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    Cine Alemán Siglo XXI

    Karlovy Vary 2021 (III) | Críticas: «Nö», «Every Single Minute», «At Full Throttle», «Prince», «Runner», «Patchwork», «Intensive Life Unit», «Wild Roots»

    Karlovy Vary 2021 (III): «Vary para principiantes»

    Primera crónica de la 55ª edición del Festival de Karlovy Vary.

    ▼ Críticas
    «At Full Throttle», Miro Remo.
    «Nö», Dietrich Brüggemann.
    «Every Single Minute», Erika Hníková.
    «Prince», Lisa Bierwirth.
    «Runner», Andrius Blazevicius.
    «Patchwork», Petros Charalambous, Janine Teerling.
    «Intensive Life Unit», Adéla Komrzý.
    «Wild Roots», Hajni Kis.

    Karlovy Vary es realmente importante. Escribo esto porque, perogrulladas aparte, mis compañeres jóvenes aún se preguntan en qué parte del mundo me encuentro al escribir estas líneas: la ciudad de Karlovy Vary, a medio camino entre Núremberg y Praga, permanece escondida en un valle montañoso de la República Checa. Sus calles son un hervidero de influencias entre lo germánico y lo soviético. Sus fachadas vienen de una película de Ghibli. El festival, con 55 años de recorrido, es seno y hogar de aquello que llamamos «cine del Este», a pesar de encontrarse en el corazón mismo de Europa Central. Uno de los nueve festivales de clase A de nuestro continente, por las alfombras rojas del Hotel Thermal han paseado los nombres más destacados de la cinematografía mundial, como los grandes tablones que adornan el Auditorio se encargan de ostentar. Dentro de las salas, descubrimos que en Competición se agitan estrenos internacionales de la más diversa estofa, propuestas más o menos robustas que esconden su buena dosis de gratas sorpresas. La sección East of the West proyecta, por su parte, debuts y segundas obras provenientes del centro y del Este de Europa, de los Balcanes, los antiguos países de la Unión Soviética, Oriente Medio y el Norte de África.

    De estrenos muchos, pero pocos llegan a nuestros oídos: son los relegados, los otros. Los pequeños jugadores, los malentendidos dramas soviets, comedias extrañísimas que causan furor solo entre el público local. Agazapadas en la parrilla, películas de título impronunciable que brillarán por un momento antes de ser soterradas por los gigantes de Venecia. Las crónicas que siguen esta breve introducción quieren dar voz a un paisaje tan rico como sorprendente, vivaz y marciano en el mejor de los sentidos. También familiar, claro, porque por muy lejos que te encuentres, entrar en un cine siempre es como volver a casa.

    PATCHWORK

    «Algo de valor». Crítica de «Patchwork», Petros Charalambous, Janine Teerling, Chipre | EAST OF THE WEST.

    ▼ Mariona Borrull Zapata.
    Puntuación: ★★★☆☆.

    El género del discreto retrato de personaje pide, desde su génesis, enfrentar una pregunta clave: ¿cómo dar forma de pregunta un cuerpo fílmico que se construye solo por acumulación? Quizás es por ello que Patchwork, como vienen haciendo otras tantas dentro de su tradición, empieza con una interrogación: Chara, mediana edad y vestimenta acomodada (Angeliki Papoulia, fémina abstraída de las películas de Yorgos Lanthimos), vigila a una anciana desde la seguridad de su vehículo familiar. Anoten: una mujer escondida tras las puertas de un coche, con seguro para niños. Luego, Chara va al trabajo. Llega tarde, interrumpiendo una reunión, como viene siendo costumbre los últimos meses. Retrotraída y eternamente incómoda, su cuerpo negociará su propia condición visible, como si mordiéndose las uñas y recogiéndose tras rebecas del mismo color que el mobiliario que la rodea, en su diminuta oficina de contable, pudiera volver su cuerpo definitivamente transparente. Todo lo contrario que su nueva superiora, girl-boss cercana pero desafiante (Stella Fyrogeni, intensos labios carmesís), con quien, a base de paseos y conversaciones de corazón, empieza a trabar una genuina amistad. De su entorno, es la única que no tiene hijes y, a ojos de Chara, representa la única persona que aún disfruta de una libertad lejos de responsabilidades y de juicio constante. El camino escogido por su jefa resulta a Chara tan inextricable como la razón por la que ella misma llega siempre tarde a su puesto de trabajo… Chara es madre como también es contable, dos cargos de los que su espalda empieza a resentirse. Ahí la siguiente pregunta: ¿podría ella reconciliarse con su papel de matriarca, darle una segunda oportunidad? O, de lo contrario, ¿quedará solo la huida? La dirección de Petros Charalambous (Boy On The Bridge) corre paralela al interrogante, mirando el rostro de Papoulia con una intensidad sorprendente en el contexto de una película, por lo demás, visualmente muy inocua. Ora de perfil, o bajo el color dorado del crepúsculo, concentrada o distraída entre papeles, buscamos en su expresión alguna novedad, ese pathos (tan necesario) que ella misma parece haber perdido. En definitiva, algo de valor.

