La heroína que el mundo necesita
Crítica ★★★☆☆ de «Wonder Woman 1984», de Patty Jenkins.
Estados Unidos, 2020. Título original: Wonder Woman 1984. Directora: Patty Jenkins. Guion: Patty Jenkins, Geoff Johns, Dave Callaham (Personaje: William M. Marston) (Historia: Patty Jenkins, Geoff Johns). Productores: Gal Gadot, Patty Jenkins, Stephen Jones, Zack Snyder, Deborah Snyder, Charles Roven. Productoras: Warner Bros., DC Entertainment, DC Comics (Productor: Deborah Snyder) (Distribuidora: Warner Bros.). Fotografía: Matthew Jensen. Música: Hans Zimmer. Montaje: Richard Pearson. Reparto: Gal Gadot, Chris Pine, Kristen Wiig, Pedro Pascal, Robin Wright, Connie Nielsen, Ravi Patel, Natasha Rothwell, Gabriella Wilde.
Cuando un director tiene una personalidad tan marcada como la de Zack Snyder se corre el peligro de no gustar a todo el mundo. El suyo es un cine “de autor” de blockbusters aparatoso, en el que se compaginan momentos de grandeza visual incuestionables con otros que estarían cerca de caer en el ridículo y que serían, por sí solos, capaces de empañar todo el conjunto. Ni siquiera un grande como Christopher Nolan se libró de críticas adversas por su (nada desdeñable) conclusión de la trilogía del caballero oscuro, por lo que Snyder vería como, tras su éxito con El hombre de acero (2013), donde coronó a Henry Cavill como el Superman que el siglo XXI pedía, sus siguientes episodios Batman y Superman: El amanecer de la justicia (2016) y, sobre todo, Liga de la justicia (2017), donde acabó siendo sustituido por Joss Whedon, fueron víctimas de numerosos cortes en la mesa de montaje que los convirtieron en extraños (y no exentos de muchos detalles brillantes que los hacían absolutamente reivindicables) monstruos de Frankenstein dentro del género superheroico. El universo DC en la gran pantalla peligró cuando crítica y público no respondió ante estos megaproyectos del mismo modo que sí lo hacían ante todos y cada uno de los títulos que Marvel –muy especialmente, las entregas de Vengadores–, su competencia directa, estrenaba. Si hubo un acierto que fue aplaudido, de manera unánime, en El amanecer de la justicia, ese fue el de la elección de la actriz que encarnaría a Wonder Woman. Desde aquella apoteósica primera aparición en pantalla, todas las miradas se volcaron en Gal Gadot, antigua Miss Israel cuyo mayor reclamo anterior había sido el de formar parte de la banda de Dominic Toretto en cuatro cintas de Fast & Furious. Su impresionante belleza y un carisma arrollador ante las cámaras hicieron de ella una más que digna sucesora de la mítica Lynda Carter en el papel de la diosa guerrera de las amazonas. Así las cosas, todas las esperanzas para salvar a DC de su progresivo hundimiento fueron depositadas en su película en solitario, Wonder Woman (Patty Jenkins, 2017). La colaboración entre directora y actriz fue saludada como un paso de gigante del papel de la mujer en un género habitualmente dominado por hombres y alcanzó estupendas críticas y una taquilla por encima de los 800 millones de dólares de recaudación que hizo que Warner Bros. pudiera respirar tranquila.
