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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Seance

    Mal de altura

    Crítica ★☆☆☆☆ de «Seance», de Simon Barrett.

    Estados Unidos, 2021. Título original: Seance. Director: Simon Barrett. Guion: Simon Barrett. Productores: Russell Ackerman, Matthew Baker, Isaac Clements, Adam Wingard. Productoras: Dark Castle Entertainment, Ingenious Films y HanWay Films. Fotografía: Karim Hussain. Música: Sicker Man. Montaje: James Vandewater. Reparto: Suki Waterhouse, Inanna Sarkis, Stephanie Sy, Madisen Beaty, Ella-Rae Smith, Jade Michael, Djouliet Amara, Seamus Patterson, Megan Best y Marina Stephenson Kerr.

    No se le puede negar a Simon Barrett la condición de fanático del terror. En cada uno de sus proyectos, ya sea como director, guionista o ambas cosas, demuestra conocimiento y pasión por las convenciones del género, particularmente en su vertiente más desenfadada, la que pone a un grupo de inocentes en manos de un psicópata. El problema de tanto ardor y entrega, y es algo que también les sucede a sus compañeros de generación Adam Wingard, LC Holt, Lane Hughes, Alex Turner, Ti West y Joe Swanberg, es que sus ideas a menudo funcionan mejor sobre el papel que en pantalla, sobre todo si son ellos mismos quienes las dirigen. La historia cambia cuando aúnan esfuerzos y cada uno hace lo que mejor sabe. Por eso el buen Barrett se ha desplegado bajo la dirección de Adam Wingard, y viceversa, en esos dos hitos contemporáneos que son Tú eres el siguiente (You’re Next, 2011) y The Guest (2014). Cuando el primero escribe y el segundo traduce a imágenes, el resultado asegura, como mínimo, un manejo notable de los tiempos de la acción y el suspense.

    Típico producto direct-to-video que hace su (pequeña) fortuna en el circuito de festivales dedicados al fantástico, Seance deja al espectador solo y desarmado frente a las ocurrencias de un Barrett que se anima a hacerlo todo; y ese todo encalla en los fundamentos mínimos. Una historia predecible, una dirección errática, una producción pobre, una fotografía borrosa, recursos ópticos mal empleados (terrible lo del ojo de pez), un miscasting atroz, nulo sentido del ritmo, humor bajo cero, gore cobardica y una agenda feminista metida con calzador y sin convicción alguna. Solo por estas características, evidentes para cualquier aficionado medio, Seance se desmorona al primer cuarto de hora de metraje, cuando ya sabemos lo que va a pasar y de qué manera. Habrá quien arguya que se trata de un entretenimiento sin ambiciones, una película ligera de madrugada, una gominola para matar el hambre. Podría ser. Sin embargo, no conviene confundir la sencillez con la simplicidad. Seance es simple desde su enunciado básico, el horror teen de sesión de espiritismo, y resulta complicado perdonarle sus chapuzas porque no las compensa ni con humor ni con sangre.

    Si se trata de pasarlo bien, lo cual es tan legítimo como difícil de conseguir en cualquier registro, hace falta un director que ponga en orden las buenas ideas, que las hay, de este guion sin filtros. El propio Wingard, sin ir más lejos, que figura como productor ejecutivo, habría planificado en condiciones cada susto –o amago de– a fin de otorgarle a la narración la tensión de la que adolece. Se cuentan por docenas los planos desequilibrados, con aire injustificado a derecha e izquierda, y el montaje alterna primeros planos y planos medios sin intención expresiva. Barrett se lo pone muy difícil al espectador para sumergirse estética y/o emocionalmente en la historia. También se habría beneficiado la puesta en escena, que apenas saca partido de la academia de estudiantes donde se desarrolla la acción. Presentada al inicio como un diorama o una casa de muñecas –la música de piano, el ligero travelling, la nieve–, Barrett renuncia después explorar los rincones de esta localización con tantas posibilidades. Y no es cuestión de dinero. Las habitaciones, el salón de grados, el despacho de la directora, los pasillos, la biblioteca, los baños comunes, el sótano, los jardines… Hay espacios, muchos, pero pocas ideas para que funcionen como elementos narrativos. Para colmo, no hay rastro de una mínima coreografía en las entradas y salidas de los personajes en cada escenario, lo que otorga al conjunto un desagradable aire de amateurismo.

    Seance, Simon Barret.
    Oficial Fantàstic Competición del Festival de Sitges.

    «Hay cineastas a quienes el largo se les hace un mundo, mientras en las distancias cortas, como directores de piezas breves, son capaces de sintetizar las mejores virtudes de su talento. Barrett brilla cuando le maquillan los guiones con una sólida puesta en escena que juega con la simbología del diseño de producción, o cuando se limita a las travesuras de la saga VHS. En empeños mayores sufre el vértigo del fan que quiere ponerse a la altura de sus ídolos».


    En el tercio final se intuye la intención de levantar por cualquier medio la película, y el resultado es aún más frustrante. En lo dramático, el lesbianismo de Camille (Suki Waterhouse) y Helina (Ella Rae-Smith) tiene toda la pinta de un añadido oportunista de última hora al guion, exactamente igual que el inverosímil giro relativo a los personajes de Trevor (Seamus Patterson) y Bethany (Madisen Beaty). Y en lo narrativo, el clímax en el sótano de la academia abusa del subrayado y la hipérbole, como si de repente Barrett se hubiera dado cuenta de que no ha contado nada. El remate son las máscaras, ridículas en su torpe remedo de las de Tú eres el siguiente. Hay algunos detalles curiosos y divertidos, caso del uso letal que le da Camille a estanterías y fluorescentes, pero se revelan insuficientes para evitar la sensación de tiempo y oportunidad perdida. Hay cineastas a quienes el largo se les hace un mundo, mientras en las distancias cortas, como directores de piezas breves, son capaces de sintetizar las mejores virtudes de su talento. Barrett brilla cuando le maquillan los guiones con una sólida puesta en escena que juega con la simbología del diseño de producción, o cuando se limita a las travesuras de la saga VHS. En empeños mayores sufre el vértigo del fan que quiere ponerse a la altura de sus ídolos.


    Raúl Álvarez |
    © Revista EAM / Sitges Film Festival


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