Resistencia
Crítica ★★★★☆ de «Cómo sobrevivir en un mundo material», de Miranda July.
Estados Unidos, 2020. Título original: Kajillionaire. Director: Miranda July. Guion: Miranda July. Productores: Dede Gardner, Youree Henley, Jeremy Kleiner. Productoras: Annapurna Pictures, Plan B Entertainment. Distribuida por Focus Features. Fotografía: Sebastian Winterø. Música: Emile Mosseri. Montaje: Jennifer Vecchiarello. Reparto: Evan Rachel Wood, Gina Rodriguez, Richard Jenkins, Debra Winger, Matthew Foster, Elena Campbell-Martinez.
Siempre se agradece en el panorama cinematográfico, aunque sea de manera minoritaria, la presencia de cineastas independientes que marquen la diferencia, aportando miradas diferentes y personalísimas al mundo, de esas que, prácticamente, se hacen reconocibles desde un único fotograma o línea de diálogo –¿quién no identifica, a estas alturas, el colorista imaginario de Wes Anderson de un simple vistazo?–. Miranda July estaba llamada a engrosar la cantera de esta estirpe de nuevos genios capaces de crear universos paralelos en los que lo cotidiano se entremezcla con lo extravagante (cuanto no marciano) con la suficiente magia como para que sus criaturas, aun siendo de lo más bizarras, consigan lograr una extraña identificación del espectador. Mujer polifacética, actriz, cantante, escritora... July llevaba un buen puñado de cortos a sus espaldas cuando se decidió a dar el salto a la dirección de largometrajes con Tú, yo y todos los demás (2005), con la que se metió en el bolsillo a la crítica y cosechó premios en Cannes, Sundance o los Independent Spirit. Este reconocimiento no lo tuvo, en cambio, su segunda cinta, El futuro (2011), que, tachada de autocomplaciente, hizo tambalear el crédito de una directora que, para bien o para mal, no estaba dispuesta a renunciar a sus marcadas señas de identidad para doblegarse ante concesiones comerciales. Después de casi una década sin estrenar película, ha resultado un extraordinario milagro que Kajillionaire, atrozmente bautizada en España con el título Cómo sobrevivir en un mundo material (2020), haya conseguido aterrizar en las salas de cine, después de su aplaudido preestreno en el Festival de Sundance, aprovechando que las grandes productoras no se atreven a estrenar sus más multimillonarias apuestas por los estragos que el covid está causando en la industria del entretenimiento y sus taquillas. En esta ocasión, y después de haber protagonizado sus dos anteriores trabajos, July se ha limitado a las labores de dirección y guion, regalando el personaje protagonista Old Dolio (un bombón para cualquier actriz que busque el desencasillamiento de cualquier estereotipo) a una extraordinaria Evan Rachel Wood que responde con generosidad entregando una de las interpretaciones más excéntricas y emotivas del año.
