Paisajes de un hombre en crisis
Crítica ★★☆☆☆ de «Siberia», de Abel Ferrara.
Italia, 2020. Director: Abel Ferrara. Guion: Abel Ferrara, Christ Zois. Producción: Vivo Film, Match Factory Productions, RAI Cinema, Regione Lazio, Piano Producciones. Fotografía: Stefano Falivene. Sonido: Neil Benezra. Montaje: Leonardo Daniel Bianchi, Fabio Nunziata. Música: Joe Delia. Reparto: Willem Dafoe, Dounia Sichov, Daniel Giménez Cacho, Anna Ferrara, Simon McBurney, Cristina Chiriac, Trish Osmond, Laurent Arnatsiaq, Fabio Pagano, Phil Neilson, Valentina Rozumenko. Duración: 92 minutos.
Abel Ferrara está en crisis y quiere que lo sepamos. Lo evidencia el hecho de que busque mostrarse a sí mismo y el resultado sea Siberia, una película perturbadora. La duda es si tal adjetivo tiene el mismo sentido para Ferrara que para el espectador. Recuperando la figura del actor Willem Dafoe (ya habitual en su cine) como su alter ego, lo fuerza a expresar sin muchas contemplaciones deseos, dudas o miedos. Las imágenes buscan el escándalo, la conmoción (lo que en inglés se conoce como shock value), pero lo hacen de forma tan evidente que solo provocan escepticismo y la sensación de que el todo no acaba de cuajar en ningún momento. En parte tiene que ver la naturaleza fragmentaria de la película, y cómo todos esos pedazos de historia no logran construir una totalidad coherente, ni siquiera orgánica. Las escenas se apilan sin llegar a hilarse. Pero, más allá de la propia estructura, la sensación desapegada y problemática surge del modo en que el cineasta escoge contar y filmar esta (su) crisis.
A priori, el director de The Addiction y Teniente corrupto escoge situarnos en un paisaje nevado de recogimiento y misantropía. El ermitaño que habita este paisaje, Clint (Dafoe), regenta algo parecido a una cantina en el corazón del monte siberiano. La forma de ambientar el local, con unas imponentes montañas envueltas de niebla cegadora, busca transmitir el aislamiento. Pero lo cierto es que Ferrara no tiene paciencia para construir nada parecido a una sensación de incomunicación. No nos da espacio ni tiempo para que podamos comprender las condiciones en las que existe Clint en semejante contexto. Un puñado de personajes variopintos que aparecen siempre cruzando lo salvaje se presentan en el bar, en lo que podemos a empezar a asumir como la dinámica que va a tomar la pieza: una sucesión de escenas que parecen sobrevenirle al personaje sin que este tenga mucho a decir al respecto. Así, no acaba de quedar muy claro si el que está en crisis es él mismo o todo a su alrededor.
▼ Siberia, Abel Ferrara.
Sección oficial en la Berlinale 2020. Presentada en el D'A Film Festival 2021.
Sección oficial en la Berlinale 2020. Presentada en el D'A Film Festival 2021.
«Ni en el apartado visual, que se sirve de tropos que se sienten algo automatizados, ni en el apartado discursivo, en el que se intuye un acercamiento demasiado autocondescendiente, se podría hablar de Siberia como un ejercicio que llegue a buen puerto».
Tenemos, pues, a un Willem Dafoe desdoblado que atiende servicialmente a las figuras que vienen a interrumpir y alterar esa idea de una falsa rutina. Pero, ¿de qué tipo de figuras hablamos? Siempre lo más alejado de sí mismo (y del Ferrara original), la otredad personificada en mujeres (desde el cuerpo sexualizado de una embarazada, pasando por un surtido de jóvenes racialmente variadas), personas con diversidad funcional o agrupaciones de distintas etnias. Lo que vienen a aportar todas ellas es incierto, como incierto es también el lugar real del que surge lo que se intuye como una reflexión sobre sí mismo y que no parece llegar a ningún sitio. Puede que quien la realiza no ha tenido tiempo de tomar distancia y leerse desde fuera. O, al menos, no tanto como requeriría el ejercicio fílmico que se propone. Este termina sintiéndose algo forzado, construido a partir de paisajes cambiantes (la Siberia original dura poco en pantalla, sustituida por cuevas, desiertos y prados), un cierto surrealismo vacío y la arbitrariedad por bandera. Con todo ello, y quizás estemos hablando de uno de los principales fallos de la película, resulta clarísima la intención de generar un imaginario propio que le destaque en el panorama de grandes nombres del cine de autor. Sin embargo, la apuesta no llega a trascender más allá del intento de cita a universos autorales mucho más sólidos: el de un David Lynch en el caso de ese onirismo confuso que lo estructura todo, o el de un Lars von Trier en la parte más violenta del subconsciente que parece emerger en el personaje de Willem Dafoe. Sea como sea, ni en el apartado visual, que se sirve de tropos que se sienten algo automatizados —ese sol interior que surge de un lago; esa conversación con su reflejo, esos planos superpuestos con imágenes de stock del universo—, ni en el apartado discursivo, en el que se intuye un acercamiento demasiado autocondescendiente, se podría hablar de Siberia como un ejercicio que llegue a buen puerto.
Y en medio de todo eso, un Willem Dafoe siempre solvente que aquí navega perdido entre vistas y escenas críptico-místicas. Al menos, después del bailoteo de Mads Mikkelsen en Otra ronda, nos queda otra suerte de coreografía para el recuerdo, la de Dafoe vibrando al son de «Runaway», de Del Shannon.
© Revista EAM / Barcelona