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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Pasajero oculto / Movistar+

    Gremlins en el avión

    Crítica ★★★☆☆ de «Pasajero oculto», de Roseanne Liang.

    Nueva Zelanda. 2020. Título original: Shadow in the Cloud. Director: Roseanne Liang. Guion: Max Landis, Roseanne Liang. Productores: Fred Berger, Tom Hern, Brian Kavanaugh-Jones, Kelly McCormick. Productora: Four Knights Film. Fotografía: Kit Fraser. Música: Matt Jantzen. Montaje: Tom Eagles. Reparto: Chloë Grace Moretz, Nick Robinson, Callan Mulvey, Taylor John Smith, Beulah Koale, Byron Coll, Benedict Wall, Joe Witkowski. Duración: 83 minutos.

    Dos míticas historias, de esas que quedan grabadas a fuego en la memoria colectiva de distintas generaciones, vienen a la mente del espectador más familiarizado con el género fantástico una vez que se asiste a la proyección de esta Pasajero oculto con la que la realizadora y guionista neozelandesa china Roseanne Liang se desmarca absolutamente del romance visto en su ópera prima My Wedding and Other Secrets (2011), que fue la película local más taquillera en su año. ¿Quién no recuerda aquel maravilloso episodio de la antología Amazing Stories titulado La misión? Fue uno de los mejores capítulos de la primera temporada de la serie y fue recopilado en la película Cuentos asombrosos (1986) junto a otros dos relatos de Robert Zemeckis y Mick Garris. Su director fue el mismísimo Steven Spielberg y la historia nos trasladaba a los tiempos de la II Guerra Mundial, con la angustiosa odisea de un joven (Casey Siemaszko) atrapado en la cabina inferior de un bombardero, desde donde manejaba la ametralladora, al mismo tiempo que los mecanismos para aterrizar quedaban inutilizados, por lo que solo un milagro podría hacer que saliera con vida. El otro referente lo encontraríamos en otra antología no menos emblemática de la fantasía televisiva: La dimensión desconocida (The Twilight Zone), más concretamente en el célebre episodio Pesadilla a 20.000 pies (Richard Donner, 1963), protagonizado por William Shatner en la piel del paranoico pasajero de un avión de pasajeros que une a su miedo a volar la terrorífica visión de una extraña criatura en una de las alas de la nave, que parece tener la intención de destruir los motores para causar un accidente. George Miller retomaría esta historia en la versión cinematográfica, En los límites de la realidad (1983), y, probablemente, sea más recordada esta versión que la original, gracias, en gran parte, al estupendo trabajo de John Lithgow. Ciertamente, el punto de partida de Pasajero oculto es un feliz cruce entre ambas historias, algo que podría sonar a guiño nada casual si tenemos en cuenta que el co-guionista responsable del invento es Max Landis, hijo de John Landis, quien fuera director de otro de los capítulos de la película En los límites de la realidad. Al igual que en aquella La misión, aquí hay otro oficial de vuelo atrapado en la torreta inferior de un bombardero, y, del mismo modo que William Shatner y John Lithgow eran testigos (ante la incredulidad del resto de ocupantes del avión) de la amenaza de un monstruo a bordo, con ganas de sabotear el viaje, también este personaje se ve sometido a la misma experiencia.

