Viaje al centro de la tierra hueca
Crítica ★★★☆☆ de «Godzilla vs. Kong», de Adam Wingard.
Estados Unidos, 2021. Título original: Godzilla vs. Kong. Director: Adam Wingard. Guion: Eric Pearson, Max Borenstein (Historia: Terry Rossio, Michael Dougherty, Zach Shields). Productores: Jon Jashni, Eric McLeod, Brian Rogers, Alex Garcia, Mary Parent, Thomas Tull. Productora: Co-producción Estados Unidos-Australia; Legendary Pictures, Warner Bros. Fotografía: Ben Seresin. Música: Junkie XL. Montaje: Josh Schaeffer. Reparto: Alexander Skarsgård, Rebecca Hall, Millie Bobby Brown, Brian Tyree Henry, Julian Dennison, Demián Bichir, Eliza González, Kyle Chandler, Kaylee Hottle, Shun Oguri, Lance Reddick.
Por fin ha llegado el momento. Todos los caminos tomados por la productora Legendary y Warner Bros. estaban destinados a confluir en la esperadísima confrontación final entre los dos mayores monstruos de la Historia del Cine. Hay que remontarse a hace casi medio siglo para encontrar un divertido antecedente en el que ambas criaturas compartieran escenas de pelea y destrucción masiva. Es indudable que King Kong contra Godzilla (Ishiro Honda, 1962), con su tono autoparódico, casi infantiloide, y esos cutres efectos especiales propios de una época ajena a las últimas tecnologías –encantadoras maquetas y actores disfrazados de Godzilla y Kong para la ocasión– no ha envejecido bien, pero igualmente hay que reconocer que ha conseguido ganarse cierto status de culto dentro del género kaiju, no solo por haber significado el único encuentro cinematográfico de ambos personajes hasta el momento, sino también por el hecho de ser la primera cinta en color en la que aparecían. De hecho, tal acontecimiento la convirtió en la película de Godzilla más vista en Japón, algo meritorio si tenemos en cuenta que se trata de uno de sus iconos más iconos desde que desembarcarse en las pantallas por primera vez en 1952. En 2014, Gareth Edwards –cineasta que había despertado la atención de la crítica gracias a Monsters (2010), una intimista monster movie indie totamente alejada del talante comercial de las grandes superproducciones– fue reclutado por Hollywood para rescatar de las profundidades del océano a esta criatura que ya había vivido un anterior (e infructuoso) intento de resurrección de la mano de Roland Emmerich en los 90, con Godzilla, un blockbuster técnicamente impecable y bañado de gran fuerza visual en muchas de sus imágenes, pero que, sin embargo, no terminó de satisfacer las expectativas de los fans por el excesivo protagonismo otorgado a los dramas personales de sus criaturas humanas cuando, en realidad, estas resultaban muy poco interesantes. La taquilla fue suficiente para que tuviésemos secuela, Godzilla: Rey de los monstruos (2019), acometida por Michael Dougherty, un tipo especializado en cine de terror que supo entregar un catálogo de monstruosas criaturas (Ghidorah, el dragón de tres cabezas, fue un antagonista a la altura) y muchas secuencias de lucha espectaculares, pero que volvió a errar el tiro al otorgar el protagonismo de la historia a la adolescente encarnada por Millie Bobby Brown, la estrella de la serie Stranger Things.
Ciertamente, la trama de sus padres, un matrimonio separado al que los acontecimientos, cómo no, volvían a unir, no hacía más que entorpecer la acción de un relato sobrepoblado por científicos, militares y terroristas ecologistas (una pena cómo se desaprovechó a un gran actor como Charles Dance), cuando, en realidad, los verdaderos protagonistas eran los monstruos. Y así lo demostraban en cada una de sus vibrantes apariciones, razón más que suficiente para defender esta entrega, denostada por la crítica hasta el extremo de ser nominada a múltiples Razzies, y que tampoco cumplió las expectativas en taquilla, con 386 millones de dólares recaudados en todo el mundo, sobre un presupuesto de 170. Por su parte, el simio más famoso de todos los tiempos también había comenzado su exitoso lavado de cara para las nuevas generaciones con Kong: La isla calavera (Jordan Vogt-Roberts, 2017), sorprendente aventura, a medio camino entre el sentido de la maravilla de Spielberg y su Jurassic Park (1993) y el cine bélico, con Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979) como principal referente conceptual y estético, que supo rendir respetuoso tributo a las fuentes clásicas del mito y, a la vez, funcionar como notable película “de orígenes” de la que Godzilla vs. Kong (Adam Wingard, 2021), al igual que de Godzilla: Rey de los monstruos, es secuela. Había mucha confianza depositada en este capítulo final de la saga del Monsterverse, y, también, mucha presión. Primero, por los discutibles resultados de la entrega anterior, y, segundo, por la mala fortuna comercial que ha acompañado a los blockbusters más ambiciosos estrenados desde que la pandemia entrara en nuestras vidas, con títulos como Tenet (Christopher Nolan, 2020) o Wonder Woman 1984 (Patty Jenkins, 2020) rindiendo por debajo de lo que se esperaba de ellos. Wingard, el director al timón, tiene el dudoso mérito de haber perpetrado uno de los productos más criticados de Netflix, Death Note (2017), pero no hay que olvidar que tiene dos obras tan divertidas en su haber como Tú eres el siguiente (2011) y The Guest (2014), así que su fichaje como director de esta, su primera superproducción –hay que destacar que el presupuesto, estimado en 155 millones de dólares, es el menor de las cuatro cintas que componen la serie de Legendary–, se revela como un acierto. Ha sabido comprender lo que el público potencial de este tipo de cine espera: diversión en estado puro y evasión.
