientes dramáticos que adornan su argumento, en ningún momento cae en el maniqueísmo ni en la manipulación sentimental. Hay auténtica emoción en la historia de amistad entre las dos protagonistas, provenientes de clases sociales tan opuestas, sin necesidad de incurrir en la sensiblería forzada, utilizando situaciones tan naturales como esa fiesta sorpresa de cumpleaños o una accidentada noche que acaba con Marianne y sus dos compañeras tomando champagne en un camarote de primera clase. Es más, cuando todo parece apuntar que la película de Carrère parece deslizarse hacia el típico final complaciente y cargado de buenas intenciones, sorprende con un giro mucho más amargo de lo esperado. También mucho más lógico y, tristemente, real. Algo que engrandece aún más a esta película íntima y pequeña en sus formas, pero grande por lo necesario de su contundente mensaje y por la humanidad que irradian sus espléndidos personajes. Si, de paso, la gran Juliette Binoche tiene su oportunidad de regalar otra clase magistral de interpretación, no cabe de duda de que estamos ante uno de los títulos más interesantes de la actual cartelera.


    José Martín León |
    © Revista EAM / Madrid


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