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    Cine Alemán Siglo XXI

    Cannes 2021 (#2) | Críticas: «The Worst Person in the World», «After Yang», «The Souvenir. Part II», «Libertad», «Lingui» & «Great Freedom»

    Cannes 2021 (#2)

    Segunda crónica de la 74ª edición del Festival de Cannes.

    Ayer comentábamos en nuestros perfiles de redes sociales que era, la tercera, una jornada especial en el Festival de Cannes debido a que se presentaban ante la prensa los últimos trabajos de dos autores ligados esencialmente a esta cabecera: Joachim Trier y Kogonada. El primero, con cinco largometrajes en su haber, es ya todo un veterano, que ha sabido labrarse una filmografía con personalidad propia saltándose todos los prejuicios y los tópicos inherentes a su apellido –los grados de separación consanguíneos con Lars von Trier son mínimos—, logrando hacerse hueco en la élite con una narrativa que, grosso modo, alude a la crisis personal de una generación. Su quinta película, The Worst Person in the World, es una dramedia que sigue la estela de sus trabajos rodados y ambientados en la capital noruega, Oslo: Reprise (2006) y Oslo, 31 de agosto (2010), focalizando en los pasos de una treintañera a la deriva. Un argumento que engarza con los planteamientos iniciales de sus dos primeros filmes pero apostando por un tono menos grávido y más ligero. Su excelente acogida en Cannes remarca que el cineasta oslense está preparado para cotas mayores.

    Más divisoria en cambio ha resultado la opinión general de la segunda película de Kogonada. El realizador de origen surcoreano nos enamoró hace cuatro años con la excelente Columbus (2017), un filme, también, sobre derivas identitarias y vitales contextualizado en uno de los núcleos arquitecturales de Estados Unidos que da título a la cinta. Un trabajo elegante y emotivo narrado con sutileza que introdujo en el circuito autoral a este afamado videoensayista de Criterion. After Yang, que narra el intento desesperado de rescatar una figura robótica por parte de una familia integrante de un futuro no demasiado lejano, ha sido bendecida por la crítica estadounidense –que la tildan de categoricismos como masterpiece— y recibida con algo más de distancia por la prensa europea. En las críticas que pueden leer a continuación, a cargo de Miguel Muñoz Garnica y Mariona Borrull Zapata, encontrarán un punto intermedio para ambas propuestas.

    ▼ Críticas
    «The Worst Person in the World», Joachim Trier.
    «After Yang», Kogonada.
    «Libertad», Clara Roquet.
    «The Souvenir. Part II», Joanna Hogg.
    «Lingui», Mahamat-Saleh Haroun.
    «Great Freedom», Sebastian Meise.

    The Worst Person in the World

    Crítica de «Verdens verste menneske», Joachim Trier, Noruega | COMPETICIÓN.

    ▼ Miguel Muñoz Garnica.
    Puntuación: ★★★☆☆.

    En el prólogo, la película nos presenta a Julie (Renate Reinsve), una estudiante de sobresalientes que termina perdida entre sus continuos cambios de carrera. De medicina a psicología, de ahí a fotografía, para finalmente quedar como dependiente en una librería. Aunque este aspecto sea secundario en el relato, adelanta el tema que vertebra The Worst Person in the World, separada por Trier en doce capítulos delimitados por intertítulos, más un prólogo y un epílogo: el problema de las decisiones. Las peripecias de Julie a lo largo de los años que recorre la película, desde su época universitaria hasta la treintena, discurren sobre el apego a una idea de libertad entendida como la postergación de las elecciones vitales. O, si lo prefieren, la libertad de no saber qué hacer con nuestra libertad. En uno de los varios planos con los que Trier desafía el deje naturalista que podamos buscar en la propuesta, su cámara recorre una pared con fotografías de las mujeres de la familia de Julie, y la voz en off va detallando a qué edad se casaron o cuántos hijos tuvieron. Ya se imaginarán las cifras. De modo que el cineasta noruego introduce una clara visión generacional del asunto, una actitud en julie de cierta resistencia a los ecos de las convenciones sociales y familiares que laten en esas fotografías. No en vano, el primer capítulo se titula «Los otros» y presenta una situación que ya es casi un estereotipo millennial. Julie, en una relación con un hombre quince años mayor que ella, charla con los familiares de este último y adivinamos en sus palabras y sus miradas el interrogatorio habitual. El trabajo serio, la boda, los niños… ¿para cuándo?