    Chipre, Israel, Eslovenia 2021. Directores: Petros Charalambous, Janine Teerling. Guion: Janine Teerling. Producción: AMP Filmworks, Transfax Film Productions, Perfo Production. Fotografía: George Rahmatoulin. Música: Christos Kyriakoullis. Reparto: Angeliki Papoulia, Joy Rieger, Antonis Kafetzopoulos, Andreas C. Tselepos, Shiri Nadav Naor, Stella Fyrogeni. Duración: 87 minutos.

    INTENSIVE LIFE UNIT

    «Turistas en tierra de muerte». Crítica de «Jednotka intenzivního zivota», Adéla Komrzý, R. Checa | EAST OF THE WEST.

    ▼ Mariona Borrull Zapata.
    Puntuación: ★★★☆☆.

    Resulta tentador argüir que la edad de la documentalista Adéla Komrzý, de solo veintiocho, podría chocar con el tema de su debut. Al fin y al cabo, abren la película los últimos segundos de vida de un anciano en un hospital. El paciente en cuestión abandona este mundo con un suspiro que ni siquiera es suyo propio, no más que una bocanada generada por un respirador artificial. Intubado sin muchos reparos, se le desconectará metódicamente, luego, su fallecimiento se registrará e informará a algún familiar con las fórmulas habituales. Ante el objetivo de una cámara, la muerte tiene solo el peso de cinco letras: blanca, de plástico, como caída despreocupadamente, la mortaja que cubre el cuerpo del difunto podría en realidad envolver cualquier cosa. Sin embargo, para el dueto de médicos que encabeza la Unidad de Cuidados Paliativos del Hospital de Praga, Ondřej Kopecký y Kateřina Rusinová, la cuestión va más allá de una cuestión médica, inmanente. Les médicos retornan incansables a una misma cuestión: en una era donde las partes del cuerpo humano se sustituyen como piezas de motor y la vida puede alargarse indefinidamente, la muerte empieza a ser resultado de una decisión activa y, por lo tanto, deviene centro de un nuevo conflicto ético. Ya no fallecen les pacientes, se les deja fallecer… Con la mirada abierta, porosa y reactiva de un Frederick Wiseman, Adéla Komrzý se aposenta en la rutina de la Unidad de Paliativos y se deja sorprender por las personas que allí ingresan. Es especialmente loable, dentro del carácter in-progress de una puesta en escena que encuadra y enfoca según varía el interés de una secuencia, que Komrzý logre descubrirnos los recovecos más brillantes de una realidad desagradable. Quizás por su propia juventud puede la directora detectar la mejora sustancial en la expresión de una anciana intubada al encontrarse ante una conversación estimulante. Quizás por ello puede la cineasta conservar un papel de turista aventajada dentro de un mundo indómito. Porque, si los minutos iniciales de la película equiparan la muerte a un punto y final concreto, rutinario y casi banal, entonces, ¿cómo podríamos aprender algo de ella? La respuesta, apuestan les dos doctores, se encuentra ahí fuera.

    R. Checa, 2021. Directora: Adéla Komrzý. Guion: Adéla Komrzý. Producción: Nutprodukce, Ceská Televize, FAMU, UPP Prague. Fotografía: Prokop Soucek. Música: Marek Mrkvicka. Protagonistas (documental): Ondřej Kopecký, Kateřina Rusínová. Duración: 73 minutos.

    AT FULL THROTTLE

    «Apártense del macho herido». Crítica de «Láska pod kapotou», Miro Remo, Eslovaquia | COMPETICIÓN.

    ▼ Mariona Borrull Zapata.
    Puntuación: ★★★☆☆.

