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    Cine Alemán Siglo XXI

    Karlovy Vary 2021 (IV) | Críticas: «As Far As I Can Walk», «Bird Atlas», «Roots», «Nuuccha», «After the Winter», «Dear Ones», «Two Ships» & «Sisterhood»

    Karlovy Vary 2021 (IV): «Decodificación eslava»

    Segunda crónica de la 55ª edición del Festival de Karlovy Vary.

    ▼ Críticas
    «Bird Atlas», Olmo Omerzu.
    «As Far As I Can Walk», Stefan Arsenijević.
    «Two Ships», Jan Foukal.
    «Sisterhood», Dina Duma.
    «Roots», Tea Lukač.
    «Nuuccha», Vladimir Munkuev.
    «After the Winter», Ivan Bakrač.
    «Dear Ones», Grzegorz Jaroszuk.

    Mariona Borrull Zapata, enviada especial a Karlovy Vary, comentaba en un tuit, a propósito de su cobertura en la ciudad checa, lo siguiente: «La cantidad de horas invertidas en descubrir y plasmar el corazón de un cine que habitualmente desdeñaríamos... Para mí, ese es el objeto último de la crítica, y creo que aquí me habré acercado un poco más a él». Dos frases que, por un lado, plasman a la perfección el sentimiento de cierta incomodidad por llamarlo de alguna manera, de incomprensión, cuando se abordan filmes de estas coordenadas, totalmente alejadas no solo del mainstream, sino también del cénit de cine autoral que suele acaparar los elogios de la crítica y los teóricos; por otro, la enorme satisfacción que supone descubrirlo, desencriptarlo y degustarlo. Siempre desde una posición exógena, con cierta distancia, pero que posibilita mover el velo y adentrarse en el contexto educativo y social que articula una mirada, una perspectiva, aparentemente distinta pero no por ello peor.

    Todo es una cuestión de códigos. En esta cabecera siempre hemos aludido al sentido del humor checo, capaz de vitorear productos sumamente ingenuos, propios de otro tiempo y de otro lugar –la televisión. Pero tenemos el mejor ejemplo si nos alejamos de la comedia y nos situamos dentro de géneros de mayor apertura. Un filme como Operación Anthropoid –se estrenó en España con ese título—, dirigido por Sean Ellis, supuso una enorme revolución en la República Checa. Primero, porque se rodó en Praga; segundo, porque junto a intérpretes locales de renombre, figuraban dos actores de prestigio como Jamie Dornan y Cillian Murphy; tercero, y lo más importante, habla de un episodio histórico de relevancia para la entonces conocida como Checoslovaquia: el intento de asesinato de Reinhard Heydrich, oficial nazi conocido como «el carnicero de Praga, por parte de la resistencia capitalina». Un largometraje que, a nuestros ojos, puede resultar eminentemente localista, que jamás intenta esconder su trucos –fruto de la carestía presupuestaria— y donde es evidente la diferencia de nivel entre los actores anglosajones y los checos y eslovacos que conviven en el elenco. O eso creemos nosotros. Porque, en realidad, no solo el público se venció ante la propuesta de Ellis, la prensa checa habló en conceptos superlativos. ¿Lealtad patriótica? ¿O quizá una mirada, con el contexto vivido y experiencial como cimiento, distinta? Ambas. Los checos aman su cine, tal y como hacen los franceses con el suyo. También su exigencia es diferente. Son conscientes de las problemáticas de su industria y por ello celebran. Eso es, celebran que se pueda hacer cine en su país. No siempre fue fácil, como le ocurre a otras naciones en el este europeo. Allí se factura el cine que les interesa y les conmueve. Simplemente. Y suerte que existe un festival como Karlovy Vary para darle cabida y visibilidad.

    ROOTS

    «¡Disparen al paisajista!». Crítica de «Koreni», Tea Lukač, Serbia | EAST OF THE WEST.

    ▼ Mariona Borrull Zapata.
    Puntuación: ★★★★☆.

