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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Objetos rebeldes, de Carolina Arias

    La vida entre fisuras

    Crítica ★★★★☆ de «Objetos rebeldes», de Carolina Arias.

    Costa Rica, Colombia, 2020. Título original: Objetos rebeldes. Directora: Carolina Arias Ortiz. Guion: Carolina Arias Ortiz. Productoras: Alexandra Latishev, María Neyla Santamaría. Productor ejecutivo: Federico Montero. Fotografía: Esteban Chinchilla. Edición: Ximena Franco. Diseño sonoro: Richard Córdoba. Música: Grecia Albán. Reparto: Carolina Arias, Ifigenia Quintanilla, Evelyn Saborío. Color y Blanco y negro. 69 minutos.

    «Los objetos no deberían tocar, puesto que no viven. Uno los usa, los pone en su sitio,
    vive entre ellos; son útiles nada más. Y a mí me tocan; es insoportable».
    La náusea, Jean-Paul Sartre.


    Con esas palabras del filósofo francés, la protagonista de Objetos rebeldes, filme costarricense que tuvo su estreno mundial en el Festival Internacional de Cine Documental de Ámsterdam (IDFA), comienza un camino introspectivo a partir de los objetos que han tocado su vida. Su atención se centra en las fisuras que hay en los objetos con los que trabaja. Ella es una antropóloga y la vemos armar distintas piezas en un museo y esto le permite, a su vez, reconocer las grietas que la han distanciado de su padre.

    El documental es el debut cinematográfico de Carolina Arias, a su vez una de las protagonistas quien, con voz en off, va introduciendo la historia de Ifigenia, arqueóloga cuyas palabras en un blog inspiran a la realizadora para escarbar en su propio pasado. Ifigenia estudia las esferas precolombinas en territorio costarricense, objetos con diversas teorías sobre su origen. Para algunas personas son evidencia de la presencia extraterrestre en el planeta, la singular introducción del documental nos presenta un simpático ejemplo de esta teoría; otras, le dan crédito a los indígenas que poblaron estas zonas y sus descendientes, sin embargo, los secretos de cómo se fabricaron se perdieron en el tiempo.

    Objetos rebeldes va zurciendo los fragmentos de la vida de Arias, en especial aquellos referidos a su padre. Tras la separación de sus progenitores, emigra a Bruselas junto a su madre una hermana menor. Años después, Carolina regresa al país debido a la enfermedad del páter familias. Acá, resalta la conexión que hace la realizadora entre la imagen-recuerdo y su profesión. Mediante una arqueología de la memoria, guiada a través de las fotografías que le deja su padre, la directora reconstruye un pasado, pero no para ser exhibido en un museo, como lo suelen hacer las piezas de las vasijas y demás objetos con los que trabaja, sino para resignificar su presente.

    El cine aquí es un medio catártico, es el canal expresivo mediante el cual la directora recompone un objeto fisurado. El montaje cinematográfico se vuelve símil de ese proceso laborioso de unir diferentes fragmentos, para darle nueva vida a un objeto que se creía perdido o roto. No obstante, este objeto dista de ser el mismo que alguna vez fue. En este sentido, la labor antropológica y arqueológica no busca revivir el pasado, ni exhibirlo consciente de su lejanía en el tiempo. A Carolina, al igual que para Sartre, los objetos la tocan y este es el sentido del filme. Inherente a la vida de los objetos está su capacidad de transformación.

    «En la tradición sintoísta del Japón, se considera que cada objeto y elemento, natural o artificial, posee un kami, es decir, tiene una vida y son parte de una cosmovisión unitaria. En Objetos rebeldes hay algo de ese pensamiento animista, una idea que entrelaza a las personas y su cultura, con los objetos y el trato que se les dan a estos.».


    En un momento del filme, se menciona cómo se puede cargar de emoción, a través del tacto, a un objeto, hay una capacidad transformadora entre objetos y personas. Esta idea se refleja estilísticamente con la forma en que son encuadradas las personas en el documental, ya sean las esferas de piedra o las mujeres que las estudian, objetos varios en la ciudad o personas sentadas en un parque, árboles exuberantes o artefactos domésticos; la cámara se posiciona frente a estos con reverencia, les da la misma importancia, mientras el montaje y la voz en off de la directora van entrelazando y dotando de sentido a espacios y objetos que a priori parecerían no tener relación. La idea de tocar y dotar de emoción a los objetos se refleja en los movimientos de cámara, especialmente cuando recorre la superficie de las esferas, permitiendo ver fisuras y líquenes como si fueran la epidermis de una persona.

    La sobria fotografía en blanco y negro de Esteban Chinchilla elimina el exotismo de las zonas selváticas y lo pintoresco de la ciudad. Si el presente es monocromático, los pasajes del pasado que se muestran con fotografías o videos de archivo están mayoritariamente a color y con una relación de aspecto diferente, más cuadrada. Del contraste cromático y de aspecto nos trasladamos a un debate propio del audiovisual, la relación entre un pasado analógico y un presente en digital, evidencia palpable de la transformación de los objetos y del impacto que generan en las personas; es, además, una constancia del tiempo transcurrido.

    Junto a Carolina e Ifigenia, el documental muestra a una educadora radicada al sur de Costa Rica, donde abundan las esferas de piedra y otras piezas precolombinas; y, en menor medida, a un guardaparques que trabaja en una zona protegida. Si los objetos cotidianos y las fotografías le permiten a la directora transitar por las fisuras de su historia familiar, las esferas de piedra le sirven para escarbar en las fisuras de la construcción de una identidad nacional. Las esferas representan un aspecto telúrico del país centroamericano, su presencia habla de un conocimiento pretérito, del cual quedan algunos rituales, pero que la colonización y las religiones extranjeras fueron desterrando al olvido. En Costa Rica hay una renuencia a aceptar el legado indígena y esto ha devenido en la falsa noción de creer ser de etnia blanca; algo que desmitifica el documental nicaragüense El mito blanco (Gabriel Serrá, 2020).

    En la tradición sintoísta del Japón, se considera que cada objeto y elemento, natural o artificial, posee un kami, es decir, tiene una vida y son parte de una cosmovisión unitaria. En Objetos rebeldes hay algo de ese pensamiento animista, una idea que entrelaza a las personas y su cultura, con los objetos y el trato que se les dan a estos. Ifigenia en un segmento dice que «un objeto muere cuando la mirada viva que le recoge desaparece». Así como el padre de Carolina vive en los objetos que le dejó y los recuerdos que suscitan, parte del legado precolombino costarricense vive a través de este documental.


    Yoshua Oviedo |
    © Revista EAM / San José (Costa Rica)


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