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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | The Third War (La troisième guerre)

    ¿A quién sirven?

    Crítica ★★★☆☆ de «La troisième guerre», de Giovanni Aloi.

    Francia, 2020. Título original: «La troisième guerre». Dirección: Giovanni Aloi. Guion: Dominique Baumard, Giovanni Aloi. Sonido:Rémi Chanaud. Montaje de Sonido: Claire Cahu. Fotografía: Martin Rit. Directora de producción: Sophie Lixon. Montaje: Rémi Langlade. Música: Frédéric Alvarez. Producción delegada: Thierry Lounas. Intérpretes: Anthony Bajon, Karim Leklou, Leïla Bekhti. Compañía productora: Capricci, Bien ou bien productions. Duración: 92 minutos.

    La teoría jurídico política ya se ha extendido, y mucho, sobre el ejercicio legítimo de la violencia por parte de los Estados y cómo éstos son los únicos detentadores del derecho a ejercerla conforme establecen las leyes y en garantía de los derechos de sus ciudadanos. También se ha ido comprobando cómo ese monopolio de la violencia, ilimitado e indiscutible en estados y sociedades autocráticos o dictatoriales, ha ido derivando, en las sociedades democráticas, a un concepto patrimonial de la violencia por la que el monopolio estatal termina configurándose en un ejercicio de autodefensa gubernamental ajeno al espíritu por el que las fuerzas y cuerpos de seguridad de un estado deben regirse, de tal manera que la evolución restrictiva de derechos ha creado cuerpos policiales destinados a preservar la integridad del gobierno de turno antes que proteger al ciudadano de los abusos de ese mismo poder representativo. La Constitución republicana francesa así lo pensaba, y su artículo 12 vino a sancionar que «la garantía de los derechos humanos y del ciudadano requiere una fuerza pública; esta fuerza se instituye, pues, para la ventaja de todos, y no para la utilidad particular de aquellos a los que se confía». Más timorata, y menos republicana, la Constitución española en el art. 104 mezcla los dos conceptos: «Las Fuerzas y Cuerpos de seguridad, bajo la dependencia del Gobierno, tendrán como misión proteger el libre ejercicio de los derechos y libertades y garantizar la seguridad ciudadana»; todo bajo el pretexto de seguridad ciudadana, o los tan temidos, arcaicos y arbitrarios términos de «orden público» y «alarma social», lo que ha terminado instaurándose es un sistema consciente de represión y de control social al servicio del poder.

    La película de Aloi puede ser cuestionable desde muchos puntos de vista cinematográficos. No el de la imagen, pero sí el del guion y el comportamiento del protagonista en relación con un móvil del que se apodera y con el que trata de entablar amistad con la novia de un pequeño traficante de drogas detenido por su intervención excesiva en la vía pública. Pero lo que hace interesante su planteamiento es la cantidad de preguntas que puede llegar a lanzarnos a la cara y que día tras día dejamos sin contestar porque no nos interesa. Se ha convertido en algo normal en los países de la Europa Occidental que tropas militares, con armamento de guerra plenamente operativo, patrullen por las calles céntricas de las grandes ciudades, estaciones de tren, aeropuertos... pretendiendo el gobierno de turno transmitir una imagen de seguridad y control, meramente ficticios en la sociedad de la imagen, pero que lo que, en realidad consiguen, es transmitir un estado de excepción anormal en el funcionamiento de las sociedades democráticas como si los derechos y libertades individuales estuvieran sometidos a tutela supervisada por los uniformes que, en el momento que interese al político, puede decidir intervenir en represión de aquello que se considere nocivo para el orden público o la seguridad nacional. Irracional o instintivamente, al paso de tres militares, o cuatro, fusil de asalto en mano, mirando y escrutando a todos como sospechosos, el pasillo de un aeropuerto o estación se despeja dejando el centro para el uso exclusivo de la patrulla. Nadie continúa su línea recta si se topa enfrente con cuatro militares patrullando en Orly o tres policías nacionales con metralleta en Chamartín. Es instintivo, ya no es seguridad lo que se siente, es temor al arma de fuego, y en el fondo transmitir la idea de «vivir con miedo» como herramienta de control.