    ¿
    Qué es lo que hace que un bosque sea paisaje? ¿Puede convertirse también en paisaje la gente que lo habita? ¿Cuándo la no-ficción torna objetos a los sujetos que la pueblan? ¿Hay acaso algún «sujeto» en la pantalla? Todas ellas son preguntas que amanecen durante el visionado de Roots, ópera prima de la cineasta serbia Tea Lukač. La inauguran vistas a un tupido monte otoñal oscureciendo bajo el murmullo de un torrente de agua: es un río, que abastece furioso una arboleda tranquila. Tras unos minutos de vistas al bosque –al vacío, argüiríamos–, Lukač planta la cámara en el interior de un coche, mirando atrás, hacia un asiento trasero profusamente ocupado por los cuerpecitos de cuatro criaturas disfrazadas. Vienen de recoger caramelos por Halloween y andan ocupades charlando sobre dulces, animales y la vida (infantil) en general. Detrás, el paisaje montañoso se cuela por la ventanilla, bañándolo todo bajo una luz crepuscular. Sin embargo, en un gesto similar al de Jafar Panahi en su Taxi Teherán o incluso al que Ryusuke Hamaguchi esgrimió más recientemente para su Ruleta de la fortuna y la fantasía, la cámara no se asomará para contemplarlo. Estática, abierta y porosa, va a convertir el bellísimo entorno que rodea a los personajes en mero telón de fondo, en chispa para un tapiz que no necesita razón de ser más allá de sí mismo. Es la hora de lo humano, de aquellos rostros que ponen voz a aquellos montes que corren, silenciosos, afuera del vehículo. Ya era hora: Dvor, la región rural que vio nacer a la cineasta y que ahora da cuerpo a su primera película, fue abandonada hace veinticinco años, cuando la Operación Tormenta provocó el gran éxodo serbio en 1995. Tras el conflicto, solo volvieron al lugar unas pocas personas mayores, por lo que desde entonces la región corre paralela al destino de sus habitantes; contados son sus días. Son sus gentes quienes ocuparán los asientos traseros para charlar durante más o menos rato, y así construir un auténtico estudio etnográfico a base de anécdotas personales y, como gusta decir, tan universales como intransferibles. Ilustren el repertorio un hombre inmune a serpientes y avispas, dos activistas contra el vertido de residuos nucleares en la zona, un coro de caramelles croatas… Protagonistas todes ante un telón cambiante –paisaje corrido en rieles–, a la vez que paisaje humano sobre una naturaleza viva, también protagónica. Toda gran película, como veíamos, contiene la semilla de preguntas sin respuesta clara.

    Serbia, 2021. Directora: Tea Lukač. Guion: Tea Lukač. Producción: AMP Filmworks, Transfax Film Productions, Perfo Production. Fotografía: Sara Preradovic. Duración: 80 minutos.

    NUUCCHA

    «Páramos muertos, corazones helados». Crítica de «Nuuccha», Vladimir Munkuev, Rusia | EAST OF THE WEST.

    ▼ Mariona Borrull Zapata.
    Puntuación: ★★★☆☆.

