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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Censor

    Fascinación por la violencia

    Crítica ★★★★☆ de «Censor», de Prano Bailey-Bond.

    Reino Unido, 2021. Título original: «Censor». Dirección: Prano Bailey-Bond. Guion: Prano Bailey-Bond, Anthony Fletcher. Productores: Helen Jones. Productoras: Silver Salt Films, BFI Film Fund, Ffilm Cymru Wales, Film 4. Fotografía: Annika Summerson. Música: Emilie Levienaise-Farrouch. Montaje: Mark Towns. Reparto: Niamh Algar, Michael Smiley, Nicolas Burns, Vincent Franklin, Sophia La Porta, Adrian Schiller, Clare Holman, Andrew Havill, Felicity Montagu. Duración: 84 minutos.

    Todos recordamos el personaje interpretado por Ana Torrent en Tesis (Alejandro Amenábar, 1996) como el de una estudiante de Imagen en la Facultad que preparaba un trabajo sobre la violencia audiovisual y terminaba sumergida en una oscura trama de snuff movies. El incipiente cineasta supo plasmar a la perfección, a través de ella, esa extraña (casi enfermiza) fascinación que la sangre y las imágenes escabrosas ejercen sobre un ser humano que la rechaza y censura abiertamente, pero que cae en la tentación de mirar hacia las vías de un tren cuando es consciente de que ha ocurrido un accidente mortal. Ese placer culpable que muchos espectadores encuentran en la violencia gráfica fue generosamente alimentado en las décadas de los 70 y 80 –pese a que ya existiera algún dignísimo precedente como 2000 maníacos (Herschell Gordon Lewis, 1965)– con multitud de películas en las que el gore fue un ingrediente importante, unas veces más justificado que otras. La matanza de Texas (Tobe Hooper, 1974) dio el pistoletazo definitivo a una serie de títulos que saciaron las ansias de vísceras de los fanáticos de este subgénero, bautizado en 1982 con el nombre de video nasties, siendo especialmente polémicas las cintas de rape & revenge (violación y venganza) que precedieron a La última casa a la izquierda (Wes Craven, 1972) o La violencia del sexo (Meir Zarchi, 1978), o el controvertido caso de Holocausto caníbal (Ruggero Deodato, 1980), cuyos responsables fueron llevados a juicio para probar que no habían existido muertes humanas (animales sí las hubo) reales durante su filmación. El auge del consumo de este tipo de cine violento y “moralmente reprobable” dentro del mercado videográfico del Reino Unido, en pleno gobierno de la muy conservadora Margaret Thatcher, hizo que las autoridades censoras, la BBFC (British Board of Film Clasification), tuviesen más trabajo que nunca al funcionar como filtro para unas películas que eran editadas en video después de haber sufrido los convenientes cortes de metraje para mitigar, en lo posible, cualquier impacto en el espectador (especialmente, el más joven) que pudiera causarle instintos homicidas. Y es que el debate sobre si la violencia en el cine es perjudicial a la hora de despertar mentes perturbadas o si, en realidad, el mal está ahí fuera, dentro de cada uno de nosotros, sin necesidad de ser alimentado, siempre ha existido, desde que crímenes reales fuesen estrechamente relacionados con el visionado de video nasties por parte de los asesinos.

    La ópera prima de Prano Bailey-Bond sumerge al espectador en ese preciso contexto histórico, con la sociedad del Reino Unido de 1985 viviendo apasionadas revueltas obreras contra la policía en sus calles y las películas de bajo presupuesto y alto contenido sádico siendo masivamente consumidas en muchos hogares, como forma de evasión de una realidad muy gris. La protagonista de Censor es Enid, una mujer que trabaja visualizando este tipo de videos con el fin de clasificarlos rigurosamente, recortar escenas que rebasen ciertos límites de violencia gráfica o, directamente, prohibirlos en su totalidad. Cada día, se sienta en una butaca para ser espectadora de todo tipo de imágenes desagradables. Una rutina que ha posibilitado que se cree una coraza con la que su mente sea difícilmente impresionable, por muy sangrientas y grotescas que sean las escenas. El filme de Bailey-Bond se abre con una serie de imágenes gore de distintas películas, perfecto resumen de las constantes del hiperrealista video nasty, que pueden hacer creer que nos encontremos ante una obra tan violenta como ese tipo de cine del que habla. Nada más lejos de la realidad, ya que lo que pretende ofrecer Censor es algo completamente distinto y la sangre está mucho más dosificada de lo que pudiera parecer tras su brutal inicio. El juego que proponen Anthony Fletcher y la propia directora en su guion tiene mucho más de terror psicológico, enfrentando a su heroína a un ejercicio de metacine donde realidad y ficción se confunden continuamente, poniendo en serio riesgo una salud mental ya de por sí algo dañada desde la misteriosa desaparición de su hermana Nina en un bosque, cuando ambas eran adolescentes. Desde entonces, Enid ha convivido con el trauma, el sentimiento de culpa ante unos padres que, años después, ya están resignados a que su hija esté muerta, y su propia necesidad de encontrar un cierre a aquel episodio del pasado que le impide avanzar. La entrada en escena de un sanguinario delincuente apodado “el asesino amnésico” –al que la prensa relaciona con el visionado de una de las películas que, previamente, habrían pasado la censura de Enid, por lo que su profesionalidad queda puesta en tela de juicio– y el descubrimiento de supuestos paralelismos entre algunas de las historias mostradas en obras de un enigmático productor con su propio pasado, funcionan como detonante para que la protagonista comience un viaje físico e interior que podría llevarla ante las respuestas que solicita o hacia las mismas entrañas de la locura.

    Censor, Prano Bailey-Bond.
    Sundance 2021 & Oficial Fantàstic Competición del Festival de Sitges.

    «La fotografía de Annika Summerson cumple de forma notable su función de dotar a la película de una apariencia elegante y atemporal, haciendo de ella una experiencia profundamente perturbadora que avanza desde la sobria contención de su primera hora a un tramo final mucho más desmelenado, donde lo onírico y lo sangriento se dan la mano para crear imágenes de gran belleza estética».


    Censor es un debut en el largometraje ciertamente fabuloso, que lejos de adherirse a esa corriente nostálgica que trata de capturar en la gran pantalla unos 80 coloristas y luminosos, prefiere recuperar esa estética sucia y sórdida de modelos más “marginales”, como el William Lustig de Maniac (1980) o el Abel Ferrara de El asesino del taladro (1979) –algunas de sus escenas más brutales aparecen fugazmente en la apertura–, aunque si hay un cineasta actual en el que Bailey-Bond pueda verse reflejada, ese es Peter Strickland, quien en la notable Berberian Sound Studio (2012) ejecutó un ejercicio de estilo similar, homenajeando al giallo y su influencia está presente en cada fotograma de Censor. Se trata de una cinta de atmósfera muy opresiva, rodada en su mayor parte en interiores que muestran las oscuras salas de proyección donde los censores realizan su trabajo con las películas; o lúgubres videoclubs donde se alquilan, de modo clandestino, títulos que han sido aparentemente prohibidos y apartados de la circulación —la inmersión de Enid en su turbia investigación por los bajos fondos de las redes de tráfico de cintas de video peligrosas recuerda a la emprendida Nicolas Cage en la minusvalorada Asesinato en 8 mm. (Joel Schumacher, 1999), si bien la propuesta de Bailey-Bond es mucho menos comercial—. La fotografía de Annika Summerson cumple de forma notable su función de dotar a la película de una apariencia elegante y atemporal, haciendo de ella una experiencia profundamente perturbadora que avanza desde la sobria contención de su primera hora a un tramo final mucho más desmelenado, donde lo onírico y lo sangriento se dan la mano para crear imágenes de gran belleza estética. Un recorrido similar al que realiza Enid, excelentemente interpretada por Niamh Algar, que pasa de la frialdad y hermetismo iniciales a un registro considerablemente más desatado, regalando un personaje femenino que podría calificarse de icónico en el reciente cine de terror, protagonista de uno de los clímax finales más perturbadores que se han podido ver en mucho tiempo. Más allá del horror físico y explícitamente violento, Censor habla de los mecanismos de la mente y de cómo esta es capaz de censurar y editar selectivamente recuerdos como si de una video nasty con las que trabaja su protagonista se tratase. Habrá que seguirle la pista a su realizadora en el futuro, ya que su ópera prima cuenta con todas las papeletas para ser aclamada como obra de culto instantáneo.


    José Martín León |
    © Revista EAM / Madrid


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