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    Cine Alemán Siglo XXI

    Especial siglo XXI | «Esbozo para redibujar el canon»


    Esbozo para redibujar el canon

    Ensayo de Júlia Gaitano sobre el cine del siglo XXI

    Especial 13º aniversario de EAM: el cine del siglo XXI

    Los últimos días de 2020 vivimos un alud de conmoción cinéfila por Soul, lo nuevo de Pete Docter (Del revés (Inside Out), Monstruos, S.A.) para Pixar. Los proyectos del estudio norteamericano llevan más de un cuarto de siglo celebrándose como cine de animación de primera línea, y sus estrenos son acontecimientos destacados en la agenda universal de la cinefilia. En esta ocasión, el filme fue presentado directamente en Disney+, limitando así en un principio su alcance y proyección. Pero sólo hacía falta asomarse a las redes sociales para comprobar que no por eso se estaba generando una respuesta menos remarcable. El título, de hecho, llegó a colarse en algunos recuentos de lo mejor del año, editados y reordenados a último momento para hacerle lugar. Cabe preguntarse, ¿hasta qué punto no estuvo esa pulsión de reconocimiento marcada por la novedad, la urgencia de fin de año, sus listas y titulares? Y también, si de haber salido a la luz a principios de año, la obra hubiera ocupado ese mismo sitio en los tops 2020. A los hechos podemos remitirnos: apenas entrando en 2021, las menciones a Soul son ya prácticamente anecdóticas. Al menos nos queda su alusión grabada en los listados de algunos medios o en fugaces hilos de Twitter. Vamos a suponer que este rápido olvido viene dado más bien por el sobreestímulo de contenido al que estamos constantemente expuestos como espectadores, como pensadores de cine incluso. Pero, aun así, fijémonos la escasez de títulos de animación en esas listas de destacados del 2020. Supongamos que ese vacío se debe a un año de baja forma para la animación. Pero entonces, ¿qué pasa con las listas que recuerdan el buen cine de lo que llevamos de siglo? Suele ser complicado encontrar en ellas una sola propuesta animada (en cualquiera de sus formas posibles).

    Si algo sorprende de la sistemática omisión de la animación dentro del canon de grandes clásicos (ya sean contemporáneos o de todos los tiempos), es que no se puede negar que sea un cine popular, generalmente celebrado. Sin embargo, al considerarlo dentro de un panorama audiovisual más amplio, tiende a ser compartimentado como una forma inferior. Incluso en un discurso menos oficial o especializado, se aprecia la propensión de contextualizar el cine de animación al margen del resto. Llegados a este punto, hay que esclarecer que ese vacío de reconocimiento también alcanza a géneros como el terror, el fantástico, o la comedia. ¿Por qué? En el caso de la animación, es posible que en gran parte sea por su adscripción ineludible al «cine infantil», un vicio existente prácticamente desde su génesis. En el fondo, esto parte del malentendido de base de considerar la animación un género más, cuando es más bien una herramienta, un régimen de variadas formas visuales. En sí puede abarcar el mismo complejo espectro de temáticas y géneros que el cine de imágenes reales.

    Imagen de apertura: La tortuga roja (La tortue rouge, Michael Dudok de Wit, 2016)
    Imagen de cierre: Los mundos de Coraline (Coraline, Henry Selick, 2009)
    Fantástico Sr. Fox (Fantastic Mr. Fox, Wes Anderson, 2009).

    «Igual que no se distingue entre el cine grabado en cámara en mano y el que está en parte generado por ordenador, deberíamos poder pensar en el cine de animación como un tipo de cine más, no diferente y, sin duda, no menos importante.».


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    Recogiendo una riquísima tradición que atraviesa todo el siglo pasado, no deja de sorprender que se omitan menciones a verdaderas joyas que nos ha dejado lo que llevamos de siglo XXI. Hablamos de estudios como el ya mencionado Pixar, que suelen aportar un toque más emotivo (y sí, familiar) con títulos como Up (2009) o Monstruos, S.A. (2001). Pero también DreamWorks y su más gamberra pero no menos icónica saga Shrek (de 2001 a la actualidad, pues se espera una quinta entrega); Hayao Miyazaki e Isao Takahata, con el reputado estudio Ghibli que, aunque ya con una amplia filmografía a sus espaldas, presentaba en 2001 una maravilla como El viaje de Chihiro (uno de los pocos proyectos que suele hacerse hueco en los tops, cabe añadir), o El castillo ambulante (2004); incluso otras compañías más pequeñas e independientes, como la irlandesa Cartoon Saloon —El secreto del libro de Kells (2009), Wolfwalkers (2020)—, que reinventan el concepto de animación 2D. Hay también grandes nombres autorales, como Tim Burton o Henry Selick, que venían de colaborar en Pesadilla antes de Navidad (1993) para presentar La novia cadáver (Tim Burton, 2005) o Coraline (Henry Selick, 2009). Esta última fue producida por Laika, responsable de otra sorpresa del siglo XXI como es Kubo y las dos cuerdas mágicas (Travis Knight, 2016). No podemos olvidar tampoco a Sylvain Chomet y El ilusionista (2010), Wes Anderson y su Fantástico Sr. Fox (2009), Jérémy Clapin con ¿Dónde está mi cuerpo? (2019), Marjane Sartrapi y Persépolis (2007), Charlie Kaufman y Anomalisa (2015), Don Hertzfeldt y It’s Such a Beautiful Day (2012) o Michaël Dudok de Wit y La tortuga roja (2016), amparada por Ghibli en un tipo de película radicalmente distinta a sus registros habituales.

    La lista está claramente incompleta, realizada desde el punto de vista de una espectadora absolutamente enamorada de este tipo de cine, que se lamenta de no verlo incluido casi nunca en la conversación. Los últimos veinte años han sido muy ricos en variedad y propuestas, este apunte no es más que un humilde ejercicio de memoria para evidenciar que, si se quiere, existe un amplio abanico dentro del cual poder elegir. Con esto, no creo que la solución sea la discriminación positiva, pero sí que hay suficientes títulos de gran calidad artística y técnica como para no tener que forzar dicha inclusión. Simplemente normalizar sus formas como parte del cine en general, como ha sucedido, por ejemplo, con el CGI. Normalizar los tipos de dibujo, el modelado 3D, el stop motion, la claymation, el cut out, la rotoscopia… Igual que no se distingue entre el cine grabado en cámara en mano y el que está en parte generado por ordenador, deberíamos poder pensar en el cine de animación como un tipo de cine más, no diferente y, sin duda, no menos importante. En cambio, si se sigue sin reparar en él cuando es el momento de sacarlo a colación, estamos perdiendo la oportunidad de celebrar como es debido un tipo de cine vital, innovador y necesario que, de otro modo, seguirá quedando desdibujado.


    Júlia Gaitano Mendizábal |
    © Revista EAM / Barcelona


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