Túnel del tiempo
▶ Especial | Cine alemán Siglo XXI*
En un único plano, el que abre la película, la cámara baja las escaleras del metro de Berlín y atraviesa sus andenes. Todo es inequívocamente contemporáneo, como si hubiera salido a grabar un día cualquiera: la decoración, el vestuario de los figurantes, la propia cámara en mano y su textura digital… Pero, cuando el plano vuelve a salir al exterior, sin corte de montaje, nos encontramos de pronto en la Alemania de 1931. La aparición de un puñado de figurantes con trajes de época y unos carteles del Partido Nazi en las paredes bastan para construir la ilusión. Acabamos de atravesar un túnel del tiempo.
La película no abandona desde entonces la ambientación histórica, pero este cortocircuito inicial basta para que quede suspendida justo al borde de su credibilidad. Como si Graf nos estuviera invitando a buscar continuamente dónde podemos localizar algún anacronismo. Además, uno de los límites que se impone es no emplear planos paisajísticos. Los encuadres tienden a la cercanía con los sujetos y a recortar puntos de fuga, de modo que la reconstrucción de la República de Weimar se sostiene por pequeñas estampas. Rincones de las calles e interiores salpicados de vestuarios y coches de época. Poco más.
Todo ello tiene un efecto determinante en el fuera de campo. Ante la mayoría de las escenas, uno no puede evitar la sensación de que, si se nos abriera un poco la vista del cuadro, nos descubriríamos en la realidad y los ritmos del Berlín actual. A lo que contribuye la absoluta heterogeneidad de una imagen antinostálgica, rabiosamente actual: la mentada cámara en mano, angulaciones tortuosas, iluminaciones nada ortodoxas, cambios del formato digital al Súper 8 en una misma escena, un montaje agresivo —Graf puede dar un corte brusco entre planos o bien, como en la apertura, trabar discontinuidades temporales sin cortarlos—…
Graf también emplea una anticipación narrativa que trasciende al relato mismo. Los carteles del Partido Nazi y el año 31 nos anuncian la catástrofe por venir. Cuando Kästner escribió la novela estaba tan a ciegas como su protagonista al respecto, pero aun así intuyó un fatalismo ambiental que traspuso a los infortunios de Fabian. Añadiendo al dispositivo la consciencia histórica que nos da ver las cosas desde 2021, Graf encapsula a Damian no entre un presente hosco —un país con el desempleo y la inflación disparados— y un futuro vagamente amenazador, sino que invierte los términos. Lo incierto, lo que se nos escurre de entre los dedos, es su presente; mientras que la mayor certeza es el futuro bajo el nombre de Adolf Hitler. Al sumar este otro elemento al fuera de campo, lo que tenemos es una fusión entre consciencia histórica y contemporaneidad rotunda, un no-tiempo que a la postre toma el nombre de fatalidad. Un fuera de campo que, puesto en relación con Fabian, lanza la pregunta esencial. ¿Vale la pena sobrevivir para presenciar la Historia?
▶ Versión en alemán
* | Una sección auspiciada por el Goethe-Institut Madrid, institución pública cuya misión es promover, divulgar y promocionar el conocimiento de la lengua alemana y su cultura. |