Disonancias cognitivas
Crítica ★★★☆☆ de «Poppy Field», de Eugen Jebeleanu.
Rumanía, 2020. Título original: Poppy Field. Director: Eugen Jebeleanu. Guion: Ioana Moraru. Productores: Cosmin Fericean, Velvet Moraru, Cornelia Popa, Rodrigo Ruiz Tarazona. Productoras: S.C. Icon Production, Motion Picture Management, Cutare Film. Fotografía: Marius Panduru. Música: -. Montaje: Catalin Cristutiu. Reparto: Conrad Mericoffer, Alexandru Potocean, Radouan Leflahi, Cendana Trifan, Ionut Niculae, Alex Calin.
Si los países de Europa del Este no son los más propicios para vivir la homosexualidad de manera abierta, la situación que puede experimentar un gay es especialmente problemática si trabaja en el servicio de policía. Este es el punto de partida de Poppy Field, el debut en la dirección de Eugen Jebeleanu. La cinta rumana expone en qué consiste un día en la vida de Cristi (Conrad Mericoffer), un miembro de la policía militar que encara su sexualidad desde la vergüenza y la no aceptación, a lo que se suma la paranoia, pues el sector en el que trabaja es especialmente reaccionario y, de descubrirse su situación, quedaría condenado al ostracismo. Pero, lejos de reducirse a las horas que pasa de servicio, la vida entera de Cristi está devorada por dicha monomanía, pues uno nunca sabe cuándo puede ser descubierto. La obra abre con el encuentro entre Cristi y su novio Hadi (Radouan Leflahi), quien vive en París y está de visita unos días. La excitación de este, propia de quien sabe que el tiempo es limitado y debe aprovecharse al máximo, contrasta con las reticencias de Cristi, cuyo plan consiste, básicamente, en encerrarse con él en casa, demasiado aterrado como para irse con su pareja a visitar zonas rurales. El primer detalle que demuestra que el desarrollo de personajes ha quedado en buenas manos (las de la guionista Ioana Moraru) aparece en esta secuencia inicial, cuando la visita de la hermana de Cristi, que podría entenderse como un encuentro seguro, ya que esta conoce la orientación sexual de su hermano y lo apoya, se convierte sin embargo en un elemento de tensión para el protagonista. El joven le da largas y le responde de mala gana, hasta el punto de que provoca el enfado de su novio por mostrar semejantes modales. Cristi se comporta así porque la presencia de la hermana le recuerda que está huyendo, que se está escondiendo de sí mismo. El día no ha hecho más que empezar, el protagonista ya está estresado y no sabe lo que se le viene encima en su jornada laboral.
Fiel a las nuevas formas cinematográficas que se desarrollaron en Rumanía a comienzos del siglo XXI, conocidas como la nueva ola rumana, Jebeleanu desarrolla una obra de corte realista a partir de una puesta en escena que se fundamenta en la larga duración del plano (que en muchos se convierte en plano secuencia), la dilatación temporal y la cercanía de la cámara a sus personajes. El contraste entre la serenidad formal y el alboroto emocional es la principal seña de identidad del filme, una patata caliente que el debutante demuestra manejar con soltura y momentos de brillantez, con especial mención a la parte central del relato, que transcurre en un cine. La policía acude al establecimiento para desalojar a un grupo religioso que se está manifestando de manera ilegal dentro de una de las salas, impidiendo que se proyecte una película de temática homosexual. La situación se complica, los ánimos se caldean y el habitáculo se convierte en un polvorín, con gritos, acusaciones cruzadas y venas de las sienes a punto de estallar. La tensión de lo que se cuenta contrasta con la calma con que se filma. El cineasta opta por el plano secuencia inmersivo, rodando con parsimonia y cercano a las formas del documental observacional, pasando de una microescena a otra, captando las motivaciones de los bandos enfrentados, así como los esfuerzos de la policía por infundir la calma y contener el alboroto.
«Poppy Field muestra un conjunto de líneas argumentales que abordan desde diferentes perspectivas lo que somos capaces de hacer cuando no estamos preparados para asumir las consecuencias de nuestros actos, la manera en que tergiversamos la verdad y nos mentimos y para tratar de sobrevivir y salir adelante, lo que acarrea una importante disonancia cognitiva, ya que lo que se dice o se decide va en contra de aquello en lo que se cree o lo que se siente».
La tensión impregna el fotograma y se traspasa a Cristi, al que la situación le toca de manera personal. Si de por sí el personaje es una olla a presión, lidiar con un asunto como este es demasiado para él, por lo que, llegado un momento, pierde los papeles y comete un error garrafal relacionado con la violencia policial. A partir de entonces, recluido en la misma sala pero solo y aislado de los asistentes, que habían sido desalojados, y del resto de policías, que tratan de limpiar el desaguisado que ha montado para que no manche el nombre de la institución, tendrá una serie de conversaciones con algunos de sus compañeros. Esta situación permite que Moraru aborde diferentes temas, todos ellos en torno a la idea de reprimir las emociones y justificar lo injustificable. De la misma manera que Cristi es el primero en emitir comentarios homófobos, también tendrá que escucharlos de boca de otros compañeros, inconscientes de la orientación sexual de su colega, al menos en apariencia —la duda de si alguno de ellos lo sabe, incertidumbre que se traslada al público, es permanente—. Esto enlaza con la ocultación y justificación de la violencia policial que está teniendo lugar, o con otro asunto que en apariencia podría parecer desconectado de estos otros como es la historia que el mejor amigo de Cristi le cuenta sobre un perro abandonado que él y su novia encontraron y que posteriormente volvieron a dejar en la calle.
El caso más complejo es el de Cristi, ya que, al haber tantas cosas en juego, su comportamiento puede parecer contradictorio o incluso irracional. Sin embargo, estamos ante una compleja construcción de personaje, donde deseos, miedos, sufrimiento y necesidad de liberación colisionan en un choque de trenes con intereses enfrentados. Por un lado, el protagonista vive aterrado ante la posibilidad de que se descubra que es gay, por lo que hace todo lo que está en su mano por ocultarlo. Por otro, esta negación de su identidad le provoca un alto grado de sufrimiento, del que se quiere liberar porque ya es tan elevado que empieza a no poder soportarlo más. El resultado es una serie de decisiones que apuntan en sentido opuesto: momentos de control, donde prevalece la ocultación, frente a momentos de supuesta irracionalidad, donde toma decisiones que sabotean su fachada de heterosexualidad, y que no son otra cosa que la lógica consecuencia de querer que se descubra el pastel simplemente para que todo acabe de una vez. Profundizando en la psique de Cristi pero extendiendo las reflexiones hacia el resto de personajes del relato, Poppy Field muestra un conjunto de líneas argumentales que abordan desde diferentes perspectivas lo que somos capaces de hacer cuando no estamos preparados para asumir las consecuencias de nuestros actos, la manera en que tergiversamos la verdad y nos mentimos y para tratar de sobrevivir y salir adelante, lo que acarrea una importante disonancia cognitiva, ya que lo que se dice o se decide va en contra de aquello en lo que se cree o lo que se siente. La consecuencia solo puede ser la amargura y el sufrimiento, que en un grupo de policía se debe vivir en soledad.
© Revista EAM / Madrid