Cuadros generales
Crítica ★☆☆☆☆ de «Noche de fuego», de Tatiana Huezo.
México, 2021. Título original: Noche de fuego. Directora: Tatiana Huezo. Compañías productoras: Pimienta Films, The Match Factory. Productor: Nicolás Celis. Fotografía: Dariela Ludlow. Montaje: Miguel Schverdfinger. Música: Leonardo Heiblum, Jacobo Lieberman. Reparto: Mayra Batalla, Guillermo Villegas, Norma Pablo, Alejandra Camacho, Olivia Lagunas. Duración: 110 minutos.
Mientras la crítica «intencionalista» retrotrae la complejidad de una obra a las intenciones de su autor, la crítica sociológica la reduce a las circunstancias sociales donde ésta se enmarca. Ambos enfoques, débiles cuando izan su bandera en lo alto, pierden todavía más cualidades si la película en cuestión comparte estos presupuestos en el seno mismo de su creación. Así sucede con Noche de fuego (2021), que desconoce el encanto de la insignificancia y avanza a paso seguro sobre la conversión en valores estéticos de un tipo de intencionalidad —el compromiso político— y un conjunto de datos sociales, que por sí solos supuestamente justifican la existencia de la película. Es decir, es tanto por su responsabilidad asumida ante la realidad social mexicana como por sus deseos de auxiliar a su comprensión, que el resto de elementos cifrados en la obra quedan obviados o subordinados en bloque a este gran caudal explicativo. En el peor de los casos, el pacto firmado entre una película y su interpretación hechas en líneas tan generales puede confundirse con el mutuo entendimiento, el consenso o como queramos llamar a esta complicidad de la medianía.
No sugiero con esto que el cine actúa en una esfera autónoma al hecho social, pero sí que su naturaleza social es irreductible a cualquier otra. Un cineasta que juega a ser sociólogo suele salir mal librado, pues aporta un análisis sobre la realidad más pobre de los ya delineados por otros especialistas. Sin embargo, hay otra manera de encararlo. Mucho se pregona que tanto lo social como lo político son partes constitutivas del cine, pero poco se habla de las formas sociales que pueden brotar de él. Una obra no es sólo sintomática, también es capaz de fundar hechos sociales desde su singularidad. Es muy iluminador el caso de las primeras películas de Tatiana Huezo: El lugar más pequeño (2011) y Tempestad (2016). Son dos aproximaciones documentales con un trabajo de mucho esmero que los hace distanciarse de la realidad inmediata y meditar con gran inteligencia y sensibilidad los impactos que ha tenido la violencia en México desde el calderonismo. No es en vano que Huezo abrió con ellos una etapa muy fructífera para el cine mexicano que hoy ya presenta signos de cansancio. En ese sentido Noche de fuego, volcada a la ficción, sustituye la sutileza de la realidad por su retórica. Mientras en sus obras documentales Huezo concentra en poco tiempo vidas y sucesos extensivos sin que pierdan su magnitud, en su primera ficción distiende a lo largo de la duración un mensaje que, con tan poco que decir, pervive sólo a través de rodeos y caminos indirectos forzados más allá de sus posibilidades. El resultado tiende inevitablemente a la literalidad.
«No «ve mejor» quien ve más rápido ni quien ve lo «importante», mucho menos quien se desembaraza de las contingencias y trata de domar el código blando de la imagen fílmica a través de su constreñimiento discursivo. El cine nunca será una cosecha de frutos prontos».
Esto es producto, a mi parecer, del peso apriorístico que otorga Huezo al compromiso político, así como al mal entendimiento de los alcances y procedimientos del cine para transitar esa vía. Antes de completar el objeto cinematográfico final, probablemente Huezo ya habría visto cumplido su objetivo, conquistado unívocamente con la decisión de su punto de partida (el cine mexicano pasa un mal momento precisamente porque está repleto de puntos de partida y muy pocos puntos de llegada). Noche de fuego señala siempre hacia «fuera» de sus límites, exhibe en cada plano que sus referencias están más allá de su marco, sin que exista una labor para que tengan una correspondencia de peso en términos cinematográficos. ¿A qué conduce esta lógica? A la preponderancia del efecto, de las referencias, de las alusiones, de las metáforas, de las intenciones. Todo lo que evada a la película de asumirse como tal. La ficción, que en Huezo es una especie de revestimiento del mensaje, termina también estorbando: hay un rechazo de los materiales ficticios, aunque sea el único camino que encuentra Huezo para conducirse hasta una realidad de la que parece conocer sólo sus imaginarios mediáticos de los que bebe e importa formas. En una frase, la ficción entendida como la presión ejercida para cerrar la brecha entre quien mira y la realidad que mira. Y sin caer en el argumento banal de que los cineastas sólo deben expresarse sobre lo que conocen, sí es factible, me parece, que trabajen sobre este acantilado que se abre entre lo propio y lo otro; no como un abismo que obstaculiza, sino como un vacío que provoca y desata observaciones sobre la cuestión de la distancia, tan vital para cualquier búsqueda artística. Pero Noche de fuego elude este proceso en favor del impacto y las alfombras rojas donde se habla de todo excepto de la película.
«El rodaje fue una aventura enorme, de nueve semanas, brutal. Teníamos un crew de cien personas, cuando yo llevo veinte años trabajando con equipos de ocho», señaló la directora en entrevista con Nicolás Ruiz. Mientras sus obras documentales aprovecharon los medios escasos, su película de ficción se elaboró, como por imitación de otras producciones, con herramientas sobrantes. El problema claramente no pasa por la elección entre documental o ficción, como si el primero fuera más eficaz para acariciar la realidad y el segundo más reflexivo para los mismos fines. Lo notorio es que los documentales de Huezo se afrontan como arduas tareas de construcción, mientras la ficción no trasciende el agrupamiento efectista de una mirada superficial, más preocupada por su carácter «definitivo» en tanto acercamiento a la violencia del país. No «ve mejor» quien ve más rápido ni quien ve lo «importante», mucho menos quien se desembaraza de las contingencias y trata de domar el código blando de la imagen fílmica a través de su constreñimiento discursivo. El cine nunca será una cosecha de frutos prontos.
© Revista EAM / Ciudad de México