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    Cannes 2021 (#1) | Críticas: «Annette», «Ha'Berech (Ahed's Knee)», «Onoda», «The Story of Film: A New Generation» & «Between Two Worlds (Ouistreham)»

    Cannes 2021 (#1)

    Primera crónica de la 74ª edición del Festival de Cannes.

    ▼ Críticas
    «Annette», Leos Carax.
    «Ha'Berech», Nadav Lapid.
    «Onoda, 10.000 nuits dans la jungle», Arthur Harari.
    «Ouistreham», Emmanuel Carrère.
    «The Story of Film: A New Generation», Mark Cousins.

    Una resurrección es un asunto muy serio. Y la de la industria cinematográfica no lo iba a ser menos. La 74ª edición del Festival de Cannes se ha autoerigido como el lugar y el espacio donde todos los aparatos que componen el universo fílmico contemporáneo se reactiven y reconecten tras dieciséis meses de oscuridad e incertidumbre. Y los primeros pasos, como eran de esperar, han sido en falso. Esta entrega del certamen galo se mueve entre la urgencia y la adaptación a una nueva coyuntura. Algo que ha imposibilitado que periodistas –no olvidemos que son, junto a los distribuidores, los agentes fundamentes de este evento— sudamericanos, asiáticos y africanos figuren entre los acreditados, debido a las georestricciones derivadas de la crisis sanitaria; y los que sí están teniendo la oportunidad de moverse por el Palais y aledaños lo hagan dentro de una tensa calma, marcada por los protocolos de seguridad y salud –con exámenes cada cuarenta y ocho horas— y los numerosos fallos del nuevo sistema de reservas de entradas. Una medida interesante, que evita las clásicas filas al sol pero cuya alta demanda ha colapsado un servicio que, por otra parte, debería ser perfecto. Estamos en el mejor festival del mundo.

    Un festival, retomando lo fílmico, que abrió con un espectáculo implacable, que se mueve al ritmo de Leos Carax y los Sparks. Todo el exceso, por tanto, que pueden imaginar emerge pero también, por suerte, toda la energía e interés que hacía falta para obrar la citada reconexión con una platea que va más allá de lo presencial. La 74ª edición del Festival de Cannes es sinónimo de ilusión para un ecosistema ávido de ella. El filme de Carax, un ejercicio no tan clásico que confronta luz y oscuridad, es perfecto para provocar el idilio. Es imposible resistirse a un actor como Adam Driver, como también es complicado apartar la mirada ante una obra de Carax, uno de los realizadores más personales y libres del cine europeo. Unos adjetivos que, con otros códigos, podemos aplicar a Nadav Lapid. El director de la ganadora del Oso de Oro Sinónimos vuelve a Cannes con un trabajo minimalista que presenta la doble disyuntiva de un homólogo, con la muerte como leitmotiv. La ficción del autor hebreo golpea y remueve conciencias —puede que no sea el momento para ello. Ambos largometrajes son las primeras propuestas de una Competición cargada de títulos y de la que los insiders habituales ya han desvelado sus primeros augurios: cuidado con la nueva película de Kirill Serebrennikov, el cineasta proscrito.

    Annette

    Crítica de «Annette», Leos Carax, Francia | COMPETICIÓN.

    ▼ Miguel Muñoz Garnica.
    Puntuación: ★★★★★.

    Es complicado olvidar aquella suerte de intermezzo de Holy Motors en el que Denis Lavant, pertrechado de un acordeón, iniciaba una tonada a la que se iban sumando nuevos músicos que asaltaban el encuadre hasta formar todo un desfile, siempre en movimiento correspondido por un intrincado travelling frontal. Para la escena de apertura de su musical Annette, Leos Carax retoma la jugada. El mismo cineasta aparece dirigiendo una sesión de grabación, hasta que la frase «So may we start?» inicia un número musical en el que intervienen él, los hermanos Mael —los miembros del grupo Sparks, compositores y guionistas de la obra— y el elenco actoral. Enseguida, toman las calles de Los Ángeles seguidos por otro complejo travelling y nos sugieren la noción expansiva y contagiosa del espectáculo que comienza a ponerse en escena. Desde luego, experimentar este comienzo en una sala del festival de Cannes, llena hasta la bandera dos años después de su última edición, y ejerciendo la labor de película inaugural, amplifica mucho sus significaciones —uno de los versos llega a pedir consideración con el ego del director, dado que se encuentra en la sala—. Pero no debería quedarse solo ahí. La cosa es que un comienzo como este, y de ahí la relevancia de que sea la cinta inaugural, se revela de pronto la mejor manera posible de celebrar el regreso a la vieja normalidad de los cines. Carax despliega un maximalismo audiovisual que busca la adhesión al desfile, una onda expansiva que toma la platea con los espectadores por un territorio conquistable.

