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    Cine Alemán Siglo XXI

    El último sábado (Pere Balañá, 1967)

    Crónicas del pijoaparte

    «El último sábado», de Pere Balañá.

    España, 1967. Título original: «El último sábado». Dirección: Pere Balañá. Compañía de Producción: Filmes Pronade. Guion: Pere Balañá, Luis Romero. Fotografía: Aurelio G. Larraya. Montaje: Emilio Rodríguez. Música: José Solá. Intérpretes: Julián Mateos, Eleonora Rossi Drago, Antonio Ferrandis, María Luisa Ponte, Silvia Tortosa. Duración: 81 minutos.

    Barcelona mediados de los 60. Interior día. Piso de obreros. Matrimonio de emigrantes procedentes de «Castilla». Dos hijos adultos deseando abandonar el ambiente familiar; el mediano, demasiado niño todavía como para ver un ejemplo en su hermano mayor; dos más pequeños que han llegado a destiempo; en total tres chicos y dos chicas, más la abuela que vive en la misma casa. Un sueldo para dar de comer a ocho personas más la ayuda de las aportaciones de los hijos que ya trabajan. No se pasa hambre, pero no sobra nada ni de nada. El barrio popular, con calles de tierra, más parecido a un pueblo enclavado en la gran ciudad que parte de ésta, un barrio como gueto del que las nuevas generaciones, que nunca perderán la etiqueta de charnegos, desean escapar con la idea de acercarse a ese estado del pequeño burgués que, trabajando, o viviendo de las rentas, disfruta de la vida. Y en el epicentro del relato, y del deseo de su personaje principal, la motocicleta, un símbolo de libertad juvenil a falta del dinero para conseguirla. Salir del barrio que les ata al pueblo del que proceden y que les recuerda, a cada paso, la vida de esfuerzo y de esclavitud obrera a la que están predeterminados.

    En el primer, y último, largometraje de Pere Balañá, se reproducen y amplían las ideas plasmadas en dos obras de corta duración precedentes, un corto inicial del mismo título, que no llegó a sonorizarse, y sobre todo en la segunda, Un día más, cortometraje filmado en Madrid con un esquema argumental similar al de El último sábado pero sin el conocimiento preciso y ajustado que de la ciudad impresiona en su largometraje posterior. Primer largometraje en el que, como obra inicial, pueden criticarse los balbuceos de situaciones introducidas forzadamente para aportar una imagen de frescura a un cine español que se encontraba en pleno debate para romper con las férreas estructuras impuestas por la dictadura, pretendiendo acercarse a un cine que respirara más de la calle, como sin duda veían estos cineastas en las propuestas procedentes de Francia, Italia o Reino Unido, sin cargar en exceso las tintas sobre el panorama político para sortear la amenaza de la censura. El afán de querer mostrar demasiado tampoco ayuda a hacer de El último sábado una obra redonda, pero sin duda contiene elementos de interés sociológicos que no pueden desdeñarse para tomar conocimiento de dónde se viene y cuánto del clasismo evidenciado se mantiene.

    Hay en la película de Balañá un intento de hablar de demasiadas cosas que se diluyen por el aluvión de frentes abiertos, no llegando a profundizar de la misma manera en todos ellos y perdiendo mucho tiempo en aspectos accesorios como los largos minutos musicales vía Karina y Los Sirex que rompen el ritmo y poco, o nada, aportan. Hay un tema obvio, central en la película, como es el económico, que marca, en definitiva, el futuro de los personajes, para bien o para mal. A partir de ahí queda margen para plasmar el conflicto generacional y la diferente manera de concebir la vida entre la generación que hizo, y sufrió, la guerra (Antonio Ferrándiz, María Luisa Ponte) y la que ahora tiene que pensar en su vida autónoma. Un filme que recuerda mucho al monólogo que el padre de Emilio Gutiérrez Caba pronuncia en la inmensa Nueve cartas a Berta, que se acerca, con sutileza y a sabiendas de que pisa terreno peligroso, a la homosexualidad, o a un cierto ambiente barcelonés donde su práctica se tolera mientras no sea explícita; a su vez apunta hacia la lucha de clases desideologizada, la que se circunscribe a tener o no tener dinero, mientras la cámara no pierde la oportunidad de referirse a esos otros para los que la lucha sindical empieza a tener un sentido político identitario. También, sin necesidad de verbalizarlo, hay ocasión, sin disimulo alguno, de confrontar el modo de vida de la burguesía catalana con el de la clase obrera a la que pertenece José Luis, que se asoma a ese mundo deseado como una pieza sustituible en la que no termina nunca de encajar y en la que es parcialmente admitido por interés, no por aceptación.