    Aunque él diga que vive por y para los coches, solo quien no haya visto el último documental de Miro Remo caerá en el error de reclamar que las pasiones de Jaroslav se limitan a las carreras de autocross. Oyéndolo increpar a viandantes, a otres conductores (dentro y fuera de los circuitos), e incluso a una mosca –a decenas de kurba por minuto–, extenderíamos el lodazal pasional del exconductor más allá de su interés por la competición. Vive este checo desaliñado y sin suerte en la empobrecida región de Moravia, podríamos decir, en medio de la nada. La choza que lo acoge pertenece a su icónica madre, una anciana tan irascible y deslenguada como él, también con una buena cantidad de desgracias en su mochila vital. Jaroslav tiene una pareja que lo quiere incondicionalmente, un grupo de amigos que sostienen su camino y, más importante, un entorno económicamente paupérrimo pero que le permite seguir compitiendo, por disponer de techo, comida y dinero para piezas. Sin embargo, el hombre no deja de maltratar a aquelles que lo acompañan, confrontando todo lo que se escapa de sus planes a base de arrebatos con frecuencia violentos. Jaroslav proyecta, se compadece, se siente abandonado. Versiona los hechos de forma compulsiva y malentiende, aunque ni siquiera sea a propósito, que la vida no ha reservado más que desdicha a su alrededor. El montaje de Šimon Hájek, anárquico y desvergonzado como el propio personaje, brilla al enhebrar los fragmentos de la desdichada existencia del moravo junto con los retazos extraídos de la rutina de su madre y la perspectiva de su novia, rebatiendo a base de puro cine la visión estrechísima que el hombre tiene de la realidad. Y, a pesar de todo, resulta imposible contemplar a Jaroslav más allá de la compasión, tanta es la vulnerabilidad que su carácter exuda al reaccionar –rebotando cual pelota de pinball– a golpes que él mismo puede haber provocado, pero cuyo origen no logra identificar ni detener de forma alguna. Qué infierno debe de ser el mundo para alguien así. De ahí, que el final de la película nos dé un toque de aviso: todes compartimos miserias, solo que algunes nos aseguramos de no manchar con el fango de nuestros lodazales a aquellas personas que lo tienen incluso peor que nosotres.

    Eslovaquia, República Checa, 2021. Director: Miro Remo. Guion: Miro Remo, Juraj Slauka. Producción: Arsy-Versy, Ceská Televize, D1 Films, Radio and Television of Slovakia. Fotografía: Martin Chlpik, Michal Furda, Dusan Husár, Lukas Kacerjak, Miro Remo. Música: Adam Matej. Reparto: Jaroslav Vávra​, Vít Janeček, Jitka Prokipčáková. Duración: 85 minutos.

    No... ¿a qué? Crítica de «Nö», Dietrich Brüggemann, Alemania | COMPETICIÓN.

    ▼ Mariona Borrull Zapata.
    Puntuación: ★★★★☆.

    Una pareja de jóvenes remolonea en la cama mientras practican el suave ejercicio de enumerar, cariñosamente, las partes del cuerpo de su amante que más les gustan: la nariz, los ojos, la sonrisa…Escuchándolos, la cabeza se nos va al cuerpo desnudo de Brigitte Bardot en El desprecio de Godard, bajo la conmovedora música de Georges Delerue. Aquel clásico orbitaba sobre el fin de un affair, la degradación absoluta del amor bajo la prístina luz del Mediterráneo, cuerpo de azul intenso y belleza vacua. Aunque, claro, la segunda película de Dietrich Brüggemann en competir por el Globo de Cristal no trata sobre el desamor, por lo menos no de forma aparente. La chica (Anna Brüggemann, coguionista y hermana del director) confiesa a su novio, en una doble negación que se revela discreta pero cercana, que su relación prosperará porque «las mismas cosas no nos importan». Entonces, ¿trata esta historia sobre la vida útil de un romance? Desde luego, las secuencias que siguen a esta introducción configuran un tapiz de las paradas obligatorias en la línea cronológica de la pareja nuclear tradicional: la boda, el embarazo, el parto, la educación del hijo, las crisis vocacionales, los celos… Sin embargo, el arquetipo se dobla y acaba por embarrarse entre la absurdidad en la línea del cine de Roy Andersson y los soliloquios irónicos de la Higiene social de Denis Côté. A la escena de la boda la sigue un prolongado gag en el bar de un ferri, donde el padre de él explicará a la novia embarazada el dolor que espera a su bebé, en un contexto de crisis climática y sexta gran extinción del planeta. En fin, si el cariño se presenta en escena es solamente de forma residual, un «a pesar de todo» sometido a los rígidos moldes de las expectativas y los tiempos de un sistema que nos ofrece una libertad siempre bajo sus propias condiciones. Retrato mordaz, aunque no necesariamente revelador, de los recovecos de este sistema, la película de les Brüggemann invita también a una doble negación: esto no no va de amor.

