Chile busca el segundo Oscar de su historia con Blanco en blanco, largometraje de Théo Court que, tras un brillante recorrido por el circuito de festivales, aspira, desde un poderoso aparato narrativo, a dar la sorpresa en la categoría de mejor película internacional. A una semana de conocer la shortlist de quince títulos hablamos con el director hispano-chileno.
Se dice que una vez que la película se proyecta pasa a ser propiedad del espectador. En el caso de Blanco en blanco, presentada hace ya dos años en Venecia, también lo es del tiempo; sigue recogiendo loas y premios. ¿Se esperaba esta acogida con su segunda cinta?
Ha sido un bonito viaje; el que ha tenido y está teniendo aún Blanco en blanco. Insospechado en la medida que toda obra sabemos que es una incertidumbre sobre cómo será acogida y el camino que tendrá. Sobre todo, con filmes que buscan ciertas apuestas formales y que contienen narrativas distintas. Obras que, de algún modo, se buscan a sí mismas en su propio proceso, corriendo unos riesgos que no sabemos cómo serán recibidos.
Y eso que hablamos de un western ¿posmoderno?, un género convertido en reliquia para muchos. ¿Qué significa para usted el Western?
El Western tiene varios aspectos que me son afines: la idea de una microsociedad en construcción, tanto moral como geográfica; la lucha de los personajes ante un paisaje salvaje; el afuerino, su transito y mutación en el trayecto. Pero más allá de estos aspectos, Blanco en blanco es una película en transformación, desde un aparente drama en su inicio hasta llegar y terminar en un Western. Me gusta la idea de ese tránsito y mutación de los géneros, para hablar de otras capas de elementos que subyacen en el territorio: sociales, poéticas y políticas.
En la última década, el cine chileno ha adquirido notoriedad gracias a Pablo Larraín, Sebastián Lelio, Maite Alberdi… ¿Cuál es su lugar en esta nueva corriente?
No creo emparentarme en una corriente determinada. Todos tenemos distintas miradas y aproximaciones, hecho que me parece que habla de la pluralidad y riqueza de las miradas del cine chileno actual.
Creo que tanto ellos como yo y muchos otros hemos abierto un camino internacional inédito en la historia del cine chileno, desde distintas miradas, estilos y estéticas. Compartimos quizás un momento histórico, pero me cuesta sentir que hay una corriente artística propiamente tal.
Y ahora los Oscars. ¿Qué sensaciones tiene?
Primeramente, me siento muy honrado de que la Academia de Chile haya escogido Blanco en blanco para representar a Chile. Luego es un camino complejo ya que hay muchas películas de calidad en la sección a la que aspiramos, pero lo importante es esta nueva revisión y vida que está teniendo la película a raíz de su candidatura.
En un principio, Blanco en blanco representa lo opuesto a lo exhibido en los Oscars…
La sección de películas que optan al premio de mejor película extranjera suele tener una aproximación más autoral diferente a las otras secciones. Allí se han seleccionado películas para representar a sus países muchas veces más radicales y transgresoras incluso que Blanco en blanco, como son los casos de los filmes de Radu Jude o Julia Ducournau. Ahora, Blanco en blanco, si bien tiene una preocupación formal y temporal distinta a lo que podríamos llamar industrial, creo que su temática revisionista de la historia de nuestro continente, exponiendo un conflicto político fundacional, como lo es el genocidio Selk’nam, puede apoyar su candidatura por su contingencia.
¿Se imagina recogiendo un segundo Oscar para Chile?
Sería, no cabe duda, una gran alegría para todos y todas las que participamos en ella, y también para Chile, pero sabemos que es muy complejo. De todas formas, jugaremos este juego hasta el final, sea cual sea el resultado.
| Crítica de Blanco en blanco: En el corazón de las tinieblas |