El mayor éxito de Wonder Woman fue el de enfocar su historia de orígenes de un modo muy clásico. Jenkins prefirió tomar como modelo el Superman de Richard Donner y el resultado se alejaba de la frialdad de los apabullantes banquetes visuales de Snyder para entrar en unos terrenos más cálidos y emocionales. Un relato lleno de valores, en el que su tono ligero, salpicado de acertadas dosis de humor, y la trama romántica entre la princesa Diana y el humano Steve Trevor (Chris Pine, derrochando química con Gadot) tenían tanto peso como la acción. DC comenzó, pues, a reconducir su camino y, tras los triunfos comerciales de las divertidas Aquaman (James Wan, 2018) y ¡Shazam! (David F. Sandberg, 2019), una vez más ha recaído sobre la amazona la responsabilidad de salvar los muebles. En esta ocasión, levantar la alicaída taquilla mundial, sumida en una crisis como nunca se había vivido, como consecuencia del coronavirus. Tras la (relativa, vistas las circunstancias) decepción económica de Tenet (Christopher Nolan, 2020), la secuela Wonder Woman 1984 (Patty Jenkins, 2020) es el primer blockbuster (unos 200 millones de dólares de presupuesto están en juego) que se atreve a estrenarse en cines (aunque en Estados Unidos también podrá verse, simultáneamente, a través de HBO Max) de todo el mundo. Ahora, más que nunca, Wonder Woman es la superheroína que el planeta necesita. La historia, en esta ocasión, transcurre casi siete décadas después de los acontecimientos narrados en la anterior cinta, ambientada durante la primera guerra mundial, que acabó con la vida de Steve en acto de servicio, dejando a Diana destrozada por la pérdida de su primer y único amor. Ahora es 1984, plena Guerra Fría, con Ronald Reagan al frente de la presidencia de Estados Unidos y nuestra protagonista trabajando como arqueóloga en el Instituto Smithsonian de Washington D.C. Una de las piezas que llega a su mesa para ser estudiadas será una misteriosa gema que había sido robada y que, aparentemente, posee el poder de conceder deseos a las personas que entran en contacto con ella. Esta piedra es el McGuffin que hará que, una vez más, se desencadene la eterna batalla del bien contra el mal, una vez que caiga en las manos equivocadas. Un argumento sencillo, directo y funcional que huye de los elaborados supervillanos provenientes de otros planetas o dimensiones desconocidas habituales para colocar como antagonistas Wonder Woman a dos pobres “losers” movidos por diferentes aspiraciones.
«Algo hay de la magia que destilaba el romántico vuelo de Superman y Lois Lane por los cielos de Nueva York en esa escena de Diana y Steve en el avión bajo los fuegos artificiales que festejan el 4 de Julio. Y también hay épica, presente en ese gran momento de Wonder Woman emprendiendo un simbólico vuelo con los acordes del impresionante Adagio in D Minor».
Los dos personajes encargados de ponerle las cosas difíciles a la amazona se revelan como uno de los grandes aciertos del filme. Por un lado, está Maxwell Lord, un tipo carismático, embaucador y presuntuoso que se vende como magnate del petróleo a través de spots publicitarios en los que luce sonrisa perfecta y que, en realidad, vive acuciado por las deudas, sufriendo con la idea de defraudar a su pequeño hijo. Pedro Pascal ha disfrutado poniéndose en la piel de este villano de pacotilla, claro deudor de aquellos malos con más ambición y delirios de grandeza que cerebro que interpretaran con tanta simpatía Gene Hackman (Lex Luthor) y, sobre todo, Robert Vaughn (Ross Webster) en las diferentes entregas de la saga Superman durante los 80. La actuación de Pascal es histriónica, casi autoparódica, algo que remite al espectador a aquel tipo de cine de superhéroes más festivo e ingenuo. También Kristen Wiig aprovecha cada segundo en pantalla con su papel de la geóloga Bárbara Ann Minerva, nueva compañera de trabajo de Diana que representa su antítesis como mujer. Una chica amable, sí, pero también bastante torpe e insegura, el típico patito feo en el que nadie se fija y que envidia (en principio, sanamente) la belleza, elegancia y magnética personalidad de su colega. El poder de la piedra de los sueños le ofrece la posibilidad de transformarse en una espectacular fémina que no tiene nada que envidiar a Jane Fonda –atención a esa escena en el gimnasio, tan ochentero como los que nos enseñara la infravalorada Perfect (James Bridges, 1985)– provista de una descomunal fuerza física. Es el origen de Cheetah. Este personaje propicia que Wiig pueda lucir sus conocidas habilidades para la comedia, aunque cuando en realidad sorprende es cuando se destapa con un registro sexy y oscuro hasta ahora inédito en ella, ofreciendo un espléndido trabajo que hace que se adueñe de cada una de las escenas en las que aparece. Un rol muy similar al de Michelle Pfeiffer como Selina/Catwoman en Batman vuelve (Tim Burton, 1992), convertida en villana por casualidad. Ante ellos, Gal Gadot compone a una Diana más terrenal que nunca, cercana y, una vez más, enfrentada a la tesitura de renunciar al amor de su vida en favor de la seguridad del resto de habitantes del planeta. Y es que el guion aprovecha los elementos mágicos de la trama para resucitar al personaje de Chris Pine, divertidísimo en esta ocasión sirviendo, al mismo tiempo, como compañero sentimental y contrapunto cómico de la protagonista. Sus equívocos e indumentarias imposibles, fruto de ser un soldado de principios de siglo XX sumergido, de pronto, en la agitada vida de los 80, nos remiten a aquel pequeño clásico de la ciencia ficción que fuera El experimento Filadelfia (Stewart Raffill, 1984).
