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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Cryptozoo | Filmin

    Zoofobia

    Crítica ★★☆☆☆ de «Cryptozoo», de Dash Shaw y Jane Samborski.

    Estados Unidos, 2021. Dirección: Dash Shaw y Jane Samborski. Guion: Dash Shaw. Producción: Fit Via Vi Film Productions. Montaje: Alex Abrahams y Lance Edmands. Música: John Carroll Kirby. Reparto (voces): Lake Bell, Michael Cera, Emily Davis, Alex Karpovsky, Zoe Kazan, Louisa Krause, Irene Muscara, Angeliki Papoulia, Thomas Jay Ryan, Peter Stormare, Grace Zabriskie. Duración: 95 minutos.

    A estas alturas todos somos conscientes de que el cine de animación no está pensado necesariamente para un público infantil. Son mayoría las películas animadas, antaño llamadas “de dibujos animados”, que tienen como consumidores preferentes a los más jóvenes, pero cada año se estrena también alguna película de esta índole no apta para edades tan tempranas. Esto pasa del mismo modo con las series o los programas de televisión. Los Simpson, sin ir más lejos, han atraído, desde su primer capítulo allá por 1989, a toda una legión de seguidores, que incluyen tanto a niños como a adultos, si bien su contenido no es siempre aconsejable para los primeros. En cualquier caso, su influencia ha sido manifiesta en series posteriores, como South Park, donde el protagonismo infantil funciona como evidente contraste con su temática extrema. Traer a colación este título, entre otros, resulta oportuno porque el que ahora pasamos a comentar nos lo puede recordar en varios sentidos. Desde la violencia irreverente hasta los diálogos categóricos, pasando por una animación parcialmente en 2D cuya inercia y gestualidad la aproxima al stop motion, así como la cercanía resultante del dibujo a mano con la animación por ordenador, nos encontramos ante un filme cuya definición efectivamente nos enfrenta a una paradoja. Sin embargo, más que por el público al que está dirigido o por el estilo que lo caracteriza, dicha paradoja trae causa de su contenido.

    Cryptozoo tiene una premisa interesante: hace referencia a un zoológico reservado a críptidos, esto es, seres mitológicos, mitad humano y mitad animal, u otro tipo de criaturas imaginarias, provenientes de cuentos y leyendas. Todos estos seres, cuya verdadera existencia se presupone en el contexto de esta cinta, quedarían entonces congregados en tal espacio, para evitar la marginación y la persecución que padecen en cualquier otro lugar. Intuimos que su libertad no puede quedar muy garantizada si son encerrados, aunque sea para su seguridad, pero Shaw y Samborski, las mentes creativas detrás de este filme, no desarrollan demasiado este dilema típico. De hecho, el interés de la premisa se ve trastocado por las subtramas que nos alejan del zoológico en cuestión, de escaso atractivo por dos motivos. El primero se debe a una cierta confusión narrativa, pues en algunas de estas escenas parecen pasar muchas cosas o aportarse mucha información, pero son bastante intrascendentes para el devenir general de la historia. Y el segundo se debe al menor poderío visual, con una imagen no siempre sugerente, aunque pretenda serlo, a diferencia del interior del zoológico, donde tanto el uso del color o ciertos motivos pictóricos como la acción y la tensión que envuelven determinados planos permiten ofrecer una puesta en escena más absorbente.

    Cryptozoo, Dash Shaw y Jane Samborski
    Presentada en NEXT del Festival de Sundance.

    «La manera en que se enfatiza ese destino […] concuerda mal con la frivolidad o irreverencia que se advierte en las intenciones de la película y con la propia acción, desarrollada a trompicones, a veces incluso de forma gratuita. En otras palabras, da igual lo que ocurra, porque lo que pretende sobre todo Cryptozoo es provocar».


    Por eso la última parte del metraje, con el desenlace en esta localización principal, es la más impactante. El problema es que las partes anteriores del metraje a duras penas, como decíamos, han logrado captar nuestro interés y predisponernos para ese clímax, donde se decide el destino de los personajes principales. La manera en que se enfatiza ese destino, con un cierto grado de tragedia y ceremonia, además concuerda mal con la frivolidad o irreverencia que se advierte en las intenciones de la película y con la propia acción, desarrollada a trompicones, a veces incluso de forma gratuita. En otras palabras, da igual lo que ocurra, porque lo que pretende sobre todo Cryptozoo es provocar. Ya sean las imágenes perturbadoras, desde esa secuencia a modo de prólogo donde una pareja, tras acostarse desnudos en las inmediaciones de su paisaje, se adentran en el mismo y son agredidos por un unicornio; ya sean los comentarios críticos y mordaces, desde el falso ecologismo de toda la propuesta hasta situaciones y diálogos puntuales sobre el abuso sexual o la corrupción militar: casi todo encuentra su razón de ser en la controversia. Esto puede explicarse por la propia forma artística, aquella alejada de las convenciones, donde es habitual, en efecto, buscar la provocación. Pero si este es el objetivo principal, el mismo queda desdibujado cuando sus factores traen causa de influencias tan claras como algunas de las que hemos mencionado. Entonces cabe pensar que el objetivo sería también, como es natural, estructurar una historia entretenida y hasta fascinante, que no quedara en la superficie o en el efectismo. Con todo, al menos para quien esto escribe, la propia historia produce igualmente un efecto similar al de la mera contemplación de un singular garabato o de una obra chocante: puede tener su gracia, no se ve todos los días y, aunque esté concebida por y para adultos (y en este reparto hay incluso voces de algunos actores reconocidos), da la sensación de que, en el fondo, lo ha podido hacer un niño.


    Ignacio Navarro Mejía |
    © Revista EAM / Madrid


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