    La historia de Pasajero oculto tiene como villanos a los denominados gremlins, seres que, además de haber sido libremente versionados en el exitoso díptico homónimo de los 80, dirigido por Joe Dante (¡oh, curiosamente, cineasta recurrente tanto en The Twilight Zone como en Cuentos asombrosos!) y con un divertido Dick Miller como veterano de guerra obsesionado con ellos, fueron unas figuras que entrarían en la categoría de leyendas urbanas, con múltiples historias que les tenían como protagonistas durante la II Guerra Mundial, destruyendo aviones norteamericanos. En el genial prólogo del filme de Liang, una especie de documental didáctico, en formato animado, explica qué son estos seres mitológicos, y cuan peligrosos pueden llegar a ser en tiempos de guerra para, a continuación, presentarnos al que será el héroe de la función. Y no, no será un héroe, sino una heroína, la oficial Maude Garrett, única mujer en un bombardero B-17 tripulado por hombres machistas e irrespetuosos que, desde el primer instante en que la chica pone un pie en la aeronave, tratan de ningunearla. La misión encomendada a Garrett es de alto secreto, llevando un misterioso paquete desde Nueva Zelanda a Samoa, pero ni sus compañeros de vuelo ni los citados gremlins harán de esta una tarea fácil. La primera mitad de la cinta sorprende por su apuesta por el minimalismo y la sobriedad. Un ejercicio de suspense sostenido y claustrofóbico, particularmente arriesgado, ya que se desarrolla íntegramente en el interior del pequeño habitáculo en el que está encerrada Maude y todo lo que sucede entre los hombres del avión es narrado en fuera de campo, a través de sus voces provenientes de la radio. Este primer tramo funciona como contundente discurso feminista, propiciando que el espectador se identifique rápidamente con el personaje encarnado por una Chloë Grace Moretz espléndida, fuerte y vulnerable a la vez y paradigma de la fémina empoderada y adelantada a su tiempo, enfrentada a las injusticias y al intento de sometimiento de sus compañeros de escuadrón. Es, en cambio, en su segunda mitad, cuando Pasajero oculto se transmuta en fantasía bélica, pulp y gamberra, de serie B, cargada de secuencias de acción que sobrepasan lo imposible, rompiendo cualquier ley de la gravedad conocida, y efectos digitales que convierten la película en un espectáculo visual muy atractivo, que contrasta con el tono más serio y dialogado de lo visto hasta entonces.

    Shadow in the Cloud, Roseanne Liang​.
    Una de las sorpresas del 2020 llega a Movistar+ | 📷 Kit Fraser, DOP.

    «Hay que saludar a este Pasajero oculto como lo que es: un divertimento sin pies ni cabeza y libre de concesiones para favorecer una mayor taquilla, que no dejará indiferente a nadie y que sabe mantener el interés, a pesar de su ritmo desigual y de lo descabellado de algunas de sus situaciones, durante sus escuetos 83 minutos de metraje».


    Bastan la aparición del monstruo y el posterior descubrimiento de la identidad del paquete a proteger para que comiencen a suceder acontecimientos que rozan (cuando no caen de lleno) el absurdo y cuyo propósito no es otro que el de sorprender a un público entregado a su absoluta falta de reglas y prejuicios. La música de Matt Jantzen, con sus sintetizadores, le da un atractivo aire retro ochentero a una monster movie que no se toma en serio a sí misma desde que arranca la acción frenética. Moretz, después de mostrar sus dotes dramáticas, cargando sobre su rostro con el peso de la función durante el primer tramo dentro de la cabina, resucita, una vez liberada de la misma, su aplaudida faceta de experta guerrera en la lucha cuerpo a cuerpo que la encumbrara en su rol de Hit Girl de Kick-Ass (Matthew Vaughn, 2010). A su lado, el reparto masculino apenas tiene opción a brillar, como consecuencia de unos personajes mucho más unidimensionales. No es este el tipo de filme que destaque por su guion profundo, ya que, dejando de lado las plausibles pinceladas feministas de la historia –el prólogo, por si quedaba alguna duda de sus intenciones, homenajea a todas aquellas mujeres anónimas que lucharon en la guerra–, esta no es más que una anécdota mínima que sirve de excusa para ofrecer a la enésima vuelta de tuerca de las ya típicas batallas cinematográficas entre soldados y monstruos. Lo agradecido de esta propuesta, sin embargo, es que no aspire a ser un Aliens el regreso (James Cameron, 1986) o un Starship Troopers (Paul Verhoeven, 1997). Liang y Max Landis son conscientes de que juegan en otra liga mucho más humilde y de que no disponen del presupuesto ni los medios técnicos para facturar un blockbuster de esas dimensiones, por lo que compensan la falta de ambiciones del proyecto con muchísimas licencias, narrativas y visuales, que, de tratarse del proyecto de una gran productora hollywoodiense, no se podrían permitir. Es por esto que hay que saludar a este Pasajero oculto como lo que es: un divertimento sin pies ni cabeza y libre de concesiones para favorecer una mayor taquilla, que no dejará indiferente a nadie y que sabe mantener el interés, a pesar de su ritmo desigual y de lo descabellado de algunas de sus situaciones, durante sus escuetos 83 minutos de metraje.


    José Martín León |
    © Revista EAM / Madrid


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