Miradas nada inocentes
«Naissance des pieuvres» de Céline Sciamma.
Francia, 2006. Título original: «Naissance des pieuvres». Dirección y guion: Céline Sciamma. Asistentes de dirección: Delphine Daull, Jérémie Steib. Directora de fotografía:Crystel Fournier. Camarógrafo: Richard Mercier. Montador: Julien Lacheray. Escenografía: Gwendal Bescond. Productores delegados: Bénédicte Couvreur, Jérôme Dopffer. Ingeniero de sonido: Pierre André. Compañía productora: Les productions Balthazar. Intérpretes: Pauline Acquart, Louise Blachère, Adele Haenel. Presentación en Un certain regard de 2007 en el Festival de Cannes. Duración: 100 minutos.
Trece años separan Naissance des pieuvres de Retrato de una mujer en llamas. Y, pese a la depuradísima puesta en escena de la última película de Sciamma, frente a la aparente sencillez formal de su primera película, los vasos comunicantes entre ambas permiten seguir una carrera cinematográfica en la que, salvo quizás Bande des filles, más abierta en temática y personajes, la identidad sexual, el juego amoroso y la pasión en la mirada constituirían señas de identidad de una directora que utiliza su obra para reivindicar la necesaria normalidad de su propia condición militante, sin que por ello su cine caiga en el maniqueo juego de víctimas y verdugos en función de su orientación sexual, huyendo de efectismos o golpes de guion innecesarios, porque lo relevante en su cine siempre es dejar crecer las historias gracias a la implicación de la mirada, no exenta de deseo, de excitación, pero rodeada del temor inherente al rechazo o a la incomprensión. En esta Naissance des pieuvres, o en Tomboy o en Retrato de una mujer en llamas, la sexualidad de sus protagonistas navega contracorriente del orden establecido por la moral burguesa, pero lo hace con tal limpidez, tal honestidad en su proposición, que, aceptando o no la naturaleza del deseo ajeno, nada está hecho para escandalizar o buscar la provocación que garantice una publicidad gratuita. Su cine es pasional al mismo tiempo que es sutil y sencillo en su planteamiento, por eso sus personajes resultan tan creíbles, tan serenos en su mar de dudas, tan poco claudicantes a las convenciones aunque terminen chocando contra muros imposibles de salvar.
Trece años han pasado desde que la mirada de Marie (Pauline Acquart) buscara la de Florianne (Adèle Haenel) hasta conseguir su atenciónl. Unos años en los que el personaje de Haenel ha conseguido crecer en madurez hasta convertirse en la Heloise de Retrato de una mujer en llamas como la Marie de Naissance des pieuvres podría corresponder a la Marianne. Los personajes del último filme de la directora de Pontoise forman parte de una generación más madura a la de las jóvenes protagonistas de Naissance des pieuvres, pero en el fondo supondrían una continuación biológica consecuente con las dudas y contrasentidos de las más jóvenes. La diferencia de comportamientos la provocaría la inseguridad de la adolescencia que hacen de Marie más obstinada en su deseo y a Florianne más caprichosa y más pendiente de la aceptación social aunque sea a costa de generar una imagen promiscua sobre ella misma que no corresponde con la realidad, pero que así le hace ser más deseada por los hombres en la misma medida que es rechazada por las mujeres, es decir, forjándose una imagen de triunfadora sexual para perpetuar un mito adolescente frente a Marie, que sería el prototipo de mujer inadvertida por los demás, tímida, callada, pero tenaz en su interior. El dúo Marie-Florianne estaría condenado a amarse si tuvieran diez años más, justo lo que les pasa a las protagonistas de Retrato de una mujer en llamas, por eso en Naissance des pieuvres todo es un tira y afloja, una voluntad firme de una frente al parecer una cosa y actuar en el sentido contrario por parte de la otra.
▼ Naissance des pieuvres, Céline Sciamma.
Opera prima de la gran realidad del cine francés.
Opera prima de la gran realidad del cine francés.
