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    Cine Alemán Siglo XXI

    Especial Seminci 2020 (I): Nieva en Benidorm / Sweet Thing / Puppy Love / Eeb Allay Ooo! / El profesor de persa / The Best Is Yet to Come / Tierra de leche y miel


    SEMINCI 2020: Parte I

    Crónicas de la 65ª edición de la Semana Internacional de Cine de Valladolid.

    Jornadas del 24 y 25 de octubre:
    Nieva en Benidorm (Sección Oficial, fuera de concurso).
    Sweet Thing (Sección Oficial).
    Puppy Love (Sección Oficial, fuera de concurso).
    Eeb Allay Ooo! (Punto de Encuentro).
    El profesor de persa (Sección Oficial).
    The Best Is Yet to Come (Punto de Encuentro).
    Tierra de leche y miel (Doc.España).

    Tres años después de presentar en la 62 Seminci su largometraje La librería (The Bookshop, 2017), la barcelonesa Isabel Coixet vuelve a inaugurar el certamen vallisoletano con Nieva en Benidorm (2020). En la misma línea que otros cineastas españoles contemporáneos como Enrique Urbizu —No habrá paz para los malvados (2011)—, Alberto Rodríguez —La isla mínima (2014)— o Rodrigo Sorogoyen —Que Dios nos perdone (2016)—, Coixet hace de una parte de la geografía española y sus habitantes material de noir. Timothy Spall encarna a un viajero en tierra extraña —uno más en la filmografía de la directora— que se traslada al Levante español para visitar a su hermano, aunque lo que encontrará en su lugar serán sórdidas tramas inmobiliarias, una agente de policía obsesionada con Sylvia Plath, y a una mujer solitaria, misteriosa y sensual, en la más pura tradición del género, a quien da vida Sarita Choudhury. Coixet no consigue nada de lo mucho que pretende: desaprovecha la sugerente historia sociopolítica y cultural de Benidorm, satura los planos de citas cinéfilas sin rigor, su sentido del humor es tan artificioso y esforzado que no llega a funcionar, y el pretendido lirismo está siempre a la altura de las vulgares metáforas climatológicas que puntean la narración.

    Nos parece elocuente que los segundos postreros de Sweet Thing (Alexandre Rockwell, 2020) no estén dedicados a sus pequeños protagonistas, sino a los padres de estos, en pantalla Karyn Parsons y Will Patton. Y es que esta bella secuela espiritual de Little Feet (2013) habla de la infancia no solamente como un período vital, sino como un estado del ser. Hoy parece que la pobreza nos aburre, y hace tiempo que el indie estadounidense la abandonó como materia prima creativa. Rockwell recupera una fijación añeja con esa precariedad física que es, asimismo, la fragilidad de los cuerpos. A través de un delicado trabajo de encuadre e iluminación sobre los rostros de sus hijos Lana y Nico —quienes aportan toda la vivacidad que necesita la película—, el director de En la sopa (In the Soup, 1992) encuentra su voz para celebrar lo pueril, territorio que abonan el pavor y la vergüenza, pero también una esperanza imbatible. Se le puede discutir cierto histrionismo, pero incluso este aspecto es coherente con la fisicidad descarnada de las imágenes: zapatos agujereados, torsos sudorosos, peces eviscerados. En este mundo globalizado, únicamente los miserables se hallan apartados de una cultura común que cada vez conecta a más personas. De ahí que no rechine el anclaje de Sweet Thing en el Free Cinema, en John Cassavetes o en Gus Van Sant, reivindicación de otros modos, más aguerridos y honestos, de representar lo que pocos quieren mirar.

    También Michael Maxxis, quien hasta ahora había trabajado sobre todo en el ámbito del videoclip y del spot, revisa un sórdido imaginario ligado a los extrarradios americanos en Puppy Love (2020). Desentendiéndose de hacer referencias directas, ancla sus raíces no solo en el cine —ahí están Michael Madsen y Rosanna Arquette—, sino además en la fotografía y la pintura. Solo que a diferencia de Sweet Thing, los temas centrales y las imágenes que les corresponden son sometidos a una mirada socarrona y patética a la par. Ambientada en Edmonton (Canadá), Puppy Love se centra en la relación entre Morgan, un joven con daño cerebral, y Carla, una prostituta adicta al crack. Maxxis acierta cuando se trata de «desromantizar» el lado thug de la noche —en la dirección contraria que transita el pop—, y plantea dentro de sus confines una fabulación salvaje y reaccionaria, donde no cabe apenas diferenciar a los seres humanos de los animales. Este enfoque no excluye la extraña ternura que suscitan Morgan y Carla, pues ante todo Maxxis quiere hablarnos de la pureza esencial e inquebrantable de las almas simples. La claridad de su perspectiva y la inteligencia con que desarticula, a golpe de un cándido sentido del humor, toda suerte de clichés dramáticos, no salva a Puppy Love de caer en uno de los errores más típicos en las óperas primas: la pesada reiteración de situaciones y argumentos.

    Sweet Thing, Alexandre Rockwell.
    Puppy Love, Michael Maxxis.


