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  • Cine Alemán Siglo XXI

    El gran movimiento

    Mal de altura

    Crítica ★★★★☆ de «El gran movimiento», de Kiro Russo.

    Bolivia, Francia, 2021. Título original: «El gran movimiento». Dirección y guión: Kiro Russo. Fotografía: Pablo Paniagua. Montaje: Kiro Russo, Pablo Paniagua, Felipe Gálvez. Música: Miguel Llanque, Cluster Buster, Anton Blasov. Sonido: Mauricio Quiroga, Mercedes Tennina, Juan Pedro Razzari, Emmanuel Croset. Intérpretes: Julio César Ticona, Max Eduardo Bautista Uchasara. Compañías productoras: Altamar Films, Socavón. Duración: 85 minutos.

    El director boliviano Kiro Russo retoma a su personaje de Elder de su primer largometraje Viejo calavera para trasladarlo del altiplano a la gran ciudad. En ese camino que no vemos y que coloca al minero alcohólico y desnortado en el centro de una protesta laboral por las pésimas condiciones de trabajo, Russo transporta a sus actores hasta un nuevo espacio, igualmente hostil e inhabitable, donde las enfermedades del cuerpo se van confundiendo con las del espíritu. El cambio del campo a la ciudad no mejora las condiciones de vida de un desplazado que termina, junto con sus dos compañeros, desertando de la mina para convertirse en mano de obra explotada. La mutación del espacio, el abandono de un hábitat reconocible y dominado por los mineros aun a costa de su salud, no redunda en beneficio alguno para ellos, obligados a trampear por los negocios, regatear el precio de su fuerza bruta y obligados a moverse en los límites de lo humanamente soportable. En ese entorno no es de extrañar que la reacción de Elder sea la de enfermar, no se sabe bien si como consecuencia de su mermada salud previa, su reacción a la vida sufriente de la gran ciudad o como víctima de un hechizo demoníaco que va paralizando y retardando su actividad física hasta la práctica catatonia.

    Otras dos líneas narrativas se van interrelacionando con las vicisitudes de Elder. La más documentalista, la que recoge el día a día de las calles de La Paz, al menos de las calles donde las clases populares que rozan la extrema pobreza viven y trabajan; y la más esotérica, la que une lo prosaico con lo atávico de las viejas tradiciones indígenas con la presencia de un chamán, medio filósofo medio charlatán que intenta, con la credulidad de quienes rodean a Elder, remediar el mal que poco a poco le consume. Así marcadas las cartas la película asume un espacio de relaciones y protagonistas similar al de Viejo calavera con un diseño sensorial, y sobre todo visual, equiparable a aquella, fortaleciendo el desafío estilístico de un director que opta por actores de casi incomprensible dicción a cambio de potenciar el diseño de un mundo que se asoma, y hasta cae, hacia la irrealidad a base de alcohol y danzas iniciáticas que podrían representar ese gran movimiento del título que intenta, como no conseguía el protagonista en la primera película, acercar a Elder a su propia autoconciencia como persona. Nos mantenemos, de lleno, en el mundo de la docuficción donde creación y documentación se abrazan y danzan.

    Si en Viejo calavera un baile acreditaba la desconexión del personaje con la realidad en que estaba viviendo, en El gran movimiento son otros dos los que representan esa misma situación: el del protagonista y sus amigos que vienen a reproducir el mismo modelo vital pese al cambio de escenario, refugiándose en la borrachera como válvula de escape ante la pobreza y la exclusión; y el de los trabajadores del mercado, de carácter más festivo y ligado a una resignación ante una situación que, dentro de la adversidad, permite mantener un salario y anima a la danza; aspiración a la que quisiera llegar Elder pero de la que se ve excluido por la enfermedad y la precariedad de su situación. El cambio, el éxodo del campo a la ciudad, ni ha mejorado su vida ni ha eliminado el frío que cala sus huesos; si acaso ha potenciado sus alucinaciones, sus viajes astrales que van convergiendo hasta conectar con el chamán que intermediará con el mundo de los espíritus. Si en Viejo calavera la luz prácticamente no hacía acto de presencia, tratándose de una película nocturna y de interiores opacos, la gran ciudad de El gran movimiento no permite asumir una misma concepción formal de la iluminación de los planos porque la noche urbana es menos oscura que la rural, y porque la ciudad ofrece una actividad diurna donde la oscuridad de los personajes no puede ocultar la realidad del exterior.

    El gran movimiento, Kiro Russo.
    Zabaltegi Tabakalera del Festival de San Sebastián.

    «El cine de Russo se crea desde las sombras, externas e internas, de los personajes, para demostrar que los peores trabajos se mantienen en el ámbito del indígena, cuya conexión con la tradición espiritual procedente del pasado se mantiene aún pura y vigente y se transmite entre generaciones».


    Pese a ello, el cine de Russo se crea desde las sombras, externas e internas, de los personajes, para demostrar que los peores trabajos se mantienen en el ámbito del indígena, cuya conexión con la tradición espiritual procedente del pasado se mantiene aún pura y vigente y se transmite entre generaciones. No hay edulcoración posible en el cine de Russo porque la no ficción de sus invenciones cinematográficas se encuentra presente en la puesta en escena urbana e, incluso, en los interiores de casas que apenas merecen el nombre de tales. El alcohol puro emana de los poros de la piel sudorosos de Elder cuya enfermedad no es detectada por ningún reconocimiento médico, como si existiera una amplia capa de la sociedad latinoamericana cuyos males no dependieran de lo físico, sino del mal estado conjunto de estructuras basadas, de manera inmemorial, en la explotación y la dominación cualquiera que sea el nombre que se otorgue al poder. Hay un mal incrustado como un gen en el adn de la población que, desde su nacimiento, conoce y acepta, su mal destino. Quien no se resigna enferma, quien busca una solución mejor se consume. La luz que se proyecta en la frente de Elder es apagada, apenas como una luz de emergencia para guiarse mínimamente en la oscuridad y acertar con la salida. Cuando se repasa, en breves segundos, toda una vida a velocidad de vértigo, la apertura de los ojos no sabremos si responde a un movimiento reflejo de la expiración o al despertar, ahora ya resignado, a la condición de un nadie más y sin futuro.


    Miguel Martín Maestro |
    © Revista EAM / Valladolid


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