    Y damos fe de que lo consigue. Porque Annette es, antes de todas las lecturas subtextuales que irá generando, un espectáculo que explora dos de las posibilidades más mágicas del cine como medio artístico: la musicalidad no solo del sonido sino de la imagen, del corte, del escenario recorrido por la cámara; y la artificialidad desmedida, sin miedo al ridículo. Sin desvelar nada del argumento —les recomendamos encarecidamente dos cosas: no lean nada sobre su historia, y véanla en el mejor cine que tengan a mano—, nos remitimos por ahora a una de sus secuencias cumbre, rodada en un barco bajo una tempestad que aprovecha la zozobra del escenario, las incursiones del agua y el empleo de decorados irrealistas para levantar un prodigio de la puesta en escena. No está de más añadir que, siendo Annete un espectáculo cinematográfico de magnetismo innegable, es a la par, y sin perjuicio de lo anterior, una película dispuesta a negar continuamente sus propias imágenes. Lo sórdido y lo triste se cuelan en la mayoría de sus escenas, a veces de forma subterránea, a veces dentro de la propia dinámica de los números. La mirada eufórica y la melancólica se vuelven indisolubles. O, si se quiere, lo crítico y lo ideológico contrapesan y a la vez complementan el placer espectatorial. El cine, nos descubre Carax, no debería resistirse a su naturaleza espectacular. También por eso, Annette es la mejor (re)celebración de la vuelta a las salas.

    Francia, Alemania, Bélgica, Japón 2021. Director: Leos Carax. Guion: Ron Mael, Russell Mael. Producción: CG Cinéma, Kinology. Fotografía: Caroline Champetier. Música: Ron Mael, Russell Mael. Reparto: Adam Driver, Marion Cotillard, Simon Helberg, Dominique Dauwe, Kait Tenison, Latoya Rafaela, Rebecca Dyson-Smith, Timur Gabriel, Kevin Van Doorslaer, Devyn McDowell, Ornella Perl, Christian Skibinski, Marina Bohlen, Nino Porzio, James Reade Venable, Charlotte Brand, Colin Lainchbury-Brown, Kristel Goddevriendt, Filippo Parisi, Michele Rocco Smeets, Elke Shari Van Den Broeck. Duración: 140 minutos.

    Ahed's Knee

    Crítica de «Ha'Berech», Nadav Lapid, Israel | COMPETICIÓN.

    ▼ Mariona Borrull Zapata.
    Puntuación: ★★☆☆☆.

    Y (Avshalom Pollak) es un cineasta, Yahalom (Nur Fibak) trabaja en el Ministerio de Cultura de Israel. Ella lo ha convocado a su pueblo, el remoto Avara, para que presente su última película. En uno de los puntos álgidos de la nueva de Nadav Lapid, Y vomita un discurso incendiario contra el gobierno de Yahalom y todo lo que representa. Lo vemos a través de una sucesión de planos muy cortos, en que ya no parece que sea la cámara quien se acerque al personaje, sino más bien al contrario: el tipo se abalanza a ráfagas verbales contra la imagen, casi pegado al cristal, y motiva el corte con cada bocanada de aire antes de proseguir su perorata a chillido limpio. Al final, la película queda encuadrando durante unos instantes el cielo que se abre más allá de la cabeza del personaje, visible solo entre la oreja y el final de la línea de cuello. Bajo el azul luminoso, se hace el silencio y pasa un pájaro. A falta de línea de horizonte, pareciera que, como tirada en el suelo, la cámara tuviera todo el peso de Y encima.

    El interludio solo dura unos instantes, pero son suficientes para tomar aire, reparar en la pausa y atisbar una posible salida ante el enorme espectáculo de griterío y farfullas del director israelí (ambos). ¿Acaso la imagen de Lapid grita, porque no puede enfrentarse al mundo de cara, en el silencio de las cosas que son como son? ¿Y si el apabullante paisaje visual y sonoro no fuera más que una expresión abigarrada de un trauma? Tomaría entonces sentido la relación de conflicto permanente del protagonista de Sinónimos y de Ahed's Knee con respecto a su pasado y al mundo que les rodea, deliberadamente soterrado en pro de un carácter presentista y revulsivo, en constante sublevarse. Otro prisma a tomar pasaría por cuestionarse si hay «personaje» alguno, siquiera, y no puro movimiento, remolino incendiario encarnado y velado bajo unas gafas de sol. El cuerpo de Y ahoga la película, que estrangulada pide aire. En el cielo vacío, vemos un pájaro –una mota de belleza–, pero también un problema (cinematográfico) sin solución clara. Si esto fuera un koan, una adivinanza sin salida, lo formularíamos así: tras los colocones visuales que Lapid practica con alevosía, ¿habrá también algo de silencio?

