Historia y soledad
Familie Brasch (Annekatrin Hendel, 2018)
▶ Especial | Cine alemán Siglo XXI*
Al comienzo, una pintura llena la pantalla. Sus líneas de composición dirigen la mirada hacia dos figuras masculinas, en pie y enfrentadas, que parecen discutir acaloradamente. Absorben la mirada porque este enfrentamiento rompe la frontalidad del cuadro —el resto de sujetos miran al pintor— y, con ello, la naturaleza de su representación. Lo que podría parecer un canónico retrato de familia da cuenta, como por accidente, de un choque de trenes generacional antitético a cualquier armonía.
La imposibilidad del retrato familiar habita dentro del retrato mismo, si volvemos al cuadro. Tal y como nos revela Familie Brasch, buena parte del problema radicó en que los Brasch debían (re)presentarse como retrato, como imagen modélica, de cara a la estrechez de miras del régimen. De puertas (familiares) para adentro la falsedad de tal representación pudo resultar evidente, pero el documental rastrea cómo su fragilidad enunciativa ante la esfera pública precipitó la desintegración de los Brasch. Esto es, que cuando se hizo evidente que el retrato armonioso no era tal, sus destinos quedaron sellados. Horst fue «apartado» por haber sido incapaz de educar a su vástago en los ideales comunistas, y este último acabó en el exilio. El no-retrato vuelve a tomar la pantalla ya cerca del desenlace, solo que esta vez nos fuerza a fijarnos en otra figura. La niña del vestido rosa que, tal y como veíamos la pintura al comienzo, era la única que escapaba de los dos ejes de miradas en la composición: sus ojos se desviaban hacia la parte inferior del cuadro. Una solitaria mirada que se confirma como tal cuando la pintura reaparece en uno de los últimos planos de Familie Brasch, pero ahora vacía del resto de sujetos.
La niña nos remite a Marion, la última de los cuatro hermanos Brasch, que, como Thomas —el mayor—, conformaron una estirpe de artistas atravesada por finales trágicos y precipitados. Una familia sin descendencia de la que el documental recoge su memoria antes de que desaparezcan todos sus testigos. Y ahí, la protagonista absoluta es Marion, que desde los primeros planos en los que aparece ante la cámara se carga de una melancolía sutil pero definitoria. Hay una composición recurrente que rompe con la composición habitual del plano de busto parlante: Marion aparece encuadrada muy en el lateral, desenfocada, y su efigie se aprecia nítida en un espejo al fondo, del que cuelgan fotografías en blanco y negro de sus familiares, todos ellos desaparecidos, de modo que sobreencuadran su rostro. Entonces aflora el peso de la Historia —con mayúscula— sobre una historia de soledad.
▶ Versión en alemán
© Revista EAM / Madrid
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