«El cine de Sciamma es pasional al mismo tiempo que es sutil y sencillo en su planteamiento, por eso sus personajes resultan tan creíbles, tan serenos en su mar de dudas, tan poco claudicantes a las convenciones aunque terminen chocando contra muros imposibles de salvar».
El agua se convierte en un elemento sexual esencial de ambas películas. En Naissance des pieuvres, Marie descubre a Florianne como capitana del equipo de natación sincronizada, descubrimiento de una joven mujer que empieza a sentir la obsesión por un cuerpo deseado al que puede mirar sin romper convenciones sociales mientras nada y ejecuta los ejercicios en la piscina, pero del que falta el acercamiento suficiente para poder contemplarlo por completo. El objetivo de Marie es doble, acercarse cada vez más a su platónico amor, y en última instancia convertirse en amiga suya con la idea de seducirla. Conoce el comentario generalizado sobre la promiscuidad sexual de Florianne con los chicos, pero ello no impide su ensoñación con ese cuerpo pese al pinchazo de dolor y celos que siente cada vez que su objeto de deseo desaparece con algún hipotético amante. Cuando por azar, y por persistencia, consigue la atención de Florianne, Marie, a cambio de un favor, pedirá ser introducida en los entrenamientos del equipo de natación. De esa manera podrá ver aquello que nadie más tiene el privilegio de observar con su mirada, por eso la primera vez que entra en la piscina, los ojos de Marie se sumergirán buscando el cuerpo de Florianne. El agua se transforma en el elemento sexual comunicante que se culmina en las duchas. El acercamiento, así, no deja de ser un tormento para una y algo intrascendente para la otra que, inesperadamente ha encontrado una aliada donde no tenía más que rechazo. Esa agua que no deja de transmitir erotismo durante todo el desarrollo de Naissance des pieuvres, es el agua que en Retrato de una mujer en llamas transmite la fuerza de la pasión. El agua del mar y la espalda de Heloise se revelan ante Marianne como un jeroglífico a descifrar en el que la primera mirada entre las dos mujeres enciende una chispa que se mantendrá incandescente mientras sean capaces de esconderse de la mirada masculina. Si en Retrato de una mujer en llamas es evidente la reciprocidad, en Naissance des pieuvres hay una descompensación entre las dos jóvenes que termina por causar dolor e incomprensión. Lógico, natural, comprensible; la reina del instituto enfrentada a la pasión insatisfecha de alguien que sufre y recibe el golpe más duro cuando consigue lo que llevaba buscando y comprende que para Florianne no es sino parte del juego diario. En Retrato de una mujer en llamas la calma llega con la ausencia de hombres, en Naissance des pieuvres todo transita en un mundo sin adultos.
Aunque en Naissance des pieuvres el retrato, perdonen la redundancia, no estaría completo si no existiera un tercer personaje femenino, el de Anne (Louise Blachère), de quien podría afirmarse que sería la representante de la heterosexualidad convencional; así la una amiga de Marie sería quien utiliza el agua, esa piscina como contenedor de todos los deseos y ardores juveniles, como método de acercamiento sexual a los chicos, en este caso del equipo de waterpolo. Sciamma muestra, por tanto, a tres mujeres en plena autoidentificación, una con la heterosexualidad, otra con el lesbianismo y la última con una probable bisexualidad, haciéndolo desde la cercanía emocional con sus personajes, todos ellos empáticos pero también, a su manera, insufribles en su absolutismo. Hay un control preciso de la directora hacia aquello que quiere que su película cuente y el espectador sienta, contando con la naturalidad de tres jovencísimas actrices que han continuado con su carrera hasta la actualidad, creciendo con nosotros como espectadores, y transmitiendo con sus devaneos amorosos, sus flaquezas y sus desprecios recíprocos que la vida es muy poco parecido a un todo o nada, a un blanco o negro, que es una carrera de pequeños logros y variadas decepciones personales de las que, casi siempre, se consigue salir y continuar hasta la próxima piedra.
© Revista EAM / Valladolid