Amor, mentiras y posts de Instagram
Personificándose en unos álter ego de mismo nombre y profesión, la finlandesa Hannaleena Hauru genera un entramado de ficciones en Fucking with Nobody. Así, se pone delante del objetivo, convirtiéndose en la protagonista de su filme. La “otra Hanna” representa una versión soltera y profesionalmente frustrada de sí misma, aun cuando su pseudo pareja real, Lasse Poser, se encuentra detrás de la cámara y ella, en el fondo, está claramente inmersa en un proyecto artístico (el de la película en sí). En una segunda vuelta de tuerca, dentro de este metauniverso narrativo, se gesta otra capa de realidad cuando accede a escenificar a través de redes sociales una relación sentimental junto a Ekku (Samuel Kujala), un amigo también pseudo emparejado. En este ejercicio de catfishing performático, la directora se suma a una cierta dinámica de creadoras treintañeras que, usando sus propios cuerpos y experiencias personales como materia prima, crean segundas pieles a través de las cuales contar historias que puedan resonar con sus espectadores contemporáneos. Dentro de esta tendencia destacan Lena Dunham con su Girls (HBO, 2012-2017) y Phoebe Waller-Bridge y sus Crashing (2016) y Fleabag (2016-2019). Aunque en estos casos se trata de ficciones televisivas, las intenciones discursivas se adivinan muy parecidas en la cinta de Hannaleena Hauru.
El juego de capas es verdaderamente goloso, y todos sus participantes son conscientes de ello, dedicándose hasta la última consecuencia a él. Fucking with Nobody se dibuja como un proyecto a través del cual poner temas sobre la mesa. Los desafíos emocionales de la Hanna de la pantalla le permiten a la Hannaleena Hauru realizadora reunir a su grupo de amigos para hablar de la naturaleza de las relaciones personales en la actualidad y la performatividad de uno mismo en las redes sociales. Con la historia de amor exageradamente idílica que plantean Hanna y Ekku de puertas afuera, se evidencia lo fácil que parece representar convincentemente según qué tropos sobre el emparejamiento y hasta qué punto eso les da un cierto poder a nivel social. Además, en el terreno de las redes y la imagen pública, también incluye distintos matices según la plataforma usada, desde Instagram hasta Youtube. En este afán por realizar un retrato fidedigno de la forma en que vivimos y consumimos la intimidad (propia y ajena), la película no esquiva las problemáticas de su planteamiento. De hecho, pareciera que Hannaleena se ríe de su propia obcecación con el tema, tomando consciencia de la imagen que se proyecta con el filme: en el fondo poco más que un conjunto de jóvenes con suficiente tiempo libre e imaginación como para preocuparse en desarrollar este elaborado ardid. Una vez asumida la frivolidad general de la propuesta, se libera el resultado de un tono excesivamente aleccionador o contundente. El conjunto, en vez de eso, se mueve por el terreno de la comedia, aunque una de incómoda, ajena al gag y la carcajada.
Con la complejidad estructural de una muñeca rusa, las distintas capas y lecturas que construyen Fucking with Nobody acaban retornando a su punto de origen, con una realizadora (la que lo es en primera instancia) planteándose sus relaciones fuera de la pantalla. Los conflictos que surgen a raíz de la ficcionalización que tiene lugar en el filme rebotan en la creadora, desmoronando sistemáticamente el viaje emocional retratado, emborronando límites entre la realidad y lo irreal. ¿Dónde comienza y dónde termina la ficción? ¿Y la película? Cuando se escenifica una realidad basada en experiencias previas, ¿se está representando algo que ha sucedido, o se está creando con ello una nueva realidad? Todas estas cuestiones entran en el juego que plantea la finlandesa. Evidentemente, es necesario entender este ejercicio dentro de su contexto. Las intenciones de la realizadora, junto a su coguionista (Lasse, su pareja), son aportar algo de luz e ironía al estado de las cosas en 2020, sabiendo que de lo actual que resulta hoy en día, con reflexiones sobre la forma de existir de una cierta modernez de clase media, tiene fecha de caducidad al proyectarse hacia un futuro. Tanto esta sensación de efimeridad como la acumulación de asuntos tratados, que van desde la educación sexual o la madurez emocional hasta la falsedad presente en el networking de una rama artística de la industria cinematográfica, conforman el aspecto menos potente del filme, que pierde naturalidad por este lado. Eso no resta valentía al producto, ya que ponerse a una misma de carne de cañón para vehicular discursos sobre las incoherencias y contradicciones de tu propia generación requiere de una honestidad y vulnerabilidad que, aún enmascarada en el humor, puede escocer.