    Si el ciudadano percibe con incomodidad el asalto del espacio público por las tropas al servicio de grandes palabras como la defensa de la República, guerra contra el terrorismo, garantizar la seguridad de todos; quien lo ordena transmite al profesional que lleva a cabo la vigilancia una serie de prejuicios que transforma a todo aquel que no es blanco y europeo en potencial objetivo de vigilancia y sospecha. El soldado Corvard (Anthony Bajon), con un pasado que se deja en nebulosa, pero que se intuye problemático en lo personal y en lo familiar, se enrola en el ejército y pasa a formar parte de la unidad de vigilancia antiterrorista que patrulla por las calles de un París que, al paso de la patrulla, parece semidesértico. Su mirada, progresivamente enfermiza, empieza a confundir la ciudad con un verdadero campo de batalla en el que salir a la calle significa realizar una operación bélica a diario. Quien ordena estas exhibiciones de potencial militar sabe a ciencia cierta que, ni son disuasorias ni son efectivas, son mera propaganda en tiempos de bombardeo de imágenes para transmitir una falsa idea de eficacia. Son los invisibles, los infiltrados, los que rastrean llamadas, IPs, cibercafés, bajos fondos, los que consiguen evitar ataques terroristas. Quien patea la calle no evita el ataque, si acaso provoca los malentendidos. Tras pocos minutos de película el soldado Firmin, de origen maliense, le dice a Corvard «a mí no me quieren en Francia, pero tú ¿qué haces en el ejército?». Porque la película transmite, y muy bien, esa idea del ejército como contenedor que recibe, más allá de concienciados amantes de la milicia, como tropa de choque a personas imposibilitadas de acceder a un puesto de trabajo digno, donde las facultades físicas son importantes y donde no hay racismo para entrar pero sí para ascender, porque las academias quedan reservadas a las élites; no es de extrañar que un blanco como Corvard sea de los pocos de su unidad.

    La troisième guerre, Giovani Aloi.
    Presentada en España en el Festival de Gijón y el Atlántida Film Fest.

    «En un mundo de conflictividad social creciente, con un París en el que confundes a un vendedor de hachís con un correo de una célula yihadista, o donde los botes de humo lanzados por los chalecos amarillos no sólo nublan tu visión, sino que confunden tu mente hasta creerte en medio de un escenario bélico, la deriva del soldado Corvard debería invitar a la reflexión del espectador hacia cuál es el límite de recorte de la libertad deambulatoria que vamos a llegar en los estados regulados por una ley constitucional».


    En ese contexto, en ese constante deambular sin llegar a conocer la realidad de la ciudad, la alienación que va progresando en la mente del soldado Corvard le convierte en una bomba de relojería incapaz de obedecer una orden cuando se encuentra en medio de un conflicto cotidiano, en el que, a modo de un Don Quijote renacentista, termina confundiendo molinos con gigantes. La posesión de un arma y la exhibición de un uniforme le transforma en una especie de defensor que pone en peligro a sus compañeros y le avoca a una sanción o un expediente de expulsión asumiendo funciones que no le corresponden. En un mundo de conflictividad social creciente, con un París en el que confundes a un vendedor de hachís con un correo de una célula yihadista, o donde los botes de humo lanzados por los chalecos amarillos no sólo nublan tu visión, sino que confunden tu mente hasta creerte en medio de un escenario bélico, la deriva del soldado Corvard debería invitar a la reflexión del espectador hacia cuál es el límite de recorte de la libertad deambulatoria que vamos a llegar en los estados regulados por una ley constitucional. Hacia cómo es posible que década tras década se siga escogiendo seguridad frente a libertad y la única capacidad de protesta social surja cuando se cierran los bares por motivos de salud pública y ahí se invoque, ahora sí, de manera cavernaria, errónea y manipuladora, la palabra libertad por los mismos que no hacen sino restringirla de manera sistemática y diseñada.


    Miguel Martín Maestro |
    © Revista EAM / Valladolid


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