    Como nubarrones oscuros se alzan antes de una tormenta, detectamos una forma especial de fijar los ojos sobre las cosas que en la gran pantalla vaticina, sin excepción, el advenimiento de la muerte. Sin embargo, cuando lo funesto se plana por las llanuras que dan cobijo a la pareja protagonista del debut de Vladimir Munkuev, cuando se posa sobre el mundo, rápido y discreto como un virus, entonces nos preguntamos cuál es exactamente la mirada de la muerte y, claro, cuándo volverá a aparecer. La encontramos, por primera vez, entre los párpados insomnes de Kerema (Irina Mihailova), mientras observa cómo su marido cava inexpresivo, casi incólume, la tumba de su hijo muerto. Brilla, una vez más, cuando esta trate de suicidarse: vacía, absorta en una realidad que apenas podrá comprender. Él, por su parte, ha decidido sobrevivir pese a todo. Así es que Khabdzhiy (Pavek Kolesov) observa con mirada penetrante todas las cosas que le rodea y todas las tareas que lo ocupan –que no son pocas– a lo largo del día, y día tras día. Corta hierba, pone trampas, recoge nasas de pesca. Clava los ojos en las cosas materiales como si pretendiera expulsar incluso de su visión el doloroso tema que lo persigue en fuera de campo. «Mira haciendo», manos por pupilas. Tiempos difíciles para la contemplación a secas cuando la taiga pide endurecer los nervios para sobrevivir al invierno (más si cabe con la escasez de recursos que acecha su entorno natural). Para colmo, el jefe de la tribu Yakut ha ordenado a la pareja que cuiden de un prisionero ruso (Sergey Gilev) al que los altos cargos cosacos quieren retener hasta el inicio de la estación fría. Nuuccha, llama la lengua yakut a aquelles llegades de la que hoy es Rusia… En lo narrativo, el juego de pasiones que va a acontecerse entre las tres partes de esta improvisada unidad familiar pertenece a un melodrama convencional, de un interés relativo. Sin embargo, quizás movides por la extrañeza del paisaje o por las costumbres que lo pueblan, la película llamará a abrir los ojos y a fascinarnos por lo que ante ellos se presente, ya sean extraños rituales locales, comilonas de pescado fresco o todas y cada una de las tareas que las manos de Khabdzhiy desempeñan con esmero. Finalmente, esperaríamos que la fascinación que hasta el más nimio trabajo manual convoca, con el tiempo, desvelara otra verdad, una a la que aferrarnos: que hasta en la taiga más fría, incluso en un universo totalmente sembrado por la muerte, siempre quedará otra forma de ver las cosas.

    Serbia, 2021. Director: Vladimir Munkuev. Guion: Vladimir Munkuev, basado en la obra de Waclaw Sieroszewski. Producción: Look Film, Place of Power, R-media. Fotografía: Denis Klebleev. Reparto: Zoya Bagynanova, Sergei Gilev, Pavel Kolesov, Innokenty Lukovtsev, Irina Mikhailova, Daniil Osipov, Nikolay Protasov. Duración: 107 minutos.

    AFTER THE WINTER

    «La amistad se prueba en un corte». Crítica de «Poslije zime», Ivan Bakrač, Montenegro | EAST OF THE WEST.

    ▼ Mariona Borrull Zapata.
    Puntuación: ★★★★☆.

    Que son cinco amigues de la infancia, cuyas rutinas han sido separadas por el transcurso de la propia vida adulta pero que siguen apoyándose incondicionalmente, como si ni un kilómetro les distanciara, todo esto se revela tarde y casi de forma anecdótica. Episódica, contemplativa y deliberadamente opaca para con el pasado de sus personajes, After the Winter funciona más como ensayo sobre las formas y las energías de los vínculos afectivos que como arco narrativo convencional sobre una amistad en concreto. De hecho, la ópera prima de Ivan Bakrač dispersa a sus personajes por los rincones más recónditos de la antigua Yugoslavia, pero podría correr en paralelo con los caracteres y estilemas del cine que tanto se prodiga en las universidades de nuestro país. Una gran diferencia, eso sí, desmarca la propuesta de Bakrač para con los herederos de Ágata: si aquellos se separaban sin remedio, llegando al enfrentamiento en un clímax más o menos soterrado por capas de naturalismo, en la película montenegrina la discordia se resiste a aparecer. Quizás porque la relación entre les integrantes del grupo se descubra tarde y solo les hayamos conocido en apartes, con una distancia infranqueable de por medio. Puede, por otra parte, que sea gracias al carácter amabilísimo detrás de cada uno de estos vínculos que ellos puedan pensarse ajenos a toda narrativa convencional. Marija (Ana Vučković) tiene un novio que se aprovecha de ella de forma repetida y descarada. Jana (Ivona Kustudić) lo sabe, de modo que, en cuanto los primeros indicios de abuso aparecen, le ordena que corte cables y lo deje. Marija –muy enamorada– duda, así que, en lugar de una respuesta, ofrece a su amiga un bocado de pizza. Jana acepta el muerdo, no ha obtenido respuesta inmediata, pero sabe, sin diálogos de por medio, que su amiga va a seguir su consejo. Tras un corte de montaje, la película cambiará de episodio y nunca llegaremos a ver el final de esta disputa algo-almodovariana. No hace falta: en territorio de la amistad, el intercambio de unas pocas palabras puede esconder tal universo de complicidades internas y pies de página nunca revelados que es inútil –lo sabemos– tratar de entenderlo del todo. Que el montaje de Nataša Pantić sea capaz de trasladar este vínculo imperturbable al idioma del cine, a ese corte que dice tanto y nada, es un logro tan discreto como audaz.