    Israel, 2021. Director: Nadav Lapid. Guion: Nadav Lapid. Producción: arte France Cinéma, Cinereach, Komplizen Film, Les Films du Bal, Pie Films. Fotografía: Shai Goldman. Reparto: Nur Fibak, Avshalom Pollak. Duración: 109 minutos.

    Onoda

    Crítica de «Onoda, 10.000 nuits dans la jungle», Arthur Harari, Francia | UN CERTAIN REGARD.

    ▼ Ignacio Navarro Mejía.
    Puntuación: ★★★★☆.

    Hirō Onoda fue un soldado japonés de la Segunda Guerra Mundial, destinado a una isla filipina hacia el final de la contienda con la misión secreta de resistir a toda costa ante la invasión norteamericana. Nadie podía sospechar sin embargo que llevaría esa misión hasta sus últimas consecuencias, prolongando su solitaria resistencia durante años, mucho después de que Japón capitulara. Es una historia increíble, digna de ser recordada y contada, para lo cual sería fácil adoptar un enfoque puramente pacifista y condenar la locura de este hombre, sin tener en cuenta otros elementos propios de su contexto, formación y psicología. El mensaje final está claro, pero el camino que lo precede es complejo. De ahí su ambigüedad y profundidad dramática, que se presta muy bien a un largometraje de ficción, aquí más intimista que crítico. Así lo ha abordado el cineasta francés Arthur Harari, en la que es su segunda película y la que abre la sección Una cierta mirada del Festival de Cannes. Lo primero que salta a la vista de esta cinta, aparte de su ambición inherente, es la seguridad y paciencia con la que desarrolla este relato, lo cual sorprende en un director y coguionista aún joven, que se atreve además con una localización y unos personajes extranjeros, sin mencionar la propia ambientación histórica.

    Con todo, a Harari no le faltan asideros, más allá de la documentación de la que puede haber dispuesto. Desde el punto de vista puramente cinematográfico, ha tomado buena cuenta de los clásicos, pues es evidente la influencia de Kurosawa, cómo no, o de David Lean. El metraje se acerca a las tres horas, combinando flashbacks y elipsis para narrar varias décadas en la vida de este soldado y sus acompañantes. Pero es envidiable su ritmo, gracias a un montaje pausado y que recurre igualmente a transiciones clásicas, como los encadenados; y a una planificación bastante ortodoxa, con posiciones muy precisas de cámara (sobre todo en las composiciones con sus referentes situados en varios términos del encuadre), que permiten una dirección uniforme de la acción. Incluso hay momentos de humor, derivados del surrealismo de la situación, que aligeran el discurrir del drama. Por otro lado, hay algunos detalles inverosímiles, sobre todo uno hacia mediados del metraje que deja un sabor un poco amargo para el resto, lo cual es algo frustrante dada la contundencia de la propuesta. En cualquier caso, la misma está llena de virtudes, sigue la estela de ese cine, ya sea bélico o no, propio de otra época, y así logra ofrecer una mirada tan lírica como cruda sobre un paisaje que parece detenido en el tiempo.

    Francia, Alemania, Italia, Bélgica, 2021. Director: Arthur Harari. Guion: Arthur Harari, Vincent Poymiro. Producción: Bathysphère Productions, Pandora Film, Frakas Productions, Ascent Film, RAI, arte France Cinéma, To Be Continued. Fotografía: Tom Harari. Música: Olivier Marguerit. Reparto: Issei Ogata, Inowaki Kai, Shinsuke Kato, Kanji Tsuda, Yûya Matsuura, Yuya Endo, Tetsuya Chiba. Duración: 165 minutos.

    The Story of Film: A New Generation

    Crítica de «The Story of Film: A New Generation», Mark Cousins, Reino Unido | PROYECCIONES ESPECIALES.

    ▼ Mariona Borrull Zapata.
    Puntuación: ★★★☆☆.

    A pesar de las intenciones, ayer El Cine fue masticado hasta perder toda forma y sabor reconocible. Que si el cine no ha muerto, que si el cine nos salva, que si es un mundo de contactos, que si vivimos cine como un segundo hogar… Ante los aúpas imprecisos, tocaba desentrañar cuál era exactamente este cine que sobrevivió un año de pandemia –un gesto quimérico, por otra parte, pues si algo caracteriza el devenir artístico es su propia tendencia al caos–. Nos atenemos a la tesis de Carlos Losilla: «el cine que se hace» existe en constante propagación, siempre mutando, mientras que «el cine que se piensa» debe permanecer inmóvil, con la quietud de quien acecha la menor señal de cambio. El encuentro entre pensamiento e imagen es por tanto imposible (vive atrapado en una eterna asíntota) y toda historia del cine es mera ficción. Palabras mayúsculas que no encapsulan los recovecos de nuestro oficio. Por ello, son reivindicables perspectivas como la de Mark Cousins, quien en Story of Film desenfocaba su mirada para acoger filmografías de lo más diversas, esparcidas en una constelación de pequeños gestos de una lucidez brillante. Cousiniano o warburguiano, como se prefiera, la deconstrucción sistemática del Gran Canon ante la menudez de un corte, un cambio de foco o una mirada, bien valía reivindicar la autoridad de una voz –la del cineasta irlandés– que para parte de la cinefilia dura no era más que un influencer o, si me apuras, un «divulgador» más. Sin embargo, Cousins, energía cinéfila, lupa y telescopio en mano, había sido capaz de identificar una forma más falible y menos falaz de contar el cine.

