Segunda sesión
Festival IBÉRICO 2020.
En el patio de butacas cuesta respirar con las mascarillas, sin embargo sentimos un fugaz sensación de libertad al mirar la bóveda estrellada del cielo. No somos conscientes, del todo de lo extraño que puede ser ahora mismo participar de una sesión de cine, o de cualquier actividad cultural, sabiendo que de nuestra mente todavía brotan aires de confinamiento. Se hacen raros los días, raros por la incertidumbre, por el miedo, por la intriga de una verdad condicionada por factores que no podemos controlar. Raro pero hermoso que seamos privilegiados, quién sabe hasta cuándo y hasta dónde, de mirar cine en compañía. El próximo año la pandemia nos exigirá, esperemos, otro tipo de protagonismo. Será al otro lado, donde cobrará forma junto a los relatos. Será la ficción, el cine, quien tenga el deber de moldearla, de hacerla suya para plasmar miles de historias en una pantalla. El cine como espejo y sobre todo, el cine como máquina del tiempo.
Fenomenal, Huesos rotos, Julieteta & Calvario
En la noche del jueves los cortometrajes extremeños reclaman mayor protagonismo. Fenomenal (Leticia Torres, 2020), es una cinta con enorme carga dramática a sus espaldas. Valedora del leitmotiv de este festival, Torres perfila un mundo de espejos. Espejos, en este caso rotos. Miramos para abajo negando la emersión de nuestro propio reflejo. En la fina puesta en escena encontramos influencias a flor de piel de aquellos cineastas que entusiasman a la directora. Los conflictos familiares, el costumbrismo, las cajas de resonancias o espejos dentro de la historia evocan a las películas del cineasta iraní Asghar Farhadi. Por ello mismo, Fenomenal pinta la realidad de tantas familias que prefieren evadir los problemas. Hay parecidos con la burguesía pese a las diferencias sociales, porque no tenemos intención de hacer frente a los monstruos que nos rodean. Es la idea. Buscamos modelos sin darnos cuenta de que los tenemos delante de nuestras narices. Un padre, y una hija, censurando el dolor que les une. Prefieren mirar limoneros antes que a ellos mismos. Con este filme Torres profundiza de manera decisiva en los vínculos paterno filiales, y en los conceptos de angustia y negación.
Huesos rotos (Fátima Lianes, 2019) sondea nuevos caminos a la hora afrontar el dolor. Bruna (Begoña Mencía) se embarca en un absurdo viaje por las calles de Barcelona con las cenizas de su difunto marido. La directora pacense destapa una fascinante voluntad sadomasoquista, afrontando la descomposición de la mujer en primer plano. Todas las imágenes se sustentan en una especie de conjura contra los elementos naturales. El agua de mar, el sol, la vida, choca de bruces con la muerte. La noche es parte de la destrucción de un personaje abocado al desastre. Lianes no duda en filmar el dolor mostrando escenas en locales de noche con plena conciencia de que, en esos fotogramas furtivos, de luces de neón, y cuartos de baño, se condensa la desolación más profunda. Con ausencia parcial de diálogos, mención especial a la exquisita banda sonora de Xavier Capellas, Huesos rotos encuadra una desgarradora y lastimosa reflexión sobre la perdida y el olvido.
Tanto Julieteta (Alejandro de Vega, Álvaro Moriano, 2020) como Calvario (Lluís Margarit, 2019) se ajustan al humor usándolo de parapeto para excavar en los complejos individuales. Julieteta está basada en la pieza teatral Romeo y Julieteta, bajo una idea original de Helena Lanza, autora del guion y protagonista de la obra y de la película. Pese al tejido humorístico estamos ante una radiografía triste del oficio de actor que esconde en su escritura referencias chaplinianas, acerca de la refundición del payaso triste en los espectáculos en directo. El camino que emprenden sus directores funciona en un primer término como catálogo de inseguridades, en este caso de su protagonista, pero también, en un segundo espectro, como critica a los modelos de belleza establecidos y a los prejuicios de las miradas más cercanas. A este respecto es evidente que los detalles cuentan, y es meritorio analizar una puesta en escena con pasión por los primeros planos de la actriz, como vemos en la escena inicial segundos antes de salir al escenario. En el camerino un poster de Desayuno con diamantes parece servir de testigo a la artista, un arquetipo o canon de belleza, el de Audrey, que de una forma u otra persigue a la mujer. Los redobles de tambor ajustan la psicología de una identidad comedida, agazapada por las apariencias. La segunda parte del cortometraje hurga en los roles familiares. La dilatada secuencia de la cena familiar está concebida mediante travellings que invaden a Julia, con un acoso tenaz que lentamente la va derribando por dentro. En el otro lado Calvario pone sobre la mesa la crisis e inseguridad masculina. Proyecto de graduación de la productora Escac Films en el que se flirtea con los clichés de la calvicie entre los hombres de mediana edad. En el montaje podemos vislumbrar trazas de videoclip aderezado con las canciones del grupo mallorquín Papa Topo y un estilo visual muy televisivo. Una propuesta divertida en la que se manejan mitos como el de calvo exitoso, con múltiples fotografías de actores y famosos de digna cabeza rapada y que sabe parodiar a las típicas pelis de maestro y aprendiz, o darle una vuelta de tuerca más al eterno mito de Pigmalión.