    Montenegro, Serbia, Croacia, 2021. Director: Ivan Bakrač. Guion: Ivan Bakrač, Vladimir Blazevski. Producción: ABHO Film, Artikulacija, Biberche, Akcija Film, Maxima Film, Arizona Productions. Fotografía: Dusan Grubin. Música: Alen Sinkauz, Nenad Sinkauz. Reparto: Momcilo Otasevic, Petar Buric, Maja Susa, Ana Vuckovic, Ivona Kustudic. Duración: 101 minutos.

    DEAR ONES

    «Espíritu sagrado (y polaco)». Crítica de «Bliscy», Grzegorz Jaroszuk, Polonia | EAST OF THE WEST.

    ▼ Mariona Borrull Zapata.
    Puntuación: ★★☆☆☆.

    ¡
    Atención! Nos encontramos ante un ejemplar del tan buscado «cine del este»… Los signos son claros: pululan por los rincones de esta película decenas de personajes extravagantes, habitantes de un barrio de altos dormitorios construidos bajo el socialismo. Buscan a alguien que ha desaparecido, aun sin saber –ahí está el truco– que quienes necesitan encontrarse son elles mismes. A sus espaldas, acarrean una portentosa reserva de miradas ensimismadas y tonalidades pastel, eso sí, saturadas para mayor realismo, siempre más radical e incómodo. Segundo largometraje de Grzegorz Jaroszuk, Dear Ones es un tremendo whodunit en péndulo entre el thriller y la comedia, una cinta que exuda carácter polaco por todos sus poros. Su localismo, que sería, por otra parte meramente anecdótico, se incrusta sin embargo en la superficie opaca de una puesta en escena volcada en escalar una historia hasta el panteón de lo bizarro, un cuento que quiere ser reina del gabinete de curiosidades aunque sus bases pertenezcan a un mundo de estómago realista y digestión dura. Piotr (Piotr Żurawski), un amante de los rituales espiritistas no necesariamente simpático, recibe una llamada de su padre, al que hace años que no ve. El padre (Olaf Lubaszenko, lo recordaremos de aquella Una película de amor de su compatriota Krzysztof Kieślowski) les ha convocado, a él y a su hermana (Izabela Gwizdak), para emprender la búsqueda de la matriarca familiar, que dice haber desaparecido sin dejar rastro. Ante la negativa del padre de llamar a la policia, enseguida pide la historia una ceja arqueada una lectura en clave de suspense. Sin embargo, sus personajes –igual que, descubriremos, la madre misma– viven enajenades en un universo de cemento e inmanencia pura, sin espacio para significados ulteriores, grandes alardes de sentimiento o historias épicas. Como si quisiera abandonar la banalidad de su propio ser, la película se arquea en posturas improbables y tantea el terreno de lo extraño, reduciendo sus caracteres a simples señas: Piotr y les demás visten peinados ligeramente extravagantes, repiten los mismos diálogos una y otra vez, y transitan por calles y avenidas al compás de una banda sonora (de Petr Ostrouchov) algo machacona, de factura de género y ritmo de tic nervioso. Aunque quizás es quien firma, que es incapaz de detectar las constantes de una buena película, eso sí, tremendamente foránea: ¿nos perderíamos en un Espíritu sagrado de corte polaco?

