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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Vivir sin nosotros

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    Crítica ★★★☆☆ de «Vivir sin nosotros», de David Färdmar.

    Suecia, 2020. Título original: «Are We Lost Forever». Director: David Färdmar. Guion: David Färdmar. Productores: Casper Andreas, David Färdmar, Lis Svensson. Productoras: Färdmars Film, Embem Entertainment. Distribuidora: TLA releasing. Fotografía: Robert Lipic, Johannes Stenson, Camilla Topuntoli. Música: Per-Henrik Mäenpää. Montaje: Christoffer Sevholt. Reparto: Björn Elgerd, Jonathan Andersson, Micki Stoltt, Nemanja Stojanovic, Victor Iván, Melker Wenberg, Shirin Golchin, Michaela Thorsén.

    Estamos acostumbrados a que lleguen a las pantallas multitud de películas que presentan a parejas que se conocen, se enamoran y se ven sometidas a diferentes circunstancias que hacen que estas se tambaleen, para culminar, bien con el triunfo del amor o, en el peor de los casos, con la ruptura de la relación. David Färdmar, director del premiado cortometraje Love (2008), se ha propuesto algo diferente en su ópera prima, Vivir sin nosotros (2020): comenzar a contar su historia desde el instante mismo en que la pareja (que no el amor) se rompe. ¿Quiere decir esto que nos encontramos ante una película que habla de desamor? En absoluto. La escena que abre la cinta muestra a Adrian y Hampus en la cama planteándose qué va a ocurrir con ellos tras la confesión del primero sobre que ya no siente atracción por su compañero de vida. Un momento de intimidad máxima en el que todos los cimientos que ambos habían construido durante tres años de relación terminan viniéndose abajo, dejando ver una triste y dura realidad, la de que no dan más de sí juntos. Desde ese instante, solo quedará asumir, por ambas partes, que ya no habrá más un “nosotros”. Esta situación, tan reconocible para cualquiera que haya visto cómo su relación de pareja naufragaba, está planteada de forma tremendamente natural y sin artificios y viene a representar a la perfección cuál será el tono del filme. Vivir sin nosotros es una producción que sabe sobreponerse a su modestia, palpable en una puesta en escena funcional, que huye del preciosismo de una fotografía deslumbrante o de los efectismos de un montaje elaborado, con una cámara demasiado estática y muy pocos escenarios (la mayoría en interiores), para centrarse exclusivamente en explotar al máximo el calado emocional de la historia que pretende contar y en la autenticidad que transmiten sus dos protagonistas, Björn Elgerd y Jonathan Andersson en sus personajes.

    En toda obra cinematográfica suele ser importante la forma a la hora de enganchar al espectador a través de los sentidos, pero Färdmar ha optado por sacrificar cualquier alarde visual en pos de una evidente sencillez que no reste protagonismo al fondo de su relato. La cinta se centra en cómo transcurren los meses siguientes a la ruptura de los dos protagonistas y de qué manera se enfrenta cada uno a su nueva situación. Asistimos a sus dudas, sus luchas internas por no caer en la debilidad y pedir una segunda oportunidad, los distintos acercamientos posteriores en los que se intenta conseguir una cordialidad que facilite una amistad entre dos jóvenes aún unidos por un estrecho vínculo emocional, por mucho que sus tres años de vida en común no hayan estado exentos de cierta toxicidad, decepciones y alguna traición. La película maneja muy bien las escenas en las que Adrian y Hampus se desnudan interiormente el uno frente al otro, gracias a las bien perfiladas personalidades de ambos personajes y a la notable actuación de sus dos actores. Ambos acaparan la mayor parte del metraje de una cinta que adolece, tal vez, de la presencia de unos secundarios con más peso que respalden a los protagonistas y doten de mayor complejidad a la historia. Ni Rasmus, el nuevo interés amoroso de Adrian, ni Julian, el hombre que parece devolver la estabilidad a la vida de Hampus, pese a los buenos trabajos de Micki Stoltt y Nemenja Stojanovic, alcanzan en pantalla la misma fuerza que sus parejas. Björn Elgerd, como el inestable Adrian, es quien consigue mayores posibilidades de lucimiento, siendo el detonante de la ruptura y, paradójicamente, quien peor asume las consecuencias de sus unos errores cometidos como consecuencia de su constante sensación de vacío e insatisfacción, mientras que sobre Jonathan Andersson recae el más amable rol de Hampus, un músico sensible y maduro, más preparado que su compañero para el compromiso e incluso para dar el paso de buscar el modo de ser padre junto a la persona adecuada.

    Are We Lost Forever, David Färdmar.
    Ópera prima de una de las promesas directorales suecas.

    «El filme se engrandece gracias a minúsculos detalles de guion que encandilan por su sinceridad y que consiguen tocar el corazón de cualquier espectador al que le haya tocado dejar partir para siempre a la persona que ama».


    Vivir sin nosotros es un filme que posee cierto aliento teatral, apoyándose muchísimo en las miradas y los silencios, a veces más reveladores que las palabras. Su realizador y guionista ha elaborado una historia de amor dolorosa y apasionada, muy hija de los tiempos que corren. Resultan muy representativos, en este aspecto, cómo sus protagonistas hablan sobre cómo afrontar ese momento de anunciar el nuevo estado de su pareja en las redes sociales (Facebook e Instagram) y cómo les parece este un paso sin vuelta atrás, o esas citas sexuales (siempre abiertas a que pueda surgir algo más profundo) a través de aplicaciones telefónicas como Grindr. También se filtran en la trama elementos tan reconocibles como el miedo al contagio en las relaciones sexuales sin protección, la promiscuidad como búsqueda de una saciedad sexual que, no obstante, solo termina generando más vacío, o los debates sobre la adopción o la gestión subrogada como posibilidades para ser padres. Siendo esta una película que habla, de manera melancólica, de cómo se tiende a idealizar un amor perdido hasta tal punto que parece imposible sobreponerse al dolor y encontrar a otra persona que esté a la altura con la que comenzar de cero, resulta también una obra que hace del romanticismo su mayor arma para salir victoriosa. Más allá de algunas situaciones que pueden parecer reiterativas (las escenas en el restaurante) o de la falta de giros narrativos verdaderamente desestabilizadores para sus personajes, el filme se engrandece gracias a minúsculos detalles de guion que encandilan por su sinceridad (esa cama en la que comienza la acción y por cuya posesión discuten los examantes a lo largo del relato, hasta el punto de acabar dividida en dos; la fuerza de los dos momentos en los que Adrian y Hampus se funden en un abrazo, cada uno en una atapa diferente de su viaje hacia la amistad y, por lo tanto, cargado de una simbología distinta) y que consiguen tocar el corazón de cualquier espectador al que le haya tocado dejar partir para siempre a la persona que ama.


    José Martín León |
    © Revista EAM / Madrid


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