    Alemania, 2021. Director: Dietrich Brüggemann. Guion: Anna Brüggemann, Dietrich Brüggemann. Producción: Flare Film. Fotografía: Alexander Sass. Reparto: Anna Brüggemann, Alexander Khuon, Isolde Barth, Hanns Zischler, Petra Schmidt-Schaller. Duración: 119 minutos.

    EVERY SINGLE MINUTE

    «Quiero ver al monstruo». Crítica de «Kazdá minuta zivota», Erika Hníková, República Checa | COMPETICIÓN.

    ▼ Mariona Borrull Zapata.
    Puntuación: ★★★★☆.

    Para escribir sobre la nueva película de la documentalista checa Erika Hníková (Matchmaking Mayor) es necesario romper una de las más estrictas reglas de la crítica cinematográfica: hablar de une misme, meterse de por medio. La equidistancia es tarea hercúlea para con una propuesta que, con permiso de su aparente neutralidad, retrata un caso de parenting que es, de raíz, muy polémico. Con un enfoque meramente observacional, Hníková mete la cámara en las tripas de la rutina de la familia Hanuliak –padre, madre e hijo de cuatro años– y les sigue en su día a día a lo largo de un año (¿qué les habrá dicho para convencerles?). El caso: elles son seguidores ejemplares del método Kamevéda, un programa de educación infantil radical que pretende construir a criaturas atléticas e intelectualmente privilegiadas. Un auténtico camino al perfeccionamiento por vía de la disciplina y la gamificación de todos los aspectos de la cotidianidad, de la arcilla blanca de la edad temprana a la estatuaria del héroe occidental, autónomo y luminoso. No obstante, la progresión deja entrever grietas inquietantes. Por ende, ¿puede nacer una ciudadanía con una perspectiva genuinamente ética de una infancia que se desliga de todo vínculo social, más allá de su padre y su madre? ¿Cómo puede un niño como este convivir con la imperfección, la suciedad y la molestia de un mundo real? La mirada personal, en fin, la opinión juiciosa enturbia las imágenes. Buscamos, por entre una apuesta formal que deja poco espacio para su propia condición de mirada subjetiva, espacios para la reafirmarnos, huecos por donde visualizar un presente dictatorial y un futuro perturbador e individualista. Rastreamos los primeros planos del niño con los ojos tan abiertos como los suyos, agudizamos la mirada durante los pocos tiempos muertos que aderezan la vida familiar. Deseamos ver un atisbo de duda, también, para así poder decir: «os advertimos». Pero la criatura es aún demasiado joven, demasiado blanda, de forma que los estragos de un sistema neoliberal y profundamente desalmado solo pueden intuirse. Every Single Minute es tan discreta como endiabladamente ingeniosa, porque sus monstruos permanecen escondidos y, por lo tanto, sus imágenes nos devolverán un solo rostro en el espejo: con ceño fruncido, el nuestro.

    República Checa, Eslovaquia, 2021. Directora: Erika Hníková. Guion: Erika Hníková, Tomas Bojar. Producción: Endorfilm, Punkchart films, Ceská Televize. Fotografía: Simon Dvoracek, Lukás Milota. Protagonistas (documental): Michal Hanuliak, Lenka Hanuliaková Toiflová, Michal Hanuliak ml., Pavel Zacha. Duración: 80 minutos.

    PRINCE

    Crítica de «Prince», Lisa Bierwirth, Alemania | COMPETICIÓN.

    ▼ Mariona Borrull Zapata.
    Puntuación: ★★★☆☆.