    Polonia, República Checa, 2021. Director: Grzegorz Jaroszuk. Guion: Karolina Foltyn-Gmerek, Jarmila Horáková, Grzegorz Jaroszuk, Kinga Krzeminska, Nawojka Wierzbowska, Michal Zagroba. Producción: MD4, Axman Productions, EC1 Lódz - Miasto Kultury, Polish Film Institute, Czech Film Fund, Lodz Film School, Sound Mind Studio, Black Door, Dragon Shot, Green Rat Production, Startrec. Fotografía: Magnus Borge, Robert Lis, Jakub Starowieyski. Música: Petr Ostrouchov. Reparto: Olaf Lubaszenko, Adam Bobik, Izabela Gwizdak, Piotr Zurawski. Duración: 74 minutos.

    BIRD ATLAS

    «Pajaritos y pajarracos». Crítica de «Atlas ptáku», Olmo Omerzu, República Checa | COMPETICIÓN.

    ▼ Mariona Borrull Zapata.
    Puntuación: ★★★☆☆.

    El piar de los pájaros ha acompañado la caída de tantísimos imperios a lo largo de toda la historia. Los grandes cismas, los amotinamientos a traición, también la lenta muerte de una cierta concepción del mundo… Todos han sido contemplados por las oscuras pupilas de las aves. Hoy, los pajarillos se congregan, aposentados en las ramas superiores de un árbol, para cantar un nuevo ocaso. Aunque sean solo descendientes de aquellos que atestiguaron el fin de regímenes pasados, la sabiduría colectiva traspasa los siglos y, podemos decir, pían en propiedad. ¿Qué nos dicen? «El ser humano no puede vivir sin amor», «todo es mejor que esperar», «parece que va a nevar». Separan, cual coro griego, los tramos de la caída en desgracia del paterfamilias de una rica empresa familiar, a quien da vida un marmóreo Miroslav Donutil. Gatopardo, Padrino, Empresario: junto con su salud se derrumbarán los cimientos de una forma de ver hacer tratos que pagaba cuanto debía y gastaba solo aquello que tenía, un negocio que veremos con buenos ojos, más si contemplamos las formas toscas –algo paródicas– de sus dos hijos, entregados a la modernidad líquida. Sin embargo, nos recuerda la brillante película de Olmo Omerzu (Winter Flies), de corte clásico y mirada incisiva, que siempre hay alguien por debajo de los grandes bustos del negocio, digamos, honrado. Sale al proscenio la trágica figura de la contable (Alena Mihulová), desechada de mano en mano entre hombres de grandes ideales y cero miramientos. En teatro, sería cuestión de justicia que la presente Clitemnestra consiguiera por fin igualarse a ese anciano derrotado, su jefe en la firma, cuando la salud de él falla. Al fin y al cabo, y aquí la planificación de Omerzu es clave, ¿qué honor hay en la figura de un viejo enfermo que abusa de quienes le rodean para mantener el prestigio de una triste marca de Roombas? Justicia, también duelo. El coro de pájaros vuelve, una vez más, para cantar sobre la crisis climática, un final de gravedad mayor que convocaron las acciones de ancianos como el que ahora cae en miseria. No serán coro, quienes pían desde los árboles. ¿No fueron acaso los tratos del paterfamilias quienes condenaron las aves a la extinción inminente?

    República Checa, Eslovenia, Eslovaquia, 2021. Director: Olmo Omerzu. Guion: Olmo Omerzu, Petr Pýcha. Producción: Endorfilm, Cvinger Film, Punkchart films, Ceská Televize.. Fotografía: Lukás Milota. Música: Monika Midriaková. Reparto: Miroslav Donutil, Alena Mihulová, Martin Pechlát, Eliska Krenková, Vojtech Kotek, Pavla Beretová. Duración: 92 minutos.

    SISTERHOOD

    «¿Para qué sirve una película?». Crítica de «Sestri», Dina Duma, Macedonia del Norte | EAST OF THE WEST.

    ▼ Mariona Borrull Zapata.
    Puntuación: ★★☆☆☆.

