La cura del vacío
La memoria es algo delicado, de naturaleza selectiva y misteriosa, algo que experimentamos de forma profundamente personal y esencialmente intransferible. Como individuos, solamente podemos llegar a conocer aquello que alberga nuestra propia mente y, en algunas ocasiones, apenas eso. Cuando Aris (Aris Servetalis) es declarado oficialmente desmemoriado, tras recorrer toda una línea de bus sin conocer, aparentemente, su destino, quedará despojado asimismo de su identidad. Convertido en un cascarón de persona, un adulto en forma y funcionalidad pero sin idiosincrasia propia, sin pasado conocido o parientes que puedan reconocerle. En lo que parece ser una afección extendida por todo el mundo que abarca Apples, ataques de amnesia fulminante dejan a su paso un reguero de cuerpos como el de Aris que, tras ser fichados en un centro de salud, esperan de la colaboración de seres queridos que puedan retornarlos a su hogar. Sin embargo, como será el caso del protagonista de la película de Christos Nikou, no todos tienen esa suerte. En dichas situaciones, pues, queda una vida en blanco, que un programa para crear “Nuevas Identidades” tratará de encauzar.
Como decíamos al inicio, el mundo de la memoria y la psique es algo fascinante, tremendamente complejo y muy difícil de plasmar fuera de subjetividades propias, por lo que el estado exacto del personaje principal de Apples se mantiene en un constante limbo, totalmente inaccesible al otro (dentro del filme) y al espectador (al otro lado de la pantalla), en una dinámica que no deja de enmarcarse dentro de esa consecuente mecánica. Ello puede resultar ligeramente frustrante, puesto que contribuye a que la sensación general de la película sea la de un hermetismo en ocasiones asfixiante, si bien el realizador griego consigue darle la vuelta a ese impacto, convirtiendo la experiencia en una absolutamente magnética. Es inevitable, en esa opacidad dramático-narrativa, pensar en otro cineasta griegocontemporáneo y también interesado en la inexorabilidad de la psique humana, aunque a su particular modo: Yorgos Lanthimos. Tanto el director de Apples como su protagonista, de hecho, son antiguos compañeros de su compatriota, el primero de ellos habiendo participado como ayudante de dirección en uno de los primeros proyectos conocidos de Lanthimos, Canino (2009), el segundo por ser uno de los actores principales en Alps (2011). Tanto Nikou como Lanthimos comparten en sus obras una forma de tratar nuestra sociedad desde un extrañamiento tintado de extravagancia y desde una sensación de desapego, aunque en el caso de Apples se haga a través de un filtro mucho más sensible, e incluso se podría decir que sensato. Nada que ver, en el fondo, con las estridencias a las que nos tiene acostumbrados el director de Langosta.
«Al fin y al cabo, cuán voluntaria puede ser la amnesia, si solamente uno mismo puede determinar la gravedad o veracidad de la misma. El kaufmaniano giro final termina de dar consistencia a este sentido retrato de un hombre que no quiere recordar, pero descubre el poder curador del tiempo y, después de todo, parece estar dispuesto a darse una segunda (¿identidad?) oportunidad».
A nivel visual, se intuye en la propuesta una intención eminentemente estética, ya desde la elección de un formato 4:3 muy manido entre una cierta tendencia contemporánea, que remite a títulos como A Ghost Story (David Lowery, 2017) o The Mountain (Rick Alverson, 2018), por citar algunos. En escenas concretas, como la de la fiesta de disfraces, también resalta la búsqueda de la imagen que pueda sustituir la elocuencia verbal por una de icónica - a ese desubicado astronauta hacemos referencia, o incluso al Batman que es incapaz de identificarse a sí mismo, presa de uno de los extendidos ataques de amnesia. La asistencia de Aris a esa fiesta, así como gran parte de las peripecias a las que se verá abocado a lo largo del filme están mayormente instigados por el segundo personaje que moverá los hilos narrativos en Apples, Anna (Sofia Georgovassili), una mujer que se encuentra inscrita en el mismo programa de restitución identitaria. Improbable pareja en la desdicha, a la manera de dramedies indie como Olvídate de mí (Michel Gondry, 2004) o la propia Langosta, antes mencionada, juntos irán tachando tareas en esa absurda lista que les procura la clínica. Con la idea de recuperar una cierta normalidad en su forma de conectar con el mundo y sus iguales, se intentará monitorizar una progresión de acciones (desde tomar fotografías de tu día a día hasta estampar un coche en un árbol o mantener sexo de una noche en los lavabos de un club) que, a lo largo del filme, se mostrarán insatisfactorias para Aris. Como duda final, esa puerta abierta que queda al término del largometraje, reverberando en las reflexiones del inicio del texto. Al fin y al cabo, cuán voluntaria puede ser la amnesia, si solamente uno mismo puede determinar la gravedad o veracidad de la misma. El kaufmaniano giro final termina de dar consistencia a este sentido retrato de un hombre que no quiere recordar, pero descubre el poder curador del tiempo y, después de todo, parece estar dispuesto a darse una segunda (¿identidad?) oportunidad.