▼ Godzilla vs. Kong, Adam Wingard.
Digna sonata de fuegos artificiales.
Digna sonata de fuegos artificiales.
«Tal vez carezca de la marcada personalidad de Kong: La isla calavera o del toque “de autor” del Godzilla de Edwards, pero Godzilla vs. Kong es una buena culminación para una de las sagas más ambiciosas de la última década, notablemente superior a aquella Godzilla: Rey de los monstruos de cuyos errores tomó buena nota para reconducir la historia hacia un final más que satisfactorio. Los fans pueden respirar tranquilos».
Una vez más son los personajes humanos los convidados de piedra. Vuelve el personaje de Madison, interpretado por Millie Bobby Brown, aunque en esta ocasión se acierta al apartarla de dramas familiares para hacerla acompañar de dos secundarios cómicos como Brian Tyree Henry y Julian Dennison, en los roles de un teórico de la conspiración ex técnico de APEX y el amigo “cerebrito” de la chica, respectivamente. Tampoco las otras subtramas del filme, las protagonizadas por los aventureros Alexander Skarsgård y Rebecca Hall, viajando hasta el mismísimo núcleo del planeta, en busca de Tierra Hueca; o la que se centra en el villano encarnado por Demián Bichir, empeñado en acabar con los titanes que cohabitan nuestro planeta, tienen excesiva entidad dramática. Sin embargo, sí incurren los guionistas en algunas erróneas concesiones sentimentaloides, todas provenientes del especial vínculo emocional que se crea entre Kong y una niña sorda con la que es capaz de comunicarse mediante el lenguaje de signos, que posibilitan algunas de las escenas más prescindibles de la película. Por fortuna, es su vertiente aventurera, tan pulp, con unas dosis de ciencia ficción más acentuadas en esta ocasión, que casi la emparentan más con la saga Pacific Rim, lo que acaba ganando terreno en la función. El espíritu de Julio Verne y su Viaje al centro de la tierra parece sobrevalorar los pasajes que acontecen en Tierra Hueca, sin duda los más creativos a nivel visual, con escenarios de impresionante belleza y monstruos milenarios tan aterradores como el propio Godzilla. Ese lugar que vio nacer a los titanes, mucho antes de que estos emergieran al exterior, está maravillosamente plasmado en potentes imágenes creadas por un CGI excelente. El mismo con el que se recrean unas secuencias de destrucción masiva apabullantes, como la del primer combate entre ambas criaturas en alta mar, con buques de guerra y portaviones sufriendo los daños colaterales de la impresionante pelea, o, sobre todo, el apoteósico clímax final en la ciudad de Hong Kong –todo un homenaje a los clásicos del kaiju–, con la aparición de un elemento enemigo común que hace que este tramo final sea todo lo espectacular –la colorista fotografía de Ben Seresin y la alucinante música de Junkie XL reman a favor de obra para ello– que se espera de semejante acontecimiento cinematográfico. Tal vez carezca de la marcada personalidad de Kong: La isla calavera o del toque “de autor” del Godzilla de Edwards, pero Godzilla vs. Kong es una buena culminación para una de las sagas más ambiciosas de la última década, notablemente superior a aquella Godzilla: Rey de los monstruos de cuyos errores tomó buena nota para reconducir la historia hacia un final más que satisfactorio. Los fans pueden respirar tranquilos.
© Revista EAM / Madrid