    Podríamos decir que la película recorre una serie de situaciones tópicas para aquellos que andan más o menos por la treintena, pero esta observación está lejos de ser negativa. Porque lo que hace Trier —oscilando entre registros cómicos y dramáticos— es bucear en ellas para explorar como, acumuladas y puestas en relación, forman los códigos sociales que nos determinan. La secuencia de la primera ruptura de Julie, por ejemplo, estructura sus elipsis sobre las minifases y las frases hechas habituales para forzarnos a descubrirlas desde la familiaridad y a la vez la distancia, para dejar emerger la cosmovisión particular que las mueve. Julie es una protagonista en perpetua huida de las convenciones, y eso es lo que determina su segunda relación sentimental que cuenta The Worst Person in the World. En la secuencia en la que ambos personajes se conocen, de hecho, lo que hacen es poner a prueba con sus comportamientos los límites de otra convención social: dónde está la frontera entre el simple flirteo y la infidelidad. Lo hacen, además, sobre el trasfondo de una boda, acaso una de las celebraciones acríticas más ruidosas de los códigos sociales de nuestro tiempo. En la secuencia en la que Julie decide romper su anterior relación por él, Trier repite un recurso que utilizó en Thelma. Rompiendo de nuevo con las bases más bien naturalistas del tratamiento, la vida a su alrededor se paraliza. Esto es, los planos nos muestran a Julie avanzando por su casa o las calles de Oslo como si fueran fotos fijas, con todos los movimientos suspendidos, hasta llegar al encuentro con su nuevo amado. Si atendemos a algunas otras rupturas similares, como una secuencia en la que Trier recrea visualmente los efectos de unas setas alucinógenas, nos encontramos con el cogollo discursivo: la situación ideal para un personaje como Julie es la absoluta suspensión del funcionamiento del mundo y sus normas de uso. O, al menos, la fantasía de su suspensión. Otra cosa es los que venga cuando no podamos aferrarnos a esa fantasía, cuando nos encontremos con el peso de las decisiones tomadas en pos de no tomar decisiones. Sobre eso, Trier también tiene mucho que decir.

    Noruega, Francia, Dinamarca, 2021. Director: Joachim Trier. Guion: Joachim Trier, Eskil Vogt. Producción: Oslo Pictures, Snowglobe Films, arte France Cinéma. Música: Ola Fløttum. Fotografía: Kasper Tuxen. Reparto: Renate Reinsve, Anders Danielsen Lie, Herbert Nordrum, Maria Grazia Di Meo, Hans Olav Brenner, Silje Storstein, Marianne Krogh, Vidar Sandem, Sofia Schandy Bloch, Anna Dworak, Eia Skjønsberg, Thea Stabell, Mina Elise Friesl-Stavdal, August Wilhelm Méd Brenner, Lasse Gretland, Deniz Kaya, Karla Nitteberg Aspelin, Savannah Schei, Tumi Løvik Jakobson, Helene Bjørnebye, Karen Røise Kielland. Duración: 121 minutos.

    Lingui

    Crítica de «Lingui», Mahamat-Saleh Haroun, Francia | COMPETICIÓN.

    ▼ Ignacio Navarro Mejía.
    Puntuación: ★☆☆☆☆.

