Desasosiego en fuera de campo
Crítica ★★★☆☆ de «Beginning», de Dea Kulumbegashvili.
Georgia, 2020. Título original: «Dasatskisi». Director: Dea Kulumbegashvili. Guion: Dea Kulumbegashvili, Rati Oneli. Productores: Ilan Amouyal, Steven Darty, Adrien Dassault, Tamar Golava, Rati Oneli, Carlos Reygadas, Gaetan Rousseau, Nino Shengelaia , David Zerat. Productoras: First Picture, Office of Film Architecture / OFA. Fotografía: Arsheni Khachaturan. Música: Nicolas Jaar. Montaje: Matthieu Taponier. Reparto: Ia Sukhitashvili, Kakha Kintsurashvili, Rati Oneli.
El momento más poderoso de Beginning aparece a mitad de metraje. En él se muestra un primer plano de la protagonista, Yana (Ia Sukhitashvili), quien aparece tumbada en medio de un bosque, donde la apacible luz de media tarde que se cuela entre las ramas de los árboles le ilumina el rostro. El plano es fijo, el encuadre es frontal y la duración aspira a la eternidad. El personaje tiene los ojos cerrados, y aunque su hijo, que anda a su alrededor la llama e incluso la zarandea para que reaccione, Yana no está dispuesta a finalizar tan rápido un instante de semejante paz. Por tanto, aunque técnicamente existe un fuera de campo, como se señala con la presencia del niño alrededor de la madre, la imagen, al igual que la protagonista, está completa, pues en este momento no existe nada fuera de la misma que sea relevante, de ahí que transmita semejante grado de calma, y no el habitual desasosiego que se suele generar al utilizar el fuera de campo. Esta imagen se combina con la siguiente, que consiste en un plano general donde se muestra a ambos personajes de cuerpo entero, dentro de un entorno idílico, y en el que encuadre ya no es frontal. Esta escena es uno de los pocos momentos agradables de Beginning, una mezcla de drama social y thriller psicológico que narra las serias dificultades que una comunidad de Testigos de Jehová debe enfrentar en una zona rural de Georgia.
Encuadrada dentro de la categoría de cine de autor, la narración se construye a partir de un dispositivo formal rígido, cerrado en sí mismo, que se fundamenta en los aspectos ya citados del encuadre frontal y el fuera de campo. La debutante en el largometraje Dea Kulumbegashvili desarrolla una propuesta visual despampanante, que bebe de lo que se conoce como cine de la crueldad, cuyo máximo exponente es Michael Haneke, a través de la que articula una narración gélida, basada en una desasosegante calma que es la simple espera hasta la llegada abrupta e inevitable de un acto violento. En ese sentido la primera escena del filme se podría entender como una especie de grandes éxitos de este tipo de cine. La misma consiste en un plano general fijo y de encuadre frontal, que muestra el interior de un recinto eclesiástico, donde un acto religioso es interrumpido por el lanzamiento de una serie de cócteles molotov al interior de la sala, que se produce de manera inesperada y sin que el público entienda las causas que lo han provocado. Kulumbegashvili no inventa nada nuevo, pero tampoco lo necesita: la autora maneja con precisión el fuera de campo, lugar en el que permanecen los asaltantes, y construye la tensión en una firme y lenta escalada a medida que nuevos sucesos van aconteciendo y la sensación de asfixia, en sentido literal y figurado, invade el plano.
Resulta por ello curioso que los recursos formales que transmiten paz y serenidad en la escena descrita al principio sean en realidad la base de una narrativa que se fundamenta en incomodar, y esto se debe al buen ojo de Kulumbegashvili, quien demuestra entender el poder de sugestión de un plano, especialmente de su encuadre y su duración. Otro aspecto fundamental de la puesta en escena es la interpretación de la actriz principal. Yana es un personaje que se ahoga en su entorno, que sabe que algo anda mal en su vida pero no tiene espacio físico ni emocional para detenerse a escucharse, en buena medida porque las personas que tiene a su alrededor, así como la sociedad en la que vive, no se lo permiten. Yana es un personaje bloqueado emocionalmente, algo que Ia Sukhitashvili transmite a través de una interpretación muy rígida que se basa en el bloqueo de la transmisión de emociones, lo que conecta de manera inesperada con el cine de los hermanos Dardenne. Aunque las películas de los autores belgas se sitúen en el extremo opuesto desde el punto de vista formal, sus personajes también son cuerpos opacos, que debido al trauma que sufren son incapaces de transmitir lo que sienten. No obstante, los protagonistas dardennianos suelen reaccionar a sus circunstancias optando por una huida desesperada, mientras que en Beginning Yana escoge el estatismo. Sin embargo, en cada caso el lenguaje visual combina con el comportamiento de sus personajes, y el resultado es el mismo: frente a la incapacidad de los cuerpos para transmitir las emociones, es la puesta en escena, la verdadera protagonista de ambos modelos de cine, quien se ocupa de exponer dichas sensaciones a partir del uso de la duración del plano, el tipo de encuadre y los movimientos de cámara. La tensión que transmite Kulumbegashvili con sus imágenes es una representación del desasosiego constante de su protagonista, donde el fuera de campo funciona como una amenaza en la sombra, un escandaloso silencio que inunda la escena desde la no-representación.
* Beginning es la película ganadora de la Concha de Oro de la 68ª edición del Festival de San Sebastián, donde, además, obtuvo otros tres galardones: mejor dirección, mejor actriz y mejor guion. Un éxito sin precedentes en el certamen donostiarra. Está siendo distribuida en España por Surtsey Films.
«Beginning es el entendible resultado de una autora de evidente talento pero que todavía se encuentra en proceso de desarrollo. Cuando Dea Kulumbegashvili se olvide de epatar y se centre exclusivamente en lo que sus obras necesitan, probablemente estaremos ante una directora portentosa».
Como es habitual en el cine de la crueldad, las escenas de calma tensa funcionan porque el público espera, atemorizado, el momento en el que será visualmente golpeado con arrebatos de violencia explícita. Por lo tanto, el modelo narrativo consiste en un equilibrio entre sugerir y mostrar, y en el caso de Beginning, como suele ocurrir en el grueso de producciones de este tipo, los momentos más problemáticos aparecen cuando los personajes son sometidos a los estallidos de violencia, que en muchos casos parecen dirigidos por un demiurgo psicopático. El instante más cuestionable de los varios que tienen lugar en la obra sucede en la escena donde se somete a la protagonista al acto más salvaje, en un paraje nocturno a orillas de un río. Por la manera en que está filmada, en una mezcla esquizofrénica de poesía visual y crudeza narrativa, al fragmento se le ven demasiado las costuras, pues parece evidente que ha sido introducida en la narración con la firme intención de causar impacto, más allá de que dramáticamente tenga sentido o de que sea estéticamente coherente. Las escenas de violencia están cortadas por este patrón algo burdo, lo que emborrona un discurso formal que ofrece los mejores hallazgos cuando opta por la sutileza de la sugestión —pocas veces el sonido en fuera de campo de un timbre de la puerta de casa ha sido tan aterrador—. Beginning es, por tanto, el entendible resultado de una autora de evidente talento pero que todavía se encuentra en proceso de desarrollo. Cuando Dea Kulumbegashvili se olvide de epatar y se centre exclusivamente en lo que sus obras necesitan, probablemente estaremos ante una directora portentosa.
© Revista EAM / Madrid