    Ayer, con el estreno de A New Generation, algo se rompió. Su nueva película funciona como anexo a Story of Film, que el cineasta aprovecha para completar su cronología y repasar las formas del cine de los últimos años, a sabiendas –auguro– de que la falta de distancia es también una suerte de ceguera. En efecto, Cousins traza líneas rectas allí donde no las hay, desvalijando en el proceso aquella investigación minuciosa pero intuitiva, basada en leves rimas y contactos entre imágenes, que había marcado las constelaciones de su nueva historia del cine. Empezamos a preguntarnos cómo hemos llegado hasta aquí, lo cual no es bueno para alguien que irriga la relatividad de los caminos tomados. Como si el ensayista alzara la mirada y tratara de adivinar qué formas toman las nubes que por encima suyo pasan, sus ideas tendrán un contorno delimitable, comprensible, pero tan sólido como puede serlo una gran masa de agua. Lo de Cousins acaban por ser proyecciones sobre Los Grandes Temas de Actualidad, disertaciones unívocas acerca de la pandemia, los videojuegos y el cine, en general. ¿Quién habla ya de “los videojuegos” como objeto homogéneo? Puede que la verdadera maldición de 2020 sea el haber sacado a relucir nuestros pequeños boomers interiores. Del haiku al poema épico, del murmullo a la cháchara. A veces el silencio es preferible.

    Reino Unido, 2021. Director: Mark Cousins. Guion: Mark Cousins. Producción: Hopscotch Films. Fotografía: Mark Cousins. Duración: 160 minutos..

    Between Two Worlds

    Crítica de «Ouistreham», Emmanuel Carrère, Francia | QUINCENA DE REALIZADORES.

    ▼ Miguel Muñoz Garnica.
    Puntuación: ★☆☆☆☆.

    Tras dieciséis años, el escritor Emmanuel Carrère ha decidido volver a ponerse delante de las cámaras, esta vez adaptando una obra ajena: «Le Quai de Ouistreham», un libro de no-ficción de la periodista Florence Aubenas, sobre la precariedad laboral en Francia. Ahora bien, los primeros compases de Ouistreham la sitúan en otros códigos conocidos. La sucesión de primeros planos desmañados, escenografías naturalistas y montajes «urgentes» nos ubica rápidamente en la tradición del cine social-autoral francés. Esto es, películas de ficción para festivales que tienden a confundir lo expositivo con lo político, y la renuncia a la puesta en escena con el compromiso con la realidad. Para terminar de hacer saltar las alarmas, tenemos a Juliette Binoche de protagonista, interpretando a otro personaje que empatiza con culturas o clases ajenas. Al menos, Carrère salva este último tópico introduciendo un elemento de metatextualidad al desvelar, poco después del comienzo, que en realidad estamos siguiendo a una escritora que ha decidido vivir en sus carnes lo peor del mercado laboral para poder plasmarlo en el papel. En concreto, nos conduce por el mundo del personal de limpieza con contratos basura hasta llegar al Ouistreham, el ferry que da nombre a la película y que se nos presenta explícitamente como el infierno: jornadas extenuantes, exigencias desmesuradas y salarios paupérrimos. El problema es que Carrère pasa por ello como por todo lo demás. Con el tiempo justo para posicionarse y sin demostrar la menor capacidad de proponer ideas sobre cómo filmar los gestos o los espacios del trabajo que representa. Sin olvidar que, en el fondo, estamos ante la versión en clave «cine social francés» de Los viajes de Sullivan, y que la diferencia entre lo que dan de sí ya solo los códigos cinematográficos o genéricos a los que se adscriben es lacerante.

    Francia, 2021. Director: Emmanuel Carrère. Guion: Emmanuel Carrère, Hélène Devynck; basado en la novela de Florence Aubenas. Producción: Cinefrance, Curiosa Films, France Télévision Distribution. Fotografía: Patrick Blossier. Música: Mathieu Lamboley. Reparto: Juliette Binoche, Didier Pupin, Emily Madeleine, Evelyne Porée, Hélène Lambert, Léa Carne. Duración: 107 minutos.

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