    En cada edición del Festival de Cannes suele haber al menos una propuesta africana, ya que es muy difícil que películas rodadas en ese continente se estrenen en las salas, y así este certamen contribuye a su visibilidad. Este año ha entrado en su competición la nueva película del experimentado director Mahamat-Saleh Haroun, original de la República de Chad, en la que ambienta entonces esta historia sobre una madre y su hija que tienen que enfrentarse al embarazo indeseado y consiguiente aborto de esta última. Tal objetivo, en una sociedad eminentemente conservadora, con fuertes lazos religiosos y con claras carencias económicas, deja lanzado el drama con varios conflictos abiertos. Inicialmente el relato parece seguir la cotidianeidad laboral de las mujeres de esta ciudad, pero enseguida centra el foco en la condición de la hija adolescente, por lo que ya no hay excusa para que la narración aparezca tan fragmentada. A partir de ahí, sin embargo, Lingui no se enmarca bien ni en el drama intimista ni en algo parecido a un thriller, lo primero por culpa del distanciamiento emocional y lo segundo por la falta absoluta de suspense.

    Un ejemplo manifiesto de esa primera carencia es una temprana escena de confesión/discusión entre madre e hija, que está rodada en un único plano abierto cuyos elementos no aportan nada a la interacción, la cual se ve además aquejada por el poco carisma de sus intérpretes y unos diálogos predominantemente en francés que no suenan muy convincentes. En cuanto a la segunda carencia, queda manifiesta en una escena tardía en que la madre es seguida por su hija cuando va a cometer un acto de violencia, cuya resolución roza el ridículo. Esta torpeza se observa también en la revelación anterior que propicia tal acción, del todo anticlimática, lo cual se une a la torpeza técnica, alargando planos sin sentido, acortando otros que podrían ser más duraderos o directamente dejando en elipsis momentos a priori más importantes que los que se muestran. Para redondear el despropósito, la incoherencia se extiende a los propios personajes, desde la protagonista de la madre hasta secundarios como su hermana o el doctor que primero las recibe. Todos ellos pueden variar su comportamiento en cuestión de segundos, pese a estar basado, en principio, en convicciones arraigadas. Pero es que nada parece dejar huella en este filme, que ni siquiera se compromete con los rasgos diferenciadores, que no exóticos, del lugar en que se ambienta, por lo que lo último que acaba generando es indiferencia.

    Francia, Alemania, Bélgica, 2021. Director: Mahamat-Saleh Haroun. Guion: Mahamat-Saleh Haroun. Producción: Beluga Tree, Made in Germany, Pili Films. Música: Wasis Diop. Fotografía: Mathieu Giombini. Reparto: Achouackh Abakar Souleymane, Rihane Khalil Alio, Youssouf Djaoro, Briya Gomdigue, Hadje Fatime N'Goua. Duración: 97 minutos.

    After Yang

    Crítica de «After Yang», Kogonada, Estados Unidos | UN CERTAIN REGARD.

    ▼ Mariona Borrull Zapata.
    Puntuación: ★★★☆☆.

    Reseguimos el polvo de imágenes que Her cultivó hace ya ocho años. Eran nuevas sensaciones, ideas cosquilleantes en aquel primerizo acercamiento al mundo posthumano de los afectos. Nos preguntamos de nuevo por el binomio acordado entre el sentir de una masa de carne y el de un microchip, y repetimos el agradable sonsonete del progre medio: que todo se pierde en el vacío entre fronteras, que puede haber una tercera vía para el devenir tecno-humano.