Wonder Woman 1984 se abre con un virtuoso prólogo situado en la infancia de Diana y que muestra a la niña participando en una complicada competición contra amazonas adultas, en la que estas mujeres demuestran su destreza física por mar y tierra, en el paradisiaco escenario de su Themyscira natal. Unos accidentados juegos en los que aprende, de boca de su amorosa madre Hipólita (Connie Nielsen) y su estricta tía Antílope (Robin Wright), la importancia de no faltar a la verdad para alcanzar las metas de forma limpia. Jenkins llena su película de valores y enseñanzas un tanto cándidas, pero muy valiosas en los cínicos tiempos que atravesamos. Para disfrutar plenamente de la propuesta que nos ofrece esta secuela no hay nada mejor que recuperar al adolescente que devoraba fantasías ochenteras desacomplejadas y un tanto simples, protagonizadas por héroes de conducta intachable y malos con motivaciones absurdas para hacerse con el control de la humanidad. Es verdad que, a diferencia de los efectos artesanales de aquellas, el CGI está aquí muy presente, con mayor o menor fortuna, en la mayoría de sus set pieces, como el antes mencionado inicio en las olimpiadas de las amazonas o el confrontamiento de Diana y Steve contra Lord en una carretera de El Cairo (en realidad, las dunas de Corralejo, Fuerteventura), todo lo espectacular que cabría esperar en un gran espectáculo de presupuesto tan millonario. Menos vistosa luce la pelea cuerpo a cuerpo entre Wonder Woman y la ya monstruosa Cheetah, caracterización digital un tanto pobre que hace que los momentos más impactantes de Wiig en su papel coincidan con su forma aún humana. En este sentido, destaca por su crudeza el castigo de Bárbara Ann Minerva a un acosador de mujeres callejero. Un acto de ajusticiamiento llevado al extremo que contrasta con la blancura de las peleas que Diana mantiene contra sus enemigos. Un ejemplo, que recuerda mucho a las rondas nocturnas por la ciudad de Christopher Reeve en Superman (Richard Donner, 1978), es la incursión de la heroína en el centro comercial, haciendo frente a un grupo de ladrones que atracan una tienda y que acaban entregados a la policía convenientemente “envueltos en regalo”. ¿Casualidad u homenaje? Esta segunda aventura de la diosa amazona, de colorista estética ochentera (maravillosa labor de vestuario y dirección artística) no es perfecta, ni mucho menos. Hay tramos en los que la acción se demora más de lo necesario y cae en un sentimentalismo un tanto infantiloide en algunos momentos, pero también es verdad que posee algo que no todos los productos de este tipo tienen: corazón. Algo hay de la magia que destilaba el romántico vuelo de Superman y Lois Lane por los cielos de Nueva York en esa escena de Diana y Steve en el avión bajo los fuegos artificiales que festejan el 4 de Julio. Y también hay épica, presente en ese gran momento de Wonder Woman emprendiendo un simbólico vuelo con los acordes del impresionante Adagio in D Minor. En definitiva, una secuela cumplidora y, por momentos, emocionante y a la altura de su antecesora, que otorga a Gal Gadot oportunidades para demostrar en un par de escenas dramáticas que es mucho más que un rostro bonito y que nos regala un cameo que vale oro.
© Revista EAM / Madrid