16 de Decembro, Sagrada família, A la cara, Sin filtro
16 de Decembro (Álvaro Gago Díaz, 2019) supone el intento, loable, de componer una sinfonía de la soledad y del temor de la noche gracias al artefacto visual que la acompaña. En principio vemos la cercanía del partido de balonmano, los cuerpos en contacto, la cámara en mano, seguidamente las duchas en los vestuarios, el bullicio, la naturalidad y compañerismo de las chicas. En el exterior, una vez Lucía (Cris Iglesias), sale de entrenar las tomas serán mucho más distantes. Yendo en moto a buscar a su hermano pequeño, la ciudad parece vacía y aterradora. La cámara enfoca la soledad y miedo de un lugar hostil, de una noche aciaga y peligrosa, que nada tiene que ver con el espacio cerrado y natural del vestuario. Un filme que se atreve a tocar de lleno el tema del acoso, sin paliativos, imponiendo el salvaje punto de vista de los agresores. Hasta la única persona que ofrece ayuda a Lucía está filmada en fuera de campo, invisible, haciendo mayor hincapié y sangre en el desamparo. Al final por desgracia la vida continua y sigues y sigues como en un partido más, pero el dolor y los peligros de la ciudad amenazan insaciables bajo perfiles monstruosos. 16 de Decembro transmite la impotencia hacia los acosos que sufren tantas y tantas mujeres diariamente sin poder cambiar nada y, también, ante el silencio de unos y otros con respecto a todo tipo de violencia de género.
Sagrada Família (Margarida Lucas, 2019) es una de las dos propuestas de nacionalidad portuguesa que compiten en el festival. Un trabajo con dosis de humor negro que coquetea con estilemas del cine independiente norteamericano de finales de los noventa, dejando entrever huellas de los primeros trabajos del cineasta y fotógrafo Larry Clark. La directora pisa territorios del costumbrismo mediterráneo al contar la historia de una familia disfuncional de cinco hermanos, una madre soltera y una abuela que viven en un pequeño apartamento en el barrio lisboeta de Benfica. La apuesta de Lucas añade una nueva vuelta de tuerca al enfrentarse a temas tabúes como la pedofilia poniendo a prueba las débiles raíces educacionales y estructurales de muchas familias de clase media-baja.
Otro de los decorados más llamativos de esta 26ª edición reside en la dicotomía que se establece entre los dos mundos del hoy. El mundo real, y el mundo virtual de las redes sociales. A la cara (Javier Marco, 2020) habla del odio a través de las redes, de lo sencillo que supone esconderse en el anonimato que proporcionan sus reglas. En este caso el corto pone acento en el lado oscuro de los haters. En su anterior trabajo, Muero por volver (2019), el director alicantino dibujaba un escenario completamente distinto a favor de los bienes de las nuevas tecnologías. Ese contraste sirve para entender mejor las finas líneas que separan estas dos realidades, y como el uso indebido de ellas arrastran a personas inocentes a un estado tremendo de vulnerabilidad. El relato arranca filmando a una mujer en el coche. El vehículo es un refugio para ella minutos antes de ponerle cara a su agresor virtual. En las tomas iniciales el director rehúye del plano-contraplano dando una sensación de calma tensa, con un brillante usufructo de los espacios de la casa. Después, una vez las cartas están sobre el tapete, los planos se acortan, y el discurso se alza directo en pro de las emociones. Ese equilibrio entre forma y dialogo se construye alrededor de las falsas apariencias desplegando un palimpsesto en el que los disfraces y las dobles caras tienen vital importancia. Marco preciso de la sintonía con los intérpretes. Excelentes Sonia Almarcha y Manolo Solo.
Para terminar, en el mismo sentido crítico pero desde prismas humorísticos, Sin filtro (Manuel Montejo, 2020) refuerza, más si cabe, la crítica hacia las modas de internet y la enfermedad por publicar directos de nuestra vida. El director saca un redito tremendo del tiempo, y pone en la palestra cuestiones con las que convivimos todos los días. La urgencia por plasmarlo todo en pantallas de móviles, atestigua un mundo de falsas apariencias, tóxico, en el que todo vale. Es ese estúpido deseo de contar con la aprobación de miles de personas desconocidas. La falsa felicidad del me gusta. De esta manera, con la risa, el corto coloca al espectador en idéntica posición, viéndonos de alguna manera reflejados en el disparate.
© Revista EAM / Badajoz