    En un futuro no tan distante, las familias acomodadas podrán permitirse incorporar miembros que palíen con inteligencia (artificial) aquellos desajustes las volverían del todo disfuncionales: clones, androides, cachivaches de la cultura cíborg. Entre ellos, habrá una suerte de «robots culturales» especializados en la ardua función de educar la identidad de las nuevas generaciones, aprovisionándolas de conocimientos y experiencias formativas, siempre debidamente irrigadas. El androide Yang (Justin H. Min) es uno de estos nuevos maestros, pero llega al hogar de Jake (Colin Farrell) y Kyra (Jodie Turner-Smith) de segunda mano, de forma que, tras sufrir un cortocircuito que podría resultar letal, la «caja negra» de Yang va a rebelar el universo de recuerdos que fue albergando toda su vida. La película de Kogonada, quien ya fue pródigo en sus reflexiones acerca de la fragilidad del tiempo en Columbus, explora los destellos de vida que reposan en la memoria artificial del joven. Allí habitan momentos de comunión familiar, un primer enamoramiento, pequeñas instantáneas del mundo natural, las diminutas hojas que revolotean dentro de una taza de té. Vistas muy humanas para un entre-ser.

    Y ahí nos quedamos, colmades de belleza, de trascendencia, de fragilidad. Chutades de lo sensible, olvidando todo lo demás. ¿No estaba el cine para hacernos sentir? En estados de trance, en su propia condición laudatoria, la película se adormece, nosotres con ella. Desearíamos despertar, para dar finalmente con las aristas de la cuestión. El wabi-sabi, la culminación estética de lo imperfecto y perecedero, tiene sentido solamente en su condición de paradoja, pero de ella no hay rastro en la película de Kogonada.

    Estados Unidos, 2021. Director: Kogonada. Guion: Kogonada, basado en una historia corta de Alexander Weinstein. Producción: A24, Cinereach, POW! Productions. Música: Aska Matsumiya. Fotografía: Benjamin Loeb. Reparto: Colin Farrell, Jodie Turner-Smith, Haley Lu Richardson, Brett Dier, Clifton Collins Jr., Sarita Choudhury, Nana Mensah, Justin H. Min, Eve Lindley, Taylor Ortega, Ken Holmes, Malea Emma Tjandrawidjaja, Jae Kim, Ava DeMary, Lee Wong, Ansley Kerns, Adeline Kerns. Duración: 101 minutos.

    Great Freedom

    Crítica de «Große Freiheit», Sebastian Meise, Austria | UN CERTAIN REGARD.

    ▼ Ignacio Navarro Mejía.
    Puntuación: ★★★★☆.

    Große Freiheit es una calle de Hamburgo donde desde hace décadas la gente se ha reunido en clubes y otros locales para tomar algo o escuchar música, entre otras formas de ocio, pero también para dar rienda suelta a su sexualidad. Igualmente es el título de esta película de Sebastian Meise, y teniendo en cuenta que la misma transcurre casi íntegramente en una cárcel, la alusión a esa “gran libertad” cobra un doble sentido en el desenlace de la trama. Hay con todo un tercer sentido, el auténtico, que no es ni la libertad puramente física, de la que puede gozar toda persona que no sufre algún tipo de encierro u otro impedimento; ni el nombre de esa calle tan célebre, asociada a la libertad entendida más como libertinaje, sino una libertad mayor, que a duras penas se consigue tras superar un sinfín de obstáculos. Y no se corresponde necesariamente con las dos anteriores. Que el protagonista de esta cinta, Hans (enorme Franz Rogowski), alcance este tipo de libertad, depende de varios condicionantes, y Meise lo estructura hábilmente con una narración en tres tiempos. Hay un tiempo anterior que no vemos directamente, pues la historia arranca justo en 1945, pero imprescindible para la comprensión del protagonista, homosexual que padeció 14 meses en un campo de concentración, y que, como tal, al salir tuvo que cumplir el resto de su condena en prisión.