    Con ese problema carga también Eeb Allay Ooo! (2019), segunda producción del realizador indio Prateek Vats, que hasta ahora solo había firmado el discreto aunque curioso documental A Very Old Man with Enormous Wings (2017), que operaba en el ámbito de la intrahistoria. El filme que nos ocupa hace gala del mismo afán de proximidad al hombre gracias a sus gestos y costumbres. Anjani ha emigrado desde su pueblo a Nueva Dehli, y comparte techo con su hermana embarazada y el marido de esta. Comenzará a trabajar en el inefable oficio de espantar monos Rhesus, quienes cada mañana invaden los edificios gubernamentales, amenazando la imagen pública del Estado. Estos escurridizos animales, adorados como deidades por los hinduistas, se erigen durante los primeros minutos en una concreción vaporosa y sugerente de las miserias de la India contemporánea. Cercana al neorrealismo en su tentativa de pensar la realidad políticamente a partir de conflictos mínimos que cobran una dimensión simbólica, pronto nos agota con su sucesión flácida de gags, escenas intimistas y estampas populares. Eeb Allay Ooo! muere en su premisa, incapaz de articular una visión del mundo —y sus narrativas— consistente y coherente.

    El que no da ni un paso en falso es Vadim Perelman, quien desde el academicismo mainstream nos había ofrecido ya al menos dos largos notables: Casa de arena y niebla (House of Sand and Fog, 2003) y La vida ante sus ojos (The Life Before Her Eyes, 2007). Como aquellas, El profesor de persa (Persischstunden, 2020) tiene una fuente de inspiración literaria, que en esta ocasión es un clásico relato de Wolfgang Kohlhaase, Invención de un lenguaje. Las narraciones a propósito del Holocausto han sido arrastradas por las industrias literaria y cinematográfica más allá de las fronteras de lo autoparódico. Esto ha derivado, últimamente, en una consecuente reescritura de la imaginería dramática y ética asociada a los estragos del nazismo, como certifican El hijo de Saúl (Saul fia, László Nemes, 2015), Paraíso (Rai, Andrei Konchalovsky, 2016), Una bolsa de canicas (Un sac de billes, Christian Duguay, 2017) o Jojo Rabbit (Taika Waititi, 2019). El mayor acierto de El profesor de persa es acogerse a los esquemas del thriller sin ningún complejo. La pericia de Perelman tras las cámaras, y la tensión inherente a toda buena historia de impostores, consiguen que sus más de dos horas de metraje se pasen en un suspiro. La desaparición de toda solemnidad impostada frente a los duros hechos que aborda la película facilita que afloren un perverso sentido del humor y una meditación perturbadora acerca de las relaciones de poder entre la pareja protagonista, interpretada por unos magníficos Nahuel Pérez Biscayart y Lars Eidinger. Para ellos, la creación de un idioma nuevo antes del albor de una época nueva condensará, a un mismo tiempo, la proyección utópica de un sueño inalcanzable y la posibilidad de mantener intacto el recuerdo de las víctimas.

    El profesor de persa, Vadim Perelman.
    Eeb Allay Ooo!, Prateek Vats.


    Ojalá el primerizo Jing Wang, apadrinado por Jia Zhang-ke, se atreviese a llevar Lo mejor está por llegar (Bu Zhi Bu Xiu, 2020) por esos mismos derroteros. Desgraciadamente, este ambicioso producto acaba en tierra de nadie, a mitad de camino del cine genérico y de la radiografía contemplativa de un paisaje urbano y humano. La falta de recursos como director no le facilita la tarea a Wang, pues no da la talla ni en lo formal —por ejemplo, la ausencia de nervio en las escenas grupales, la recurrencia permanente al plano-contraplano o la insistencia en el rostro pensativo de Bai Ke reflejado en ventanales...—, ni en lo narrativo —durante tramos extensos, la película no sabe qué hacer consigo misma. Debilidades tanto más molestas teniendo en cuenta que Lo mejor está por llegar apunta maneras en otros aspectos. Ubicada en el Pekín post SARS, intenta urdir un llamamiento a la empatía y el compromiso, más allá de los intereses particulares, en un mundo donde, superada la epidemia, todo parece posible y, sin embargo, nada ha cambiado sustancialmente. La necesidad de una conciencia nueva de nuestro rol en la sociedad se despliega en un acercamiento perverso al thriller periodístico: si en sus compases iniciales, Lo mejor está por llegar promete ser un derivado de Spotlight (Thomas McCarthy, 2015), para echar por tierra más adelante los discursos habituales sobre la profesión, relativizando conceptos resbaladizos como «verdad» y «objetividad».

    Tierra de leche y miel (Héctor Domínguez-Viguera, Carlos Mora Fuentes y Gonzalo Recio, 2020) es la única producción que hemos visto de la sección Doc.España. En Bosnia y Herzegovina, Sarajevo o Grecia, familias desplazadas —en términos no solo espaciales— por la guerra intentan sobrellevar su día a día mientras, simplemente, esperan. En este 2020 que tiene tanto de pausa forzosa, es difícil no conectar con los relatos de unos supervivientes cuya cotidianeidad tiene algo de purgatorio. El primero de los cinco capítulos en que se divide el documental se titula «Bajo un mismo cielo», y no podría ajustarse mejor al espíritu de Tierra de leche y miel, cuya cuidada labor de montaje permite que, sin quebrar el ritmo, los espacios, los personajes y las historias fluyan de unas a otras hasta casi ser un único relato. Lamentablemente, la realización no da la talla. Domínguez-Viguera, Fuentes y Recio resultan inexpresivos a base de ser impecables, apoyándose en imágenes límpidas, diáfanas, prolijas, que no dicen nada por sí mismas. Por supuesto, ocurren cosas interesantes ante las cámaras, pero lo raro sería lo opuesto cuando se planta el trípode frente a cualquier grupo humano con problemas acuciantes.


    Ignacio Pablo Rico Guastavino |
    © Revista EAM / Madrid


    The Best is Yet to Come, Jing Wang.
    Tierra de leche y miel, Héctor Domínguez-Viguera, Carlos Mora Fuentes y Gonzalo Recio.

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