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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | The Innocents

    Pelea en el parque

    Crítica ★★★☆☆ de «The Innocents», de Eskil Vogt.

    Noruega, Suecia, Dinamarca, Reino Unido, Francia, Finlandia, 2021. Título original: De Uskyldige. Dirección: Eskil Vogt. Guion: Eskil Vogt. Compañías productoras: Bufo, Don’t Look Now, Film i Väst. Fotografía: Sturla Brandth Grøvlen. Música: Pessi Levanto. Diseño de producción: Simone Grau Roney. Vestuario: Marianne Sembsmoen. Producción: Dave Bishop, Celine Dornier, Axel Helgeland, Ragna Nordhus Midtgard. Reparto: Rakel Lenora Fløttum, Alva Brynsmo Ramstad, Sam Ashraf, Mina Yasmin Bremseth Asheim, Ellen Dorrit Petersen, Morten Svartveit, Kadra Yusuf, Lisa Tønne. Duración: 117 minutos.

    EEn 2014, el noruego Eskil Vogt debutó como realizador y guionista con Blind: un drama salpicado de intriga psicológica y humor absurdo. La virtud de esta mezcla de géneros radica en cómo la incertidumbre de su protagonista, una joven que se queda ciega y aprende a vivir de nuevo, afecta a la puesta en escena. Para el espectador, esto se traduce en una estimulante sensación de extrañeza. El truco consiste en una combinación ingeniosa. La inseguridad de Ingrid (Ellen Dorrit Petersen) frente a un mundo fundido a negro desata una vorágine de dudas y suposiciones que contagia a la imagen a través del corte abrupto y la elipsis. Es como si Vogt se mimetizara con el estado confuso de la protagonista —obsesionada con la posible infidelidad de su marido— gracias al sólido montaje de Jens Christian Fodstad y las sutilezas sonoras de Erlend Hogstad. La escena en la que Ingrid resigue con sus dedos la textura de un sofá donde Henrik Rafaelsen permanece inmóvil y culmina con un manotazo sobre el asiento vacío refleja con precisión matemática la mirada táctil de una chica en constante revisión cartográfica de su entorno doméstico. A ratos, Vogt abusa del recurso y parece regodearse en su hallazgo formal, pero las posibilidades que ofrece no se agotan. La erótica de un cuerpo consciente de otro sin necesidad de contacto y un ocasional poder psíquico —con el que Ingrid contagia su invidencia a otro personaje mientras éste cena tranquilamente en un restaurante— refuerzan la dimensión inquietante y sarcástica de la película. Un bizarro thriller, menos radical de lo que podría haber sido, sin miedo a flirtear con los misterios del subconsciente.

    En 2017, Vogt dio un paso más. Su victoria en Sitges, donde se llevó junto a Joachim Trier el Premio Especial del Jurado y el de Mejor guion por Thelma, fue un reconocimiento de justicia. No sólo por sus habilidades como arquitecto de la pesadilla sensorial y el enfoque fragmentado, sino porque abrió un nuevo camino en su cine. El despertar sexual en la Oslo universitaria de una joven sin control de sus poderes sobrenaturales trasladó a Vogt hacia un terreno fantástico que no había explorado aún. La protagonista (una espléndida Eili Harboe) es una suerte de «supermujer» homicida contra su propia voluntad. Ante una intensa pulsión emocional, es capaz de desintegrar un cuerpo o de teletransportarlo sin querer. Lo cual modula los mecanismos del thriller en otra dirección. A diferencia de Blind, el núcleo de la intriga ya no tiene que ver con la (des)orientación de una chica que trata de (re)interpretar el espacio que la rodea, sino con los tormentos de una aprendiz de bruja incapaz de entenderse a sí misma. De nuevo, montaje y diseño de sonido —junto a una atención casi milimétrica por el detalle— integran la herramienta clave de un drama de potencias desatadas y sentimientos reprimidos donde la contención religiosa, los traumas del pasado y el deseo lésbico dispersan un relato que opta antes por acotar que por traspasar límites. Como si Vogt priorizara la síntesis sobre la abstracción.