    Él era congoleño, ella berlinesa: ¿puedo hacerlo más obvio? Él traficaba, ella vivía del arte: ¿qué más puedo decir? Él la deseaba, y ella nunca lo supo, pero en secreto también le quería a él. En este punto, la letra de la icónica canción de Avril Lavigne, recortada al patrón de la emoción sublimada y el amorío interclase del melodrama clásico, queda algo corta para explicar la película de Lisa Bierwirth. Sigue la propuesta de la cineasta alemana solo dos versos de la mayor Biblia del romance contemporáneo, pues su terreno se encuentra un paso más allá. La «ella» es Ursula Strauss, cara visible del thriller televisivo austríaco (da vida a la detective protagonista del serial Instinto criminal), y el «él» es Passi Balende, gentilhombre atractivo, rapero de renombre. Sus personajes, Monica y Joseph, habitan un Berlín de aspecto progre, donde el color de la tez de los viandantes queda bien escondida detrás de trajes de franela y unos buenos modales. Si bien Joseph conoce la vida racializada, los ambientes del gueto, vive con la tranquilidad que da un buen camuflaje, una máscara deluxe. «Mi padre fue colonizado, yo no», espeta a Monica en una de sus riñas más lúcidas. Ella, muy a su pesar, no lo tiene tan claro: ¿podrían haber superado su desconfianza inicial de no haberse conocido agazapades detrás de unos contenedores de basura, escondiéndose de una violenta redada policial? La metástasis del racismo crece, sana e indetectada, a pesar de las capas de juicio deconstruidas ante un afecto genuino. Casi medio siglo después del Alí de Fassbinder, rastros de recelo siguen supurando por los márgenes de las mejores de las intenciones. Que si en un murmullo espitado a regañadientes, en un idioma incomprendido, que si un compañero poco dispuesto a confiar en los actos detrás de una piel privilegiada: el conflicto sigue ahí, solo hay que encontrarlo. Mientras tanto, la película de Bierwirth entiende la condición agazapada del racismo en nuestro siglo y esconde sus aristas. Pasa que el melodrama es enemigo del silencio, por lo que la película pronto acaba por agarrotarse en un punto medio seguro pero demasiado discreto, que dilapida su propia baza afectiva. Afortunadamente, fuera de las salas, siempre nos quedará el chico skater de la Lavigne.

    Alemania, 2021. Director: Lisa Bierwirth. Guion: Lisa Bierwirth, Hannes Held. Producción: Komplizen Film. Fotografía: Jenny Lou Ziegel. Reparto: Hanns Zischler, Àlex Brendemühl, Ursula Strauss, Victoria Trauttmansdorff, Denis M'Punga, Alexander E. Fennon, Agnieszka Piwowarska, Passi, Tatjana Pasztor, Tobias Lenel, Douglas Gordon, Charlotte Ndamm-Njikoufon, Nsumbo Tango Samuel. Duración: 125 minutos.

    RUNNER

    Crítica de «Begike», Andrius Blazevicius, Lituania | EAST OF THE WEST.

    ▼ Mariona Borrull Zapata.
    Puntuación: ★★★☆☆.

    Sería fácil encerrar a Runner dentro del cajón del cine que llamamos «vivencial», aquellas imágenes nerviosas cuyo fluir se libera entre panorámicas y grandes tours de cámara a la espalda. Superada la noción del plano como cuadro, objeto estético con entidad propia, las obras vivenciales abrazan el movimiento –lo cinemático– en el centro del acto fílmico. Películas-carrera, abundan en todo tipo de filmografías, como si dictaran o, mejor, como si encarnaran el mismo lenguaje universal de la prisa. Claro, los estilemas visuales y narrativos de la nueva cinta del lituano Andrius Blaževičius (The Saint) encajan a la perfección dentro de esta prolífica tradición, y solo con el título, Runner («que corre»), pareciera que nos metieran en su prisma casi a la fuerza. Pero, se pregunta una pluma perseguida por amaneramientos ajados, ¿acaso no hay nada más? ¿Acaso habla la película de Blaževičius solamente en palabras de otres, en imágenes ajenas? Luego recupera la compostura… Ha presenciado una secuencia preciosa. Marija (Žygimantė Elena Jakštaitė) descansa un momento, recupera el aliento –y la esperanza– al hablar con una compañera, confidente bien querida. Lleva todo el día corriendo de arriba para abajo, buscándose problemas y encontrando solo excusas, con el único objetivo de dar con su (¿ex?) novio, quien desapareció en medio de un episodio de psicosis y se dedica ahora a compartir imágenes inconexas desde varios rincones de la ciudad. Finalmente, ya por la tarde, Marija detiene su búsqueda y para un rato. Junto a su colega, fuman algo de hierba y respiran. Las bocanadas de humo suben tranquilas por el aire, responden densas al correteo que las ha precedido. La piel de las chicas se tersa a contraluz: tienen cuerpo, no son meros estilemas. Sus piernas corren, sí, pero únicamente al reposar sobre su propia materialidad, solo al tomar presencia ante la cámara, pueden dar sentido al dispositivo estético que las mueve, y a nosotres con ellas. Será que, ya sea en pleno movimiento o en reposo, si el cine vivencial es algo, eso es un cuerpo ligado a la realidad, al aquí y al ahora. Que quien lo retenga en estricto presente sea la propia imagen es, como mínimo, un bello pensiero.

