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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | In the Earth

    Un mal viaje

    Crítica ★★★★☆ de «In the Earth», de Ben Wheatley.

    Reino Unido, 2021. Director: Ben Wheatley. Guion: Ben Wheatley. Producción: Rook Films, Neon. Fotografía: Nick Gillespie. Montaje: Ben Wheatley. Sonido: Martin Pavey. Música: Clint Mansell. Reparto: Joel Fry, Ellora Torchia, Hayley Squires, Reece Shearsmith, Mark Monero. Duración: 100 minutos.

    No será una sorpresa ver a qué se ha estado dedicando Ben Wheatley durante los meses de pandemia para todo aquel ya familiarizado con su trabajo. Obviando la impersonal adaptación de Rebeca que presentaba (con más pena que gloria) el pasado año, el realizador nos tiene acostumbrados a productos totalmente irreverentes y singulares. Por eso, cuando se propone rodar su nuevo filme en medio de circunstancias de cuarentena, lo que surge es una pieza como In the Earth, una película inclasificable pero tremendamente coherente con dicha sensibilidad. Una obra, sin duda, digna de ser encontrada en las entrañas de un ecléctico festival de cine como el de Sitges. De hecho, Wheatley es todo un habitual del propio certamen, habiendo estrenado aquí hasta tres de sus anteriores títulos (en una filmografía no especialmente abundante), y conecta con esta fluidez de géneros, tonos y temáticas a la que suele dar cobijo el festival.

    En un inicio, parece que vamos a acompañar a un científico (Joel Fry) y a una guarda forestal (Ellora Torchia) en su excursión hacia una base de investigación en los adentros de un paisaje boscoso. Lo que allí se estudia no queda del todo claro, y dejará de importar definitivamente en cuanto entre en juego el enigmático ermitaño okupa interpretado por Reece Shearsmith, que repite con Wheatley tras High Rise (2015) y, más relevantemente, tras A Field in England (2013). Lo que parecía apuntar hacia códigos de la ciencia ficción, toma tintes de folk horror, marcando así el primer giro de muchos. Llegados a este punto, resuena especialmente un filme que también se pudo ver en el Festival de Sitges, en este caso el de 2017: El ritual, de David Bruckner. Como en la cinta del director de Southbound (2015), el terror y la brujería irrumpen con fuerza también en este relato, pero tampoco en estas claves quiere reposar Ben Wheatley, que metamorfosea incesablemente su propuesta, ahora a golpe de montaje estroboscópico. No podemos pasar por alto el trabajo sonoro, que va de la mano de la música del compositor de confianza de Wheatley, Clint Mansell, también conocido por sus colaboraciones con Darren Aronofsky. En este caso, el director inglés se sirve de la potencia atmosférica de las partituras de Mansell para convertir su pieza en una experiencia sensorial. Más que mostrar, quiere trasladar a pantalla lo que los personajes sienten en sus carnes.

    Pero quizás el primer choque real en In the Earth es comprobar que su publicidad puede resultar algo engañosa. Una cierta burbuja generada a su alrededor promete algo así como una «ficción pandémica». Sin embargo, resulta contraproducente intentar extrapolar de esta pieza alguna reflexión relevante sobre la situación con el coronavirus. Esta, si se quiere, actúa como contexto compartido con nuestra propia realidad, como gag ligero en un par de instantes inconsecuentes (esa PCR in extremis) o como excusa por el hecho de contar con tan pocos personajes, pero poco más. Porque sí, estos se encuentran aislados — de la ciudad, de los demás,... —, pero al final estamos enfrente de una obra que se dibuja y difumina constantemente, caótica en su trayectoria como lo es en sus formas. Sacar conclusiones es forzar el discurso, que se mantiene en todo momento en un plano mucho más superficial, incluso humorístico. A Ben Wheatley se le da muy bien jugar en estos términos, en un mar de modulaciones que van desde lo incómodo y violento hasta ese sentido del humor tan británico, que te saca una carcajada en el momento menos oportuno.

    In the Earth, Ben Wheatley.
    Oficial Fantàstic Competición del Festival de Sitges.

    «Estamos enfrente de una obra que se dibuja y difumina constantemente, caótica en su trayectoria como lo es en sus formas. Sacar conclusiones es forzar el discurso, que se mantiene en todo momento en un plano mucho más superficial, incluso humorístico. A Ben Wheatley se le da muy bien jugar en estos términos, en un mar de modulaciones que van desde lo incómodo y violento hasta ese sentido del humor tan británico, que te saca una carcajada en el momento menos oportuno».


    Su tramo más sugerente llega con el personaje al que encarna la genial Hayley Squires, que también repite con Wheatley, en este caso tras Feliz año nuevo, Colin Burstead (2018). Ella devuelve ese boceto de película de ciencia ficción, ahora mancillado por una capa lisérgica que ha ido haciendo mella a lo largo de los anteriores desvaríos. Llegamos entonces hasta el enorme y misterioso monolito grabado que se encuentra en el corazón del bosque. El director toma prestado el concepto de la Piedra Negra del relato de Robert E. Howard. No es la primera vez que eso sucede en la Sección Oficial del certamen, recordemos En la hierba alta, adaptación fílmica de Vincenzo Natali del libro de Stephen King y Joe Hill que abría la edición prepandémica de 2019. Lo que tienen en común todas estas rocas son las pesadillescas visiones que provocan, como esas con las que Wheatley ha estado embistiendo al pobre personaje (y al espectador) indefenso. Con ella, como sucedía también en The Happening (M. Night Shyamalan, 2008), y en un último giro radical, el orden natural parece estar manifestando su descontento con la gestión humana del planeta. Si la Piedra de Howard representaba alguna orden o ser perdido hace siglos, Wheatley dedica su versión a un ente subterráneo, actual y omnipresente que, desquiciando a los personajes con su influjo, exige comunicarse. Con ritmos propios e incomprensibles, la naturaleza supera lo humano. Como sentencia el relato de Robert E. Howard: «El hombre no siempre ha sido el amo de la Tierra. ¿Lo es ahora?». Aunque, teniendo en cuenta lo ladino que es el realizador inglés, quizás toda esta parafernalia no signifique nada y la única conclusión posible es que la pandemia nos ha dejado tocados a todos.


    Júlia Gaitano Mendizábal |
    © Revista EAM / Sitges Film Festival


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