    The Innocents, segunda película de Vogt en solitario y de nuevo con Christian Fodstad en el montaje, parece una espada de doble filo. Su capacidad para desplegar atmósferas de tensión es indiscutible, pero da la sensación de que, en su cine, el género se antoja antes como una disciplina donde sacar músculo por medio de imágenes impactantes que como una oportunidad para desprenderse del camino habitual y cuestionar las cosas. Desde luego, hay quien podría percibir ésta como una exigencia desmesurada. No le faltaría razón. El problema es que el dominio visual y narrativo que Vogt ha demostrado en los últimos años es tal, que cuando se pone a camuflar estereotipos a través de la puesta en escena —¡por muy magnéticas que sean sus secuencias!— a este crítico no le queda más remedio que buscarle las cosquillas. Especialmente en su nueva propuesta, que cuenta la épica de un grupo de niñas y niños que comparten recreo veraniego en una zona residencial de los suburbios de Oslo y, como si de un juego secreto se tratara, empiezan a desarrollar facultades dignas de un mito de Marvel.

    De Uskyldige, Eskil Vogt.
    Mención especial del jurado en el 54º Festival de Sitges.

    «Vogt apuesta por un trabajo de síntesis que aborda una premisa tan trillada como la destrucción de la infancia a golpe de trauma. Como thriller es un ejercicio competente, pero toda la carga irónica que despierta el título —¿inocentes son los niños o la imagen preconcebida que tenemos de ellos?— acaba reducida a una simple lucha de opuestos».


    La pequeña Ida (la debutante Rakel Lenora Fløttum) acaba de mudarse junto a su familia a un apacible barrio de clase media. Un día, paseando con su hermana autista Anna ( Alva Brynsmo Ramstad, que trabaja impresionantemente con el despliegue de gestos) conoce a Ben y Aisha: dos formas antagónicas de concebir lo sobrenatural. Él (el también debutante Sam Ashraf) es el compañero de travesuras perfecto. Tan despreocupado como peligroso ante el manejo de un don con el que mueve objetos por medio de la telequinesis y transforma la percepción del otro en una experiencia tenebrosa. Ella, en cambio, es pura bondad. Aisha (Mina Yasmin Bremseth Asheim, en una interpretación muy contenida) emplea su poder para ayudar a Anna y liberar su mente. Es un personaje que sirve de contrapunto responsable a las dinámicas de violencia e insensatez que envuelven las distracciones de Ida y Ben. Este diáfano retrato de personajes le sirve a Vogt para elaborar un cuento de terror que se aleja del punto de vista adulto y que despunta mucho más cuando controla el ritmo de sus imágenes que cuando indaga en la condición humana y se pierde en cuestiones de moral a pequeña escala en un relato que se toma demasiado en serio a sí mismo.

    Lo que en Blind era un apunte lisérgico, casi vudú, de una mujer controlando los sentidos de otra como ironía de los celos; y en Thelma, una intriga sobrenatural en forma de puzle introspectivo; se convierte ahora en un artefacto de entretenimiento fantástico, con heroínas escolares incluidas, donde todo resulta más concreto, más identificable. El coguionista de Oslo, 31 de agosto (Oslo, 31. August, 2011) apuesta aquí por un trabajo de síntesis que aborda una premisa tan trillada como la destrucción de la infancia a golpe de trauma. Como thriller es un ejercicio competente, pero toda la carga irónica que despierta el título —¿inocentes son los niños o la imagen preconcebida que tenemos de ellos?— acaba reducida a una simple lucha de opuestos que Vogt enfatiza con el contraste entre una sororidad de apariencia caucásica y el rostro mestizo de un preadolescente conflictivo. Es ahí donde el drama se simplifica y la magia compartida deriva en venganza en un vigoroso clímax capaz de transmutar un parque infantil en mortal tablero de ajedrez. A veces, la mirada cabreada de Ben parece invocar el recuerdo del supervillano alevín, del Brandon Breyer de El hijo (Brightburn, 2019) o de la oscuridad satánica del pequeño Damien en La profecía (The Omen, 1976). Pero la referencia más pertinente la encontramos entre las viñetas de Pesadillas (1980-81), el fabuloso manga de Katsuhiro Ōtomo donde una niña con poderes psíquicos se enfrentaba a un despiadado asesino en un complejo residencial. Vogt reformula aquellas imágenes de la forma más sintética posible, recuperando un imaginario nipón desde una óptica intimista en un contexto europeo como estimulante alternativa a la superproducción contemporánea. Con todo, resulta evidente que este realizador noruego no ha utilizado el género para trascender. Ni parece que lo vaya a hacer próximamente. Pero al menos sabe cómo dejarte clavado en la butaca.


    Carles M. Agenjo |
    © Revista EAM / Barcelona


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