    La pregunta es franca: ¿sirve el cine para visibilizar realidades lejanas o inaccesibles, como ventana? El bullying que practican las dos protagonistas de Sisterhood nos es, por desgracia, de sobras conocido. Jana (Mia Giraud) y Maya (Antonija Belazelkoska) podrían ser ese uno por ciento con influencia suficiente para movilizar dinámicas que, sostenidas por el resto de alumnado, convierten las aulas en centros de tortura. ¿Acaso usa la joven debutante macedonia, Dina Duma, el cine como herramienta para diseccionar la psicología de sus caracteres, como espejo proyectado? Su película, en efecto, tenderá puentes entre el sufrimiento íntimo de Maya y estados de ánimo removidos de edad concreta y dominio universal: la excitación desconcertada, el miedo al rechazo, los celos que todo lo corroen… El rostro de Belazelkoska, de interpretación minimalista y humanidad acordada, es un cristal que nos devuelve un reflejo del que compadecernos. ¿Se acercaría esta película, entonces, a la placa de Petri o al lienzo sobre el que pintar? Vaya por delante la condición perenne, casi fundacional (dirían, «de peli de tarde»), del tropo de mejores-amigas –una buena e influenciable y una mala, malísima influencia– que, ante el Pecado, se descubren extrañas al lado de la otra. La película de Duma encaja mejor en la superficie blanca y expectante que se abre entre las rectas de un marco: aunque, claro, el arco que dibuja replica imágenes con las que ya hemos fantaseado. Cuántas veces la agitada vivencia adolescente se habrá plasmado a través de la cámara en mano (vean Runner, también en East of the West), como si agitar el plano acarreara siempre una conmoción estética. Metáfora de manual, emoción de Ikea. Podemos recordar, a su lado, el genio de otro debut removido e inquietante, La mugre (Pau Boesch y Berta Galvany, 2018), que danzaba, en un plano secuencia de feísmo trágico y desenfadado, cuando quedaba no había nada más que decir. Sisterhood, a pesar del ruido y la palabrería, dejará una cuestión fundamental por resolver… Esto es, ¿para qué sirve esta película?

    Macedonia del Norte, Kosovo, Montenegro, 2021. Directora: Dina Duma. Guion: Dina Duma, Martin Ivanov. Producción: List Production, Added Value Films, Videa Production, Arizona Productions. Fotografía: Naum Doksevski. Música: Igor Vasilev. Reparto: Antonija Belazelkoska, Mia Giraud. Duración: 90 minutos.

    TWO SHIPS

    «Más normal, imposible». Crítica de «Martanské lode», Jan Foukal, Noruega | EAST OF THE WEST.

    ▼ Mariona Borrull Zapata.
    Puntuación: ★★★☆☆.

    Eliška (Eliška Křenková) conoce a Martin (Martin Kyšperský) en una fiesta. Ella es doctoranda en Psicología, él toca en una banda. Boy meets girl. Encima del escenario, mientras los dedos de Martin convocan eléctricas notas de guitarra, un fogonazo de luz inunda el espacio, que no logra encegar los ojos de Eliška. Créditos vuelan: vamos a conocer de cerca los primeros pasos de un romance cool. En cuestión de minutos, la desconcertante cartela que inauguraba el debut del checo Jan Foukal, que esgrimía el fúnebre «Basado en hechos reales», quedará enterrada bajo capas de espíritu joven y energía vivaz. No hay tiempo para pensar en ella, arropado el flirteo de esta gente-guay al son de unos diálogos fluidos e interesantes, en el equinoccio entre la elegancia y la picardía autoconsciente. Con la cabeza plagada de expresiones juguetonas y caras bonitas, poco espacio queda para una oscura advertencia. Esta tampoco tomará protagonismo cuando se descubra que Martin aún salía con otra chica al empezar con Eliška. Al fin y al cabo, si algo deja claro la cinta de Foukal es que él es tan bonachón como un tanto corto de miras… El tiempo corre y, dentro del sueño de toda aspirante a Manic Pixie Dream Girl, repetimos un mantra que conduce inevitablemente a la desgracia: que el cambio puede pararse y que los muchos minutos de película restantes se suspenderán en la felicidad conocida. En fin, que todo andará. La molonería y el buenrollismo han tomado las riendas de la normalidad, vueltos hábito. La gente es así, el amor es asá. Luego, cuando los problemas finalmente acontezcan y se descubra la grave enfermedad de Eliška, habrá que renegociar con las dinámicas invisibles de lo normativo, contrincante de enorme poder y maneras discretas. Será duro aceptar que no todo era predecible desde el principio, y que la esperanza de lo perenne también nacía de la mera convención. Ver para creer y creer para ver.