    El último sábado, Pedro Balañá.
    Obra de culto (y de difícil acceso) del cine español.

    «Muros invisibles pero de una solidez infranqueable, los del dinero, los del apellido, los de la lengua, que no hacen sino incrementar el resquemor y rabia de quien se imagina viviendo en esa tranquilidad pero a quien se le cierran todas las puertas para conseguir el crédito o aval suficiente con el que adquirir la moto de sus sueños, que no deja de ser de segunda mano, porque todo lo que rodea el mundo de José Luis, el real, no el ficticio de Paseo de Gracia, Sarriá o los caserones burgueses del Eixample, es un mundo de segunda mano, de remiendo, de reparación y arreglo porque nada puede tirarse ni sustituirse».


    Durante los pocos días en que se desarrolla la acción, en ese ambiente tan bien recogido por las imágenes de este, y otros cineastas de su tiempo como Rovira Beleta, Pérez Dolz, Forn, Camino, Coll... cada uno en su estilo y propósito, pero todos tomando la ciudad como eje argumental, el personaje del joven José Luis (Julián Mateos) ha de sufrir las humillaciones constantes, por pertenecer al mundo del que procede, de todos aquellos que, con buenas palabras, no dejan de marcar las diferencias tanto de clase como idiomáticas. El personaje se acerca al literario del Pijoaparte de Marsé porque, en el fondo, sus propósitos vitales se identifican. Pobres con deseos inalcanzables, que usan el sexo como palanca de impulso económico (no duda en convertirse en una especie de gigoló de una madura italiana que le promete una moto por sentirse nuevamente joven y deseada) y como manera de entrar en lugares que, de otra manera, no le abrirían las puertas, porque su mundo es el de la tasca con el chato de vino, el de los billares en el que acosar a las jóvenes que aparecen o hacerse el deseable ante el señorito que, aunque quizás el personaje no se llegue a enterar, no presta su moto por lo buen mecánico que es. Hay en la Barcelona de Balañá varios mundos impermeables, que, ocasionalmente, se abren para permitir el paso a gente del suburbio industrial que tiene dotes para trabajos manuales que se pagan, mostrando, ante los ojos del que trabaja pero no gana para disfrutar; esa otra forma de vida que existe de puertas para adentro, pero sin franquear abiertamente el paso porque las casas con patio y portero no son las mismas que las de Nou Barris, Poblenou o Poble Sec. Es la misma ciudad, pero sólo en lo físico, porque hay dos mundos separados por un abismo imposible de sortear.

    Los jóvenes airados del Reino Unido, la progresía intelectual francesa pre68, la juventud concienciada del norte de Italia que desembocó en el auge y mantenimiento del PCI, no tienen correlato con la imagen que Balañá transmite de esos mundos que dividen entre «catalanes y castellanos», aunque el propio José Luis trate de matizar que es de Castilla, pero nacido en Barcelona. Muros invisibles pero de una solidez infranqueable, los del dinero, los del apellido, los de la lengua, que no hacen sino incrementar el resquemor y rabia de quien se imagina viviendo en esa tranquilidad pero a quien se le cierran todas las puertas para conseguir el crédito o aval suficiente con el que adquirir la moto de sus sueños, que no deja de ser de segunda mano, porque todo lo que rodea el mundo de José Luis, el real, no el ficticio de Paseo de Gracia, Sarriá o los caserones burgueses del Eixample, es un mundo de segunda mano, de remiendo, de reparación y arreglo porque nada puede tirarse ni sustituirse. El personaje procede del mundo donde solo se tira lo que no tiene arreglo, pero sabe que existe otra realidad diferente a la de conocer a una chica (Silvia Tortosa), salir los festivos, esperar al matrimonio para poder tener sexo, llenarse de críos inmediatamente después y perpetuar la pobreza de no llegar a fin de mes, vivir a crédito asfixiado por una hipoteca en un barrio popular que es una reproducción, ahora más lejana, en Hospitalet, Badalona, Sabadell, Esplugues, de la primera llegada de los padres a la gran ciudad. Hay un mundo que celebra fiestas por la noche, que ofrece música en directo, que bebe cava y no cañas sobre un mostrador de zinc. Hay mundos que están al alcance de la mano pero sólo durante la noche de un sábado, el último, ése en el que todos los deseos parecen posibles pero que se esfuman tan rápidamente como lo que se tarda en atravesar una curva a toda velocidad en una motocicleta prestada circulando por el carril contrario.


    Miguel Martín Maestro |
    © Revista EAM / Valladolid


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