Kajillionaire puede coronarse como la definitiva (hasta el momento) obra de madurez de su creadora, aquella en la que ha sabido pulir su estilo para, sin traicionarse por ello a sí misma, conseguir llegar a un mayor abanico de espectadores. Desde sus primeras imágenes en las que July nos presenta a la familia Dyne “en acción”, el filme se revela como una arriesgada apuesta por lo surrealista y lo estrafalario, con unos personajes de aspecto y conductas un tanto peculiares. Unos estafadores de poca monta con pintas andrajosas (ropas viejas, cabellos descuidados) que malviven en un local contiguo a una fábrica de jabón, circunstancia especial que hace que cada día vean cómo por las paredes de su “hogar” se filtre una irreal espuma rosa. Para colmo, acumulan una deuda de varios meses al “casero”, al que tratan de evitar escondiéndose cada vez que pasan por su puerta o inventando diversas excusas y promesas de pronto pago. Los padres, Robert (Richard Jenkins), un tipo obsesionado con teorías conspiratorias y constantemente atemorizado con la posibilidad de morir, ya sea víctima de un accidente aéreo o de una de las réplicas de terremoto que azotan la ciudad, y Theresa (un placer reencontrarnos con la excelente Debra Winger, tan cara de ver en cine), mujer poco dada a manifestar emociones y afectada por una pronunciada cojera, han criado a su hija, Old Dolio (nombre robado a un vagabundo fallecido), de una forma poco convencional. La chica, de 26 años, ha aprendido a moverse silenciosamente, al modo de los samuráis, para escabullirse en cualquier lugar sin ser vista, y a manejar la mentira para colaborar en las más rocambolescas estafas y robos perpetrados por la familia por las calles de Los Angeles. Un modo de vida que han elegido como protesta a una sociedad capitalista y, según ellos, hipócrita, en la que lo material es lo más importante y las manifestaciones de afecto o protección de padres hacia los hijos están sobrevalorados, por lo que son sentimientos que la menor de los Dyne no ha vivido hacia su persona. Ese desarraigo ha hecho de Old Dolio una mujer huraña, que odia el contacto físico con otras personas y que tiene serios problemas para relacionarse fuera del cerrado núcleo “familiar”.
«Kajillionaire es una obra tremendamente original, que logra sorprender (y descolocar) al público con cada nuevo acontecimiento y en la que, más allá de sus situaciones delirantes y personajes estrambóticos, subyace una sincera (y hermosísima) reflexión sobre aquello que todas las personas necesitamos para ser felices».
La película comienza como una suerte de versión friki y de estética feísta, de la oscarizada Parásitos (Bong Joon-ho, 2019), con esa familia marginal y disfuncional, movida por sus propios códigos éticos y utilizando el ingenio y la picaresca para sobrevivir. Al igual que la familia de la cinta coreana, un elemento externo –en esta ocasión, Melanie (espléndida Gina Rodriguez), una chica de carácter arrollador, moderna y sexy, la antítesis de Old Dolio, que se unirá al grupo en sus correrías– será el detonante para que la hija comience a plantearse la posibilidad de que haya otra vida menor fuera de su absorbente día a día. A lo largo de Kajillionaire se suceden las alusiones a otros títulos de robos perfectos como Ocean's Eleven (Steven Soderbergh, 2001) o Mission Impossible, pero, a partir de la entrada en escena de Melanie, la propuesta de July va dejando a un lado su condición de historia de timadores para adentrarse en unos terrenos mucho más complejos, el de los sentimientos, con esa inmersión al interior del personaje de Old Dolio, que va descubriendo sensaciones que, hasta ese momento, no se había permitido el lujo de experimentar, como la nostalgia por un entorno familiar que nunca ha tenido, la empatía hacia otras personas o el amor. Resulta maravillosa la forma en que la joven, con la ayuda inestimable de Melanie, va superando su inadaptación social y emocional (algo que irá vinculado a la progresiva ruptura de los lazos con sus padres) gracias a las vivencias que tiene en sus “trabajos” –especialmente revelador es el pasaje que transcurre en la casa de un anciano moribundo, durante el que, por unos instantes, la protagonista siente, como si de un espejismo se tratara, lo que es pertenecer a una familia “normal”–, hasta llegar a ese momento de catarsis en el interior del baño de una gasolinera, donde la directora demuestra ser toda una poeta urbana, capaz de extraer belleza de los lugares menos glamurosos. Kajillionaire es una obra tremendamente original, que logra sorprender (y descolocar) al público con cada nuevo acontecimiento y en la que, más allá de sus situaciones delirantes y personajes estrambóticos, subyace una sincera (y hermosísima) reflexión sobre aquello que todas las personas necesitamos para ser felices. Y la conclusión a la que llega es que la felicidad está en los pequeños (y aparentemente intrascendentales) momentos. Que nos hagan unas hot cakes por la mañana; que nos arranquen una sonrisa con un baile. Ni más ni menos.
© Revista EAM / Madrid