    En realidad asistimos a lo largo del drama a las indignantes penurias de este hombre, que lo aguanta todo con estoicismo e incluso con cierto optimismo. Es en la relación entre las tres temporadas que pasa en la cárcel, cuyos cabos se van atando de manera sutil y eficaz, donde intuimos que puede haber algo más allá de esa resistencia en el día a día penitenciario. Empero la película, más allá de su propia localización, insiste mucho en la opresión de sus personajes, con planos por lo general cerrados, composiciones estáticas, decorados fríos e incluso prolongadas imágenes negras o sin apenas luminosidad, donde solo se oyen los gritos u otros movimientos de Hans, cuando es aislado en el calabozo. Por lo demás, Meise asume los elementos más típicos del género, con las distintas formas de violencia y vicio que abundan en las cárceles, pero con gran capacidad de síntesis y evitando mostrar directamente las escenas más sensibles, incluido un momento clave fuera de campo. Con ello la narración transcurre con solidez y sin apenas sorpresas, hasta sus últimos 20 minutos aproximadamente en que, como adelantábamos, todo cobra mayor sentido, reforzando la emoción de lo que se ve y retrotrayéndola a lo que se ha visto. Ahí surge verdaderamente la libertad, entendida, en fin, como catarsis.

    Austria, Alemania, 2021. Director: Sebastian Meise. Guion: Sebastian Meise, Thomas Reider. Producción: FreibeuterFilm, Rohfilm. Fotografía: Crystel Fournier. Reparto: Franz Rogowski, Georg Friedrich, Anton von Lucke, Thomas Prenn. Duración: 117 minutos.

    Libertad

    Crítica de «Libertad», Clara Roquet, España | SEMANA DE LA CRÍTICA.

    ▼ Miguel Muñoz Garnica.
    Puntuación: ★★☆☆☆.

    El primer largo de Clara Roquet —guionista de 10.000 km, Los días que vendrán y Petra— sigue durante su veraneo en la Costa Brava a Nora (María Morera Colomer), una adolescente de familia adinerada que entabla una estrecha amistad con Libertad (Nicolle García), una quinceañera colombiana hija de la criada de la familia. Roquet aprovecha la coyuntura para no solo recoger los primeros brotes de la rebeldía y el deseo en Nora, sino también el choque de clases que encarnan las dos muchachas. En este sentido, la figura de la criada «que es como de la familia» —unas palabras más cargadas de exclusión de lo que pretenden los personajes que las pronuncian— está retomada de El adiós (2015), un corto de la cineasta que contaba la relación afectiva brotada entre la abuela de una familia rica y su cuidadora boliviana. Libertad traspone esta trama y la añade a la serie de eventos que rodean el crecimiento de Nora: la toma de conciencia de clase, el divorcio de sus padres o los pequeños secretos e hipocresías de su familia. Dicho lo anterior, resulta complicado definir dónde se encuentra el punto de vista de la cinta. Si la entendemos como coming of age, género muy en boga en el cine de autor español e internacional, podemos argüir que la estructura de tramas múltiples está guiada por el proceso de madurez de Nora a lo largo de todo el periodo estival. De ser así, Libertad plantea las dificultades habituales de este tipo de películas. Esto es, que filmar la adolescencia es —o debería ser— poner en escena una visión muy íntimamente localizada del mundo y una forma muy particular de reaccionar a sus estímulos.

    La comparación nos la brinda Moving On (Joon Dan-bi, 2019), uno de los mejores coming of age de los últimos años y que, como Libertad, cuenta el crecimiento de su protagonista adolescente a lo largo de todo un verano atravesado por tribulaciones familiares —en ambos casos, asoma el divorcio y la demencia de un abuelo—. Moving On es el perfecto ejemplo de cómo construir la visión adolescente del mundo a partir de una experiencia del espacio y el tiempo, a base de planos fijos distantes y elipsis muy precisas entre situaciones con pequeños desarrollos internos. En comparación, Libertad desvela sus debilidades en una planificación más dispersa, poco atenta a los cambios de perspectiva, y elaborada a base de elipsis más agresivas, que tienden a cortar la organicidad de las escenas y dejarlas en breves exposiciones. Si en Moving On es una determinada sensibilidad ante el paso del tiempo la que determina sus elipsis, en Libertad es una mera cuestión de eficacia narrativa. Llegados al punto importante que queríamos ilustrar, pasemos al siguiente, y así sucesivamente. La diferencia entre ambas estriba, en fin, en que filmar la adolescencia es una cuestión de puesta en escena más que de guion, una perspectiva íntima conquistada minuto a minuto mediante la experiencia de los planos y no un ajuste de cuentas con la memoria desde la edad adulta. Nadie le puede negar a Libertad que es una obra bien escrita, con solvencia narrativa y ambición temática. Y quizá esa sea su principal limitación.