    Lituania, República Checa, 2021. Director: Andrius Blazevicius. Guion: Andrius Blazevicius, Marija Kavtaradze, Tekle Kavtaradze. Producción: M-Films, Bionaut Films. Fotografía: Narvydas Naujalis. Música: Jakub Rataj. Reparto: Vytautas Kaniusonis, Povilas Jatkevicius, Indre Patkauskaite, Emilija Latenaite-Beliauskiene, Lukas Malinauskas, Marius Repsys, Sarunas Zenkevicius, Karolis Vilkas, Valentinas Krulikovskis, Zygimante Jakstaite, Aiste Zabotkaite, Tomas Zaibus, Ausra Pukelyte, Giedrius Kiela, Ausra Stukyte, Andrius Alesiunas, Vladas Liepuonius, Gabriele Tuminaite, Salvijus Trepulis, Jonas Braskys, Oskar Vygonovski, Viktorija Kuodyte, Jurga Kalvaityte, Maksim Tuchvatulin. Duración: 87 minutos.

    WILD ROOTS

    «La bella y la bestia». Crítica de «Külön falka», Hajni Kis, Eslovaquia | EAST OF THE WEST.

    ▼ Mariona Borrull Zapata.
    Puntuación: ★★☆☆☆.

    Es bien sabido que, para entender por qué una torre se inclina y cae, no estudiaremos el radio de su derrocamiento sino los descuidos en sus pilares fundamentales. De forma parecida, la posibilidad de convertir un fracaso cinematográfico en un aprendizaje genuino, productivo, residirá principalmente en nuestra capacidad para medir, con la pulcritud que nuestra profesión demanda, las distancias entre aquello proyectado y la obra que, en fin, nos mantiene unas horas con la espalda hundida en una butaca. Miramos con calma y nos preguntamos si de ahí puede extraerse algo, si queda algo por rescatar, corriendo –claro– el desagradecido riesgo de parecer condescendientes. En fin, el debut de la húngara Hajni Kis, coescrito junto a la recién graduada Fanni Szántó, nos pone las cosas un tanto difíciles. En una historia tan cercana (quién no tuvo daddy issues) como improbable, con solo doce años a sus espaldas, Niki (Zorka Horváth, sin parentesco con Lili) decide recuperar el contacto con su padre Tibi (Gusztáv Dietz), un guardia de seguridad de cuerpo colosal que entró en prisión por un nefasto, que no del todo inesperado, accidente de tránsito. El momento del rencuentro es de una matemática perfecta, pero totalmente falta de alma: el padre hace un par de gracietas «de hombre grande», la niña ríe, se meten a hablar de la difunta madre. Así, errando entre tal o cual lugar común, llegamos a adivinar el progreso de las secuencias incluso con los ojos cerrados, como si emocionar fuera posible rodeando las costas seguras de charcas pantanosas. Unas imágenes que creen más en el cine que en la vida pierden la realidad delante del objetivo, la reducen a un compendio de puntos que la película seguirá con cierta torpeza… A solas en un club abandonado, el padre se entrega sin reparos a su pasión: voltear los discos de DJ en un set. La hija lo hará, también, y gracias a la música van a conectar, superando por fin el historial que los ha llevado a desgajarse y a separarse, también, del mundo que les rodea. Sus cuerpos –él un auténtico armario, ella una pequeña princesa (corona incluida)– deberían ser suficientes para que de la pantalla traspasara algo de calor. Sería suficiente una mirada entre los ojos intensamente azules de él y los pequeños almendros de la niña, siempre bien abiertos. Solo eso bastaría. No obstante, el cine es tan poderoso que, cuando se mete de por medio, no hay quien lo extirpe.

    Hungría, Eslovaquia, 2021. Directora: Hajni Kis. Guion: Hajni Kis, Fanni Szántó. Producción: Proton Cinema, MPhilms, Post Office, VisionTeam. Fotografía: Ákos Nyoszoli. Música: Oleg Borsos. Reparto: Gusztáv Dietz, Zorka Horváth. Duración: 98 minutos.

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