Del yo, al tú, al nosotres
Ensayo de Mariona Borrull sobre el cine del siglo XXI
▶ Especial 13º aniversario de EAM: el cine del siglo XXI
Este texto parte de lo personal a lo colectivo para apuntar, en su recorrido errático, algunos destellos acerca de la identidad cinéfila (la mía, quizás también la vuestra) y su relación con una alteridad (todo un mundo de carencias y rechazos) acallada y tocada de muerte por contradicciones constantes. La mayor ventaja de trabajar con el formato-lista es que, de lo escueto de sus elementos, puedan nacer otras ideas virtuales, que —creo— adoptarán sentido solo al trasladarse al universo de cada cual. También me da margen para saltar entre ideas de una forma más libre, casi un poco chulesca. Por lo demás, la crítica es un cuerpo que se articula a partir de ideas, como un esqueleto, pero solo se sostiene por el músculo que las recubre: el hecho literario (podemos adjetivar cuanto queramos, pero que esa conjunción esté ahí lo cambiará todo). Estoy faltando a él de forma voluntaria.
▶ Las 21 mejores películas del siglo XXI para Mariona Borrull
Plano medio con escorzo
■ Mi brújula cinéfila es chaotic neutral: mi lista de pendientes y mi interés tienden a la entropía. Procuro ocupar mis pocas horas libres solo con películas buenas.
■ Las watchlists me saturan. Un estrés velado —siempre allí— toma voz al atisbar la magnitud de lo que me queda por ver. La curiosidad se esconde con la angustia.
■ Mi relación con el canon ha sido siempre compleja: por un lado, le debo una conciencia de historia viva, un sentido de proyecto común al que apoyar o contestar. A la vez, digo: ¿por qué pensar ya siquiera en términos de «canon»?
■ Recuerdo perfectamente descubrir a Tarantino en clase, en primero de carrera. Era la única persona de la clase que no había visto nada suyo. Nunca me habré sentido tan fuera de juego como en ese momento. Al contrario, corroborar que solo yo conocía La noche del cazador… Entonces «compré» el dudoso lema «eres lo que» (en este caso, lo que ves).
■ Pregunta: ¿en qué se diferencia una película de un cruasán? «Cuantos más cruasanes comas, menos tendrás. En cambio, cuanto más cine ves, más cine quieres ver». Eso lo dijo Joan M. Corbella en clase de Estructura y ecología de los medios audiovisuales. Corbella sabe, pero no ha ido nunca de festivales.
■ Si soy lo que veo, también soy lo no que no veo. Que tardase medio año en ver Érase una vez en Hollywood fue debido a un desinterés un tanto desdeñoso, pero que la viera en la mini-pantalla del asiento de un avión, eso ya fue orgullo. No siempre concuerdo con mi yo del pasado.
■ «Somos aquello que conocemos, incluso si no nos gusta». Eric Allen Hatch, en Twitter, fabrica memes híper específicos alrededor de unas pocas películas de autor. La absurdidad reina sobre unos tótems sin contexto. Que me aspen si esta no es una maravillosa forma de acabar de una vez por todas con la idea de canon.
■ «Si soy lo que veo, no seré lo que no veo» es una deducción que no se concluye necesariamente. Hace tiempo que tuve que obligarme a dejar de mentir: antes afirmaba haber visto títulos que no conocía.
■ Me reconozco incapaz de llegar a todo. Mi lista de lo Mejor del siglo XXI tiene tantos, tantísimos agujeros que solo yo detecto... «Más madera»: no tengo ninguna animadversión hacia el ciné-fils que hace listas, pero defenderé a muerte que el máximo error de la vida entre pantallas es confundir «-filia» con «-teca».
■ Si acepto que soy lo que veo, seguramente sea «lo que no veo» y «lo que veo y no me gusta». Soy mis carencias y mis rechazos. Esta es una deducción improductiva, porque lo que no-somos nunca nos permite definirnos en una alternativa concreta.
■ No tengo por qué ser mis carencias y rechazos. Pero ellos sí forman parte de mí. Integrarlos en los vacíos que deja mi historial de visionados es la única opción para evitar que el carácter infecundo de mi autorrelato cinéfilo se vuelva reaccionario. Abrazarlos y devolverlos a ese sitio donde tenemos aquella versión de nosotres que no podemos hacer más que cuidar porque ella no puede hacerlo sola.
■ Hay una diferencia brutal entre lo que la socióloga Stacy Clifford Simplican llama una «comunidad de fuerza» y una «comunidad de vulnerabilidad». Lo explica Abigail Thorne: en la primera, sus integrantes se mantienen unides por criterios meritocráticos («estás en mi equipo porque tienes conocimiento, influencia, hablas el mismo idioma que yo...»). La segunda, en cambio, se articula en base a necesidades compartidas («estás en mi equipo porque ambes necesitamos algo, porque carecemos de lo mismo»).
■ Las comunidades de fuerza se desmoronan con la facilidad con que se abren grietas en su poder, a priori incontestable. A las comunidades de vulnerabilidad, en cambio, solo les queda unirse y ascender. Quiero pensar que la crítica del siglo XXI será un lugar para todo tipo de vulnerabilidades.
■ El libre mercado exige crítiques fuertes. Para sobrevivir en este mundillo, nos obligamos a vivir en una tapadera constante: «yo puedo», nunca «yo necesito», «yo sé», nunca «yo dudo». No hay otra forma de llegar a aquellas entregas para anteayer. Sin embargo, y esta idea la cojo prestada del tándem teórico Lucas Ramada-Hugo M. Gris: todo buen texto duda de sí mismo.
Acabo con un breve aparte: sobra insistir en que, para que la cinefilia en general —y la crítica en particular— sea un lugar inclusivo, una comunidad verdaderamente vulnerable, deberemos hacernos cargo activamente de ello. Repensemos estrategias, empezando (que nunca acabando) desde la que será arma más poderosa: el lenguaje. ¿Por qué no veo a nadie más escribiendo en neutro?
© Revista EAM / Barcelona
Imagen de cabecera: Night is Short, Walk on Girl (夜は短し歩けよ乙女, Masaaki Yuasa, 2017).
▼ La ciénaga (Lucrecia Martel, 2001).
▼ La ciénaga (Lucrecia Martel, 2001).