    España, Colombia, 2021. Directora: Clara Roquet. Guion: Clara Roquet. Producción: Avalon P.C, Lastor Media, Bulletproof Cupid. Música: Paul Tyan. Fotografía: Gris Jordana. Reparto: María Morera, Nicolle García, Vicky Peña, Nora Navas, Maria Rodríguez Soto, Carol Hurtado, David Selvas, Òscar Muñoz, Sergi Torrecilla, Mathilde Legrand. Duración: 104 minutos.

    The Souvenir. Part II

    Crítica de «The Souvenir. Part II», Joanna Hogg, Reino Unido | QUINCENA DE REALIZADORES.

    ▼ Mariona Borrull Zapata.
    Puntuación: ★★★★☆.

    Diáfana, a la vez que honda y viscosa, la oscuridad de The Souvenir traspasaba la pantalla y nos engullía en el tenue pantano de las necesidades ignoradas, los deseos saboteados y, en fin, el suave placer de la dependencia emocional. Nadie querría acompañar a una niña rica en su viaje a la toxicidad, para empezar, porque muches de nosotres apenas salimos de este lodazal. Por otra parte, el preciosismo de Joanna Hogg invitaba a quedarse inmóviles, expectantes, para disfrutar del caer lánguido de la luz sobre las cosas, ni que fuere un rato más.

    La segunda parte del díptico –según comenta Hogg, planeada desde el principio, aunque de ella no hubo anuncio hasta hace unos meses– funciona como una reconquista íntima. Una reconstrucción narrativa, pues acompañamos a Julie (Honor Swinton Byrne) en su proceso de duelo y sanación emocional tras la pérdida de su amante. Un camino que se materializa bajo la forma del rodaje de su proyecto de final de carrera, una meta-película que de forma relativamente consciente será encarado como forma de explicar el tormentoso devenir de la primera parte. Claro que, ¿cómo entender, de verdad, la simplicidad de la mentira y la adicción? ¿Cómo explicar el malestar profundo que lleva a alguien a destruirse? La película de Julie, aquella que debiera ayudarla a disipar la duda, se vuelve confusa, cambia de cara constantemente, se enmaraña en su propio ser.

    La vuelta a la vida se disfraza detrás de fracasos, y resulta tentador augurar la caída definitiva de Julie en la desgracia: The Souvenir, basada en la propia vivencia de Hogg, no hace concesiones en su crudeza. Sin embargo, la determinación pervive, muta y se revela entre la belleza de las flores que repletan la cinta y la interpretación de Honor Swinton Byrne, maestra orfebre de la sutileza emocional. ¡Y el humor! Reímos a carcajadas con el ramillete de secundarios que elevan la pieza y aligeran el drama, desde el maravilloso nuevo pasatiempo de Tilda Swinton hasta la finísima sátira de algunes de les sospechoses habituales del panteón del cine estudiantil. El cariño ante la desgracia: The Souvenir: Part II es exactamente la película que necesitábamos.

    Reino Unido, 2021. Directora: Joanna Hogg. Guion: Joanna Hogg. Producción: BFI Film Fund, Element Pictures, JWH Films, Protagonist. Fotografía: David Raedeker. Reparto: Honor Swinton Byrne, Tilda Swinton, Harris Dickinson, Joe Alwyn, Charlie Heaton, Richard Ayoade, Ariane Labed, Amber Anderson, Tosin Cole, Jack McMullen, Frankie Wilson, Jaygann Ayeh, Alice McMillan, Byron Broadbent, Grace Hancock, Gala Bernal. Duración: 107 minutos.

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