    Noruega, República Checa, 2021. Director: Jan Foukal. Guion: Zdenek Jecelin, Martin Kysperský. Producción: Storm Films, Film Kolektiv, Region Film. Fotografía: Jan Suster. Música: Albert Romanutti. Reparto: Agáta Kryštufková, Anita Krausová, Eliska Krenková, Martin Kysperský, Nikola Mucha, Jan Strejcovský, Pavel Zatloukal. Duración: 76 minutos.

    AS FAR AS I CAN WALK

    «De épica y de épica humanista». Crítica de «Strahinja Banovic», Stefan Arsenijević, Serbia | COMPETICIÓN.

    ▼ Mariona Borrull Zapata.
    Puntuación: ★★☆☆☆.

    El poema épico serbio Strahinja Banović, escrito en el siglo XIV, reza que el noble Strahinja salió al rescate de su esposa, raptada por el cruel cabecilla turco Vlah Alija, solo para encontrarla en el lecho de su secuestrador. Un Strahinja dolido pero fiel a su promesa decidió entonces traerla de vuelta a casa. Allí, sus dos hermanos ordenaron acabar con la mujer, castigada por su infidelidad. Sin embargo, en un gesto de humanidad, el caballero se interpuso y le perdonó la vida. Esta fue, en su momento, una transgresión rotunda, una absurdidad como pocas: la había encontrado desnuda entre las sábanas de otro hombre, por lo que el imperativo moral dictaba muerte para ella. Siete siglos más tarde, la imagen del noble Strahinja, defendiendo a una adúltera en nombre del amor incondicional y casi enloquecido, se sostiene como uno de los símbolos más potentes del imaginario folclórico serbio. Hoy el mito vuelve a tomar forma, en la nueva película de Stefan Arsenijević (Love and Other Crimes), eso sí, lejos del mundo aristocrático… Abandonado encima de la silla de una oficina precaria, Strahinja (Ibrahim Koma) clava la mirada a cámara. Tez negra, ropa deportiva sucia y desgastada, habremos asociado su imagen a la de la víctima a rescatar, y no a la parte contraria. No obstante, desde el inicio la película de Arsenijević propone un andamiaje estético transparente, diáfano, con el que establecer un enlace simbólico entre ambas figuras. Como si la épica absurda del cuento del Strahinja medieval pudiera convocar una nueva lectura de la más apremiante crisis europea, hoy la pareja protagonista –Strahinja y Ababuo (Nancy Mensah-Offei)– vivirá en un campo de refugiades y buscará asilo para no ser devuelta a su Ghana natal. El director y coguionista, sin embargo, toma consciencia del doble filo que nace de su enlace simbólico, pues la historia del rescate medieval no podrá nunca traducirse en términos equivalentes. ¿Es posible atender la crisis de los refugiados en términos de épica, por muy absurda que se presente? Arsenijević camina cuidadoso por los senderos bien allanados de un cine de raíz humanista y, a pesar de los trastabilleos, se mantiene en suelo seguro. Si el poema de Strahinja brillaba como sinsentido épico, la semilla de lo pasional hoy ha sido definitivamente aplastada por el absurdo. Ya no queda nada.

    Serbia, Francia, Luxemburgo, Bulgaria, Lituania, 2021. Director: Stefan Arsenijević. Guion: Stefan Arsenijević, Nicolas Ducray, Bojan Vuletic. Producción: Art & Popcorn, Surprise Alley, Les Films Fauves, Chouchkov Brothers, Artbox. Fotografía: Naum Doksevski. Música: Igor Vasilev. Reparto: Ibrahim Koma, Nancy Mensah-Offei, Maxim Khalil, Rami Farah, Nebojsa Dugalic, Slavisa Curovic, Strahinja Blazic, Bashar Rahal, Soulafa Oaishiq, Reham Alkassar. Duración: 92 minutos.

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