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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Madres paralelas

    Imágenes líquidas, cuerpos sin cuerpo

    Crítica ★★★★☆ de «Madres paralelas», de Pedro Almodóvar.

    España, 2021. Título original: «Madres paralelas». Dirección y Guion: Pedro Almodóvar. Compañías productoras: El Deseo, TVE, Remotamente Films. Música: Alberto Iglesias. Fotografía: José Luis Alcaine. Montaje: Teresa Font. Diseño de escenarios: Vicent Díaz. Producción: Agustín Almodóvar, Esther García. Reparto: Penélope Cruz, Milena Smit, Israel Elejalde, Aitana Sánchez-Gijón, Rossy de Palma, Julieta Serrano, Daniela Santiago, Adelfa Calvo, José Javier Domínguez, Inma Ochoa, Trinidad Iglesias, Carmen Flores, Arantxa Aranguren, Ana Peleteiro. Presentación Oficial: Mostra de Venecia. Duración: 123 minutos.

    Cuando en un futuro se escriba de Madres paralelas, ¿qué clase de película será recordada? Quizás se la evoque por los magnéticos monólogos que aterran (con la gravitas natural que solo las grandes actrices de teatro sueñan con sostener) el destino trágico de tantísimas mujeres en el presente siglo, sacrificadas al Dios del doble trabajo: el profesional y el no remunerado. Pero los soliloquios pesan lo que las palabras; se desvanecen al menor soplo. Incluso la titánica confesión de Teresa-Aitana Sánchez-Gijón ante Janis-Penélope Cruz (ya se sabe que en el Universo Almodóvar les intérpretes trascienden sus máscaras para devenir puro signo), desaparecerá en el aire eventualmente y sus dolidas reflexiones acerca de una de las decisiones más importantes de su vida serán suplantadas por un diálogo juguetón cualquiera: «Los actores son todos de izquierdas», espeta de repente Teresa a Janis. Ella replica, curiosa acerca de estos «actores» entre los que la mujer no se incluye: «Y tú, ¿de qué eres? – Yo, yo soy apolítica. Mi trabajo es gustarle a todo el mundo».

    Puede, también, que en unos años miremos a la película de Almodóvar como referente de un cambio de actitud necesaria en tiempos de auge del fascismo. Entonces indicaremos cómo Janis respondió tajantísima a su querida Ana-Milena Smit, cuando esta se atrevió a repetir un argumento indigerido y ampliamente cultivado por la extrema derecha: la memoria histórica no trae más que discordia. Nos marcharemos con ellas fuera de la pantalla, a un contexto plenamente contemporáneo y que da sentido a una película explícitamente política (atiende directamente la necesidad de la memoria histórica). Al mismo tiempo, aguantaremos el aire al entrar en las aguas cristalinas de la metaficción, que dan forma y sentido a las orillas de sus portavoces. Luego hablaremos, claro, del brillante ensayo teatral de Doña Rosita la soltera, letras firmadas por el mejor poeta en ser enterrado en alguna cuneta.

    Cuál de todas las capas que conforman la última de Almodóvar quede como objeto de nuestro recuerdo, eso es algo que resolveremos en un futuro. Quizás lo más seguro sea quedarse en una sola verdad, aun provisional: que el cambio se encuentra en el núcleo duro de la propuesta, que ingrávida acepta en su seno una transformación constante, la impermanencia. Así pues, solo podremos afirmar que Madres paralelas es de una forma cuando finalmente deje de serlo. Una apreciación que traslada la propia historia al terreno seguro que es el pasado y, píldora de presente, la salvaguarda del paso del tiempo. Parece natural que ya hablemos de Madres paralelas como si fuera un clásico. Responde la película a una relectura espiritual de otro bombón plenamente presentista y sin embargo, conservado en el altar del culto: Todo sobre mi madre (1999) representaba la cara A de la historia, el anverso luminoso de una historia vuelta trágica. En ella, ante el abandono materno, una jovencísima Hermana Rosa (Penélope Cruz) era acogida, como aquí lo es Ana, por una familia no biológica pero definitivamente funcional. Aunque vuelta sobre sí misma, la historia se repite. Ahora es Penélope Cruz quien acogerá a una joven asustada, tras haber dado a luz a sus respectivos hijos al mismo tiempo, en el mismo hospital. Como no hay teléfonos, claro, el destino querrá que se rencuentren años más tarde y que, incluso entonces, compartan de forma íntima todo el afecto que han cultivado como mujeres y como madres. En fin, en el cruce entre melodrama, tragedia de enredos y thriller de intrigas, aparece uno de los mil rostros de la película.

    Madres paralelas, Pedro Almodóvar.
    Aspirante al León de Oro de la Mostra de Venecia | Imágenes: El Deseo.

    «La transición entre estados, por lo tanto, deviene en la última película de Almodóvar una cuestión puramente humana, desvinculada del todo para con la imagen. Sin artificios rimbombantes de por medio, ya puede ser Madres paralelas un melodrama, un thriller o una comedia romántica, que el mundo diegético volverá líquidos todos sus rasgos inherentes, ahora en constante traspase».


    Sin embargo, un cambio no tiene propiedad estética de por sí… Aunque, comparándola otra vez con Todo sobre mi madre, adivinaremos que las transiciones entre estados diferentes habrán perdido con los años su cuerpo, la poca materialidad que tenía su forma. El fin de siglo se imaginaba a sí mismo como un «algo» que plasmar, por lo que en el «clásico» de Almodóvar abundan transiciones que, aun ensamblando fragmentos muy disímiles, disponen aún de una marca definitoria. Aquí acaba un tono y empieza otro: largas tomas encima de un tren en movimiento, cortinillas de colores contrastados, cartelas indicativas con tiempos de olimpíada… No obstante, hoy el cambio es más sutil, menos inmanente. Llega cada vez que alguien abre o cierra una puerta (las hay muchísimas en la película) o paladea siquiera un cambio de registro teatral. La transición entre estados, por lo tanto, deviene en la última película de Almodóvar una cuestión puramente humana, desvinculada del todo para con la imagen. Sin artificios rimbombantes de por medio, ya puede ser Madres paralelas un melodrama, un thriller o una comedia romántica, que el mundo diegético volverá líquidos todos sus rasgos inherentes, ahora en constante traspase. ¿Qué permanecerá? Fácil: aquelles que sigan yaciendo muertes y enterrades debajo tierra, en cualquier cuneta. Poder ayudar a que descansen en paz depende, en fin, de fuerzas que superan el cine.


    Mariona Borrull Zapata |
    © Revista EAM / 